Todo el mundo sabe que en sistemas electorales no mayoritarios, como el español, ganar los comicios no equivale automáticamente a ganar el gobierno, la alcaldía o la presidencia. Suele suceder que la incógnita, o no tanto, se despeja mediante los pactos, muy a menudo alianzas de fuerzas perdedoras en voto popular, que pueden desbancar la opción con más apoyo de la ciudadanía en las urnas. En Catalunya, ERC fue con creces el partido más beneficiado por los acuerdos post-electorales después de las municipales del 2019, con socios diversos: los republicanos tienen la alcaldía en 31 municipios sin ser la primera fuerza, y, por el contrario, no la alcanzaron en otros 19 donde ganaron -entre los cuales, y obviamente no es menor, Barcelona-. Sus rivales de Junts presiden 16 gobiernos locales a pesar de no ser la primera fuerza electoral mientras que fueron desbancados de otros 28 donde sí que fueron los más votados. Partidos locales ocupan 8 alcaldías sin ser los más votados y les cerraron el paso para gobernar en otras 6. Por su parte, el PSC se llevó 7 alcaldías sin haber ganado y perdió 11 en la lotería de los pactos...

Bien. Estos pactos en ocasiones muy contra natura se suelen justificar por las dinámicas locales, al margen de toda otra consideración. Pero hay decisiones estratégicas, a veces de alta política ya no catalana, sino de Estado, que son las que, al final determinan el color de una alcaldía. En el 2019, Ada Colau alcanzó por segunda vez la alcaldía de Barcelona gracias a 3 votos del xenófobo Manuel Valls, declaradamente orientados a vetar el acceso al alcaldable de la fuerza ganadora, Ernest Maragall, de ERC, por el hecho de tratarse de un partido independentista. El PSC bendijo el acuerdo, o el escenario -y, de hecho, todavía forma parte del gobierno en funciones de Colau- por la misma razón que el ex primer ministro francés: vetar el acceso al independentismo a la alcaldía de la capital catalana después de los hechos del otoño del 2017. Al final, Colau, Valls y Collboni, configuraron el gobierno ejecutando una estrategia de estado, de estado profundo, que poco o nada tenía que ver ni con la decisión de los electores -ganó Maragall- ni con la suciedad y el mantenimiento del espacio urbano, los trámites y la atención ciudadana o la prevención y la seguridad, que ahora son los principales motivos de queja de la ciudadanía de Barcelona, según datos del mismo Ayuntamiento.

Ernest Maragall podría haber sido alcalde de Barcelona con los votos de ERC, los comunes y el PSC -por este orden- pero Colau y Collboni tuvieron muy claro en qué lado de la raya estaban, el mismo que en el otoño del 2017. No, el gobierno municipal de Barcelona de los últimos cuatro años no lo decidieron los ciudadanos sino los despachos del deep state como parte de la estrategia para desactivar la bomba del procés independentista. Pedro Sánchez  rebautizó el plan cínicamente como la "agenda del reencuentro".

No es todo culpa de Twitter. Empieza a ser imperiosa la necesidad de higienización y dignificación democrática del lenguaje político en las campañas electorales. El Nacional.cat y la plataforma Verificat pondrán su grano de arena este lunes con el fast-checking o verificación de afirmaciones y mensajes en tiempo real del debate de alcaldables de Betevé. Pero los candidatos, en general, podrían contribuir, más que nadie, en el combate contra la desinformación y las fake news. Los candidatos deberían abstenerse de repetir una y otra vez la falsa verdad que será el pueblo quién decidirá el próximo alcalde o alcaldesa. El pueblo, en primera instancia, tendrá un papel muy importante -faltaría más- pero hay muchos otros factores que intervienen para determinar quién gobernará y ya sería hora de que los políticos empezar a tratar a la gente como personas adultas cuando se celebra un proceso electoral.

Los candidatos deberían abstenerse de repetir una y otra vez la falsa verdad que será el pueblo quien decidirá el próximo alcalde o alcaldesa

No, el próximo gobierno de Barcelona, visto como evolucionan las encuestas, no se decidirá en Barcelona sino en Madrid: no se decidirá en la plaza Sant Jaume, sino en la Moncloa. Y no lo decidirán los alcaldables barceloneses sino el presidente del Gobierno y las direcciones de los partidos españoles de izquierdas. Que el PSOE haya movilizado hasta 10 ministros -dos de los cuales catalanes- en apoyo de la candidatura de Collboni, líder todavía poco conocido a quien la marca le puede dar la victoria, es una señal clara. Y que su vicepresidenta y líder de la plataforma postpodemita Sumar, Yolanda Díaz, haya convertido la capital catalana en su campo de pruebas como ticket electoral de Colau, y en una especie de primarias para medir fuerzas con Podemos, es otra muestra de hasta qué punto la batalla de Barcelona se juega en Madrid. Si gana Colau pero Collboni puede ser alcalde, Sánchez tendrá que decidir si mantiene en Barcelona el gobierno de coalición que tiene en Madrid o se abre a una sociovergencia con Xavier Trias. Si gana Collboni, Yolanda Díaz tendrá que decidir si sacrifica a su amiga Colau para apuntalar el gobierno progresista de Barcelona. Y si gana Trias pero Colau puede ser alcaldesa, Sánchez tendrá que decidir si deja que sea el PSC de Collboni quién decide a quién hace alcalde o alcaldesa de Barcelona.

Trias puede convertirse en el Ernest Maragall de 2023 en la subasta de los pactos

Se trata de que, con las elecciones españolas en el horizonte, el gobierno de Barcelona sea la antesala del "gobierno más progresista de la historia" en la Moncloa parte II, ahora sin la mochila de Podemos o con un Podemos despablizado por el efecto Yolanda. Y en estas coordenadas, y por más que ERC se empeñe, difícilmente el PSC dará la alcaldía a Trias si el candidato del espacio de Junts queda primero. Trias, que no tiene la victoria garantizada ni mucho menos en un panorama electoral tan volátil como caprichoso, puede convertirse en el Ernest Maragall del 2023 en la subasta de los pactos. Además, y en función de la correlación de fuerzas que salga de las urnas, Esquerra Republicana, socio principal que no preferente del gobierno del que llama "el partido de la Renfe" en Madrid, es decir, del PSOE, será invitada por la Moncloa a ceder sus votos a Collboni o a Colau, como mucho, a cambio de mantener Sant Cugat como gran alcaldía metropolitana (o casi). Todo el mundo lo sabe y es profecía que un apoyo a Trias no forma parte de las previsiones de la cúpula de ERC, que, una vez más, se ha impuesto como principal deber electoral, y, en general, de vida, exorcizar al temido fantasma de Convergència, por si las moscas.