Después de haberla declarado un bien esencial durante semanas, tan importante como el agua que nos riega los órganos y los respiradores que nos resucitan a los abuelos, el Gobierno ha cerrado las actividades culturales con un golpe de hoz unilateral propio de una administración rusófila. La cosa resulta poco sorprendente pues ya sabemos que, de hace un par de lustros, todo aquello que firman los mandatarios de la tribu es papel mojado y que sólo salen adelante cuando es cuestión de prohibir, nunca de arriesgar la piel. Anteayer los compañeros del sector protestaban en la calle recordando los esfuerzos titánicos que auditorios y teatros catalanes han urdido para que sus salas sean más seguras que sorberle el chumino a la Virgen María, reivindicando el trabajo de actores, músicos, técnicos y otras especies protegidas como una profesión en toda regla que no se tiene que pagar en especias, sino en billetes.
Los colegas tienen toda la razón del mundo en cabrearse y yo me alegro de que por fin el sector cultural se reivindique sin ambages como un activo de la economía. Ya hace demasiados años que el tejido catalán ha permitido que la administración fuera su único valedor presupuestario y ya hace demasiado tiempo que los compañeros han comprado irreflexivamente la tesis según la que cualquier iniciativa musical, dramatúrgica o de danza sólo tiene que poder salir adelante si tiene el papá Govern a sus espaldas. ¿Hay que aumentar el presupuesto cultural de la Generalitat, hasta equipararlo al de las naciones más desveladas de Europa y dotar a los artistas del estatuto legal que merecen? ¡Sí y recontrasí! Pero no hay ninguna de estas naciones que no haya entendido que la cultura también es una industria y un negocio y que el éxito de una empresa cultural, por progresista que sea su mensaje, también se mide en kilos de cash.
Si Catalunya hubiera creado una industria cultural autónoma que pudiera reivindicarse como un factor esencial de la economía, os puedo asegurar que la Generalitat no la cerraría con esta desidia tan ignorante e irresponsable
Los culturetas catalanes se han pasado cuarenta años con el cachondeo del bona nit, Palestina y promoviendo una filosofía progre de estar por casa que ya no defiende la izquierda de ninguna nación libre del planeta. Gracias a la Covid, y que me perdonen las víctimas del bichito amarillo de Wuhan, finalmente hemos podido oír a actores, músicos y otros animales entrañables decir una cosa tan sensata como que ellos, aparte de disfrutar su trabajo, lo quieren cobrar. ¡Sólo faltaría, chatos!, y yo añado que respiraré más tranquilo y viviré mucho más feliz cuando lo cobréis al precio más alto posible. ¡Ni bona nit, Palestina ni rehostias en vinagre! ¡Bona nit, Londres, bona nit, Broadway y bona nit, economía de mercado y competencia, que es la única forma de intercambio que garantiza sacos de arroz! Hasta ahora sólo habéis probado el mundo de la queja y del gimoteo. Bienvenidos al planeta real, que más vale tarde que nunca.
Si Catalunya hubiera creado una industria cultural autónoma que pudiera reivindicarse como un factor esencial de la economía, os puedo asegurar que la Generalitat no la cerraría con esta desidia tan ignorante e irresponsable. El poder político puede cuajar el sector cultural como le salga de los mismísimos porque este no ha sabido construirse una facultad de coacción autónoma a través de ser económicamente independiente. Que la cultura es deficitaria y que un producto cultural tiene que ser compensado por la administración de forma necesaria es una de las falacias que Catalunya ha comprado por sistema y que nos ha llevado donde estamos. Los políticos, con su ignorancia oceánica y su autoritarismo ya nada indisimulado, no han ayudado, pero tampoco ha funcionado la desidia de un sector alérgico a la financiación privada y a formas de mover pasta que funcionan por todas partes menos en este pequeño rincón de mundo.
Yo me alegro muchísimo de que los compañeros finalmente reivindiquen que se traduzca su enorme esfuerzo en dinero. De la misma forma, y justamente porque su bienestar es una de mis máximas preocupaciones, los animo a cambiar el chip de la cultureta progre barcelonesa y a defender sin ambages que lo suyo es una industria y un negocio, y que si es más importante que la automoción o que la biomedicina no sólo es porque nos llena el alma, sino también porque nos tiene que llenar la cartera y el estómago antes de sentarnos a la mesa para crear. Si la Covid sirve para hacernos un poco más normales, pues bienvenida sea esta pandemia.