Nos guste o no, cualquier esfuerzo de internacionalización del conflicto político en Catalunya, ya sea urdido por parte de la Generalitat intervenida o tramado por el independentismo cívico, tendrá una repercusión infinitamente menor que cualquier gesto que impulse el Futbol Club Barcelona a través de su masa social. Como ya intuyó perfectamente el presidente Laporta, al Barça no le hace falta renunciar a la catalanidad ni a mojarse en conflictos que azotan al país con el fin de convertirse en un actor de influencia internacional. De hecho, si algo ha demostrado la acción de protesta en el mundo del deporte (desde el Black Power salute de Tommie Smith y John Carlos del 68 en México, hasta las recientes hincadas de rodillas de los jugadores negros de la NFL mientras suena el himno de Estados Unidos para denunciar la brutalidad policial) es la capacidad de globalizar conflictos que la mayoría de habitantes del planeta sentían como meramente locales o relativos a minorías que no les afectaban.
La final de la Copa del 21 de abril entre el Barça y el Sevilla sería la ocasión perfecta para despertar al primer equipo de la tribu de la tibiez hacia el procés con que la junta Bartomeu ha intentado siempre nadar y guardar la ropa. Voy al grano y, contrariamente a lo que hago siempre, propongo. Primero, que los aficionados llenen el Wanda Metropolitano vestidos de amarillo, cuando menos al inicio y al final del partido, para que así el color que denuncia la lucha por liberar a los presos políticos se apodere del partido. Segundo, visto que eso de pitar pasa rápidamente de moda y solo acaba produciendo discusiones sobre decibelios, que los aficionados reciban a Felipe VI y escuchen el himno español en silencio y de espaldas al campo: no existe fotografía más poderosa que decenas de miles de personas regalando el culo a un mandatario represor. Tercero, en el minuto 15.50 de cada parte, todo dios a cantar "Llibertat, presos polítics!".
Si la masa social del Barça presiona para que estos gestos se lleven a cabo a la perfección, tal como es posible, las imágenes del partido viajarán rápidamente a todos los rincones del planeta y, como acostumbra a pasar en casos de chispa masiva, lo que empieza desde la acción cívica acabará obligando a actuar a las altas instancias. De hecho, y como socio de la entidad, propongo que la junta directiva del club no se siente en el palco hasta que haya terminado de sonar la Marcha real y que se dé libertad a los jugadores del primer equipo para darse también la vuelta mientras suena el himno, si lo consideran acorde con sus convicciones y libre albedrío (imaginaos que uno, solo uno, lo haga: sí, yo también estoy pensando en ese). No habrá volumen, ni decibelios, ni realización televisiva que pueda esconder todos los gestos que os he descrito y, si alguien quiere aportar otros, bienvenido sea. Para prohibir unas espaldas lo tendrán muy difícil.
Solo soy un socio más del Barça y, como podéis imaginar, la Copa de su Majestad me da igual y me la sopla, pero a cada hora que pasa me tientan más esta #finaldegroc y vuestra creatividad.