Da vértigo pensar que no habrá investidura. Y que se consumen un tercer y cuarto rechazo a la investidura de un candidato republicano vertiendo al país a nuevas elecciones. Las consecuencias podrían ser desoladoras. No ya tanto por la imagen de confusión que se proyecta al conjunto de la ciudadanía, sino por la inflexión histórica que representaría. Si nunca —y nunca, quiere decir nunca— se han repetido elecciones en Catalunya, sería paradójico que ocurriera ahora debido al rechazo juntaire a la investidura. Precisamente porque estos han sido siempre los principales beneficiados de la generosidad republicana desde 1980.
Sería más extraño todavía porque la presidenta juntaire del Parlament —pese a su manifiesto y feroz antirepublicanismo— preside el ente no gracias al Espíritu Santo, sino a los votos de 33 diputados republicanos. Los 9 de la CUP no se sumaron porque, según explicaron, la presidenta (electa gracias a los votos republicanos) está imputada por un presunto fraccionamiento de contratos.
Que no sería fácil estaba escrito desde el primer día. La candidata juntaire, que milita en el partido que se proclama campeón de la unidad y el único verdaderamente independentista, ya rehuía en campaña la posibilidad de investir a Pere Aragonès. Al final, y con la boca pequeña, acabó diciendo que sí con desagrado. Es chocante que, a pesar de tanto proclamar Govern de unidad independentista, se cerrara en banda a investir, en la práctica, a nadie que no fuera ella. O sencillamente es que cuando hablan de unidad quieren decir uniformidad y cuando hablan de votar a un presidente es solo si se trata de su candidato. Todo el resto son, como mínimo, ilegítimos.
Es chocante que, a pesar de tanto proclamar Gobierno de unidad independentista, se cerrara en banda a investir, en la práctica, a nadie que no fuera ella. O sencillamente es que cuando hablan de unidad quieren decir uniformidad y cuando hablan de votar a un presidente es solo si se trata de su candidato
La candidata sentenció al final de la campaña que ganaba quien conseguía más escaños, no votos. Las encuestas internas de Junts apuntaban a esta posibilidad y obviamente se agarró a ella como a un clavo ardiendo. En la última entrevista electoral todavía proclamó que las elecciones eran en realidad un plebiscito (sic) entre ERC y Junts. Y claro está, visto así, la noche electoral fue un jarrón de agua fría en la sede electoral de Junts. Entonces, desconcertados, malhumorados y victimistas, resolvieron que no había ganado nadie, que se trataba de un empate técnico. Y así se lanzaron a explicarlo. Antes muertos que sencillos. Nadie dijo nada parecido en diciembre de 2017. Otra evidencia de que la investidura sería pesada.
Desde la noche del 14-F, la candidata "nítida", en las redes sociales, resentida por el resultado, no dejó de considerar la posibilidad de no estar en el Govern y flirteó con hacer oposición. Tal como se vio en el último pleno, esta es una pulsión que convive en Junts con alegría y entusiasmo. El portavoz Albert Batet, más convergente que el moño de la señora Ferrussola y un orador más bien discreto —siendo indulgentes—, pidió investigar la gestión de la pandemia. Un pie en el Gobierno y un pie en la oposición. Y eso, aunque el único president de una legislatura agonizante fue Quim Torra, gracias también a los votos de los republicanos. Esta es una circunstancia insólita que tiene aire de tragicomedia y que será una constante de la legislatura si no la mandan a hacer puñetas antes de empezar.
Al día siguiente que la actual presidenta del Parlament fuera votada por los republicanos en el pleno de constitución del nuevo Parlament, el president Puigdemont sorprendió advirtiendo que eso del Govern no estaba hecho y que ya se vería. Era toda una declaración de intenciones que se ha demostrado premonitoria. Los portavoces y entorno del partido de los campeones de la unidad, después de mandar al carajo al PDeCAT, se mostraron profundamente airados por el acuerdo entre republicanos y cupaires. Era, según expresaban, una ofensa. Vale recordar que la mayoría del 52% de votos indepes lo es si contamos el 2,72% del PDCAT. Sin estos votos no hay mayoría independentista. Claro que para el independentismo "nítido" ni cupaires ni republicanos son indepes pata negra. Ni de casualidad. Son, a menudo, traidores y botiflers [colaboracionistas]. Y, en algún caso, se tienen que pudrir en prisión.
Habrá acuerdo y habrá nuevo president, si la pulsión más "unitaria" no se impone y resuelven que ir a elecciones es preferible a investir a un presidente republicano a la Generalitat "de mierda"
La actitud del partido de los campeones de la unidad ya se ve que augura una legislatura compleja. Y aun así es obvio que mejor hacer Govern que no. Verter el país a nuevas elecciones sólo alimenta las expectativas del PSC de Illa que ya gobierna el Ayuntamiento de Barcelona gracias a los votos de la extrema derecha y preside la Diputación de Barcelona gracias a los votos juntaires, sumisos e incondicionales al ente provincial. Pero hay una derivada tanto o más trascendente si Junts consumara la negativa a permitir que un republicano gobierne la Generalitat "de mierda", según expresión de una popular voz juntaire. Claro que, si es tanto de mierda, ¿por qué tanto interés en estar en el Gobierno?
Si —Dios no lo quiera— los campeones de la unidad no se sumaran al acuerdo entre cupaires y republicanos y consumaran la repetición electoral, el cisma está servido. ¿Por qué motivo –si es que la mayoría indepe sumara— cupaires y republicanos deberían investir a un candidato/a de Junts si estos previamente se hubieran negado en redondo al revés? Después de 40 años sería un giro argumental tan bestia, que haría inviable la reedición de un acuerdo. Para no hablar de la campaña electoral que claramente ensancharía la grieta entre unos y otros. O de un detalle que no es menos significativo: si la presidenta del Parlament, pese a su manifiesta aversión a los republicanos, hubiera ganado su plebiscito, hace meses que sería presidenta precisamente con los votos de los republicanos.
Habrá acuerdo y habrá nuevo presidente y nos ahorraremos unas nuevas elecciones que carga el Diablo, en pleno julio. Seguro. Sencillamente porque las dudas que origina formar Govern son más digeribles que las incertidumbres y el abismo de una repetición electoral. Tanto por el incierto resultado como por la complejidad añadida a las mayorías resultantes. Eso si la pulsión más "unitaria" no se impone y resuelven que ir a elecciones es preferible a investir — por primera vez en cuarenta años— un presidente republicano a la Generalitat "de mierda". Que si es tan "de mierda" es justo preguntar a qué viene esta rabieta por quien la tiene que presidir o por estar en el Govern.