La noche del sábado, casi a la hora de las brujas, emitió TV3 un interesante 30' titulado El poder de decidir, que les recomiendo recuperar —si no lo vieron y les interesa el tema— vía el servicio a la carta de la televisión pública catalana. El reportaje compara con una narrativa clara, ágil y comprensible tres procesos de autodeterminación: el de Escocia, Córcega y el Sáhara Occidental, con referencias al del Quebec, que permiten situar y visualizar muy bien dónde está Catalunya, y, sobre todo, dónde está España con respecto al Reino Unido, Canadá y Francia. La conclusión, si me permiten el spoiler, es que en relación con el caso de Catalunya, España podría estar como el Reino Unido con los escoceses, a los que reconoce como nación soberana y por eso les permite hacer referéndums de independencia; o el Canadá con los quebecois, a los que no se apalea cuando votan su futuro político, pero al final, actúa como Francia con los corsos, a los que solo permite que la lengua propia de la isla se enseñe en la primaria bilingüe, claro.

El poder de decidir formaba parte del especial de TV3 con motivo del quinto aniversario del referéndum del 1-O y fue precedido por entrevistas a políticos, empezando por Pere Aragonès, en las que se habló menos del futuro político de Catalunya que de la crisis de gobierno desencadenada mañana hará ocho días en el debate de política general del Parlament. El detonante fue la insólita amenaza de Junts al presidente de la Generalitat de pedirle una moción de confianza si no cumple aquello que, efectivamente, no ha cumplido del pacto de gobierno e investidura: amnistía y autodeterminación en la mesa de diálogo, estado mayor para la independencia y estrategia unitaria en Madrid. Vista la reacción de Aragonès al extraño envite del socio, el no menos sorprendente golpe de autoridad con la destitución del vicepresident y máximo responsable de Junts en el gobierno, Jordi Puigneró, la pregunta es si no será que ERC y Junts, Junts y ERC han conseguido coordinarse para hacer volar por los aires, de común desacuerdo, el gobierno del —inoperativo— 52%. Posiblemente, la ruptura es lo que menos conviene a los dos partidos y al independentismo en general, pero es la salida que más se aviene con las circunstancias y el momento de desencanto, desconcierto, mala ostia y lucha cainita entre socios a plena luz del día y en el patio del postprocés.

No es de recibo que la gente, independentista o no, tenga que pagar los platos rotos del odio que por lo común se profesan las cúpulas de Junts y ERC en forma de enfado, sudor y lágrimas a cambio de nada o poco más que nada. Seguramente, al independentismo le hace falta hacer foc nou, empezar de nuevo. Lo decían de una manera más bestia algunos eslóganes repartidos en la concentración del Arc de Triomf del sábado pasado, un agrio homenaje a la impotencia, donde se silbó a Carme Forcadell y todo el mundo que se subió a la tribuna de oradores, salvo el president Puigdemont, el último tótem que le queda a un cierto independentismo y que habló a través de la pantalla, por motivos obvios. Seguramente tiene que hacer foc nou el independentismo, pero algunos se quemarán más que los otros. A los partidos, ERC, a Junts, la CUP, les puede llegar a interesar retirar, construir y/o consolidar nuevos liderazgos, pero si puede ser sin quemarse o que sea el otro quien se queme. Al final, la pregunta es si asistimos a la crisis final de la pareja Junts-ERC o del dueto Puigdemont-Junqueras, al último pulso de los dos grandes dirigentes del independentismo. En ese choque de trenes, no sabemos hasta qué punto Pere Aragonès y Jordi Turull tienen algún margen para el (imposible) acuerdo.

Al final, la pregunta es si asistimos a la crisis final de la apreja Junts-ERC o del dueto Puigdemont-Junqueras

Blanco y en botella: en esta mano de cartas envenenadas que se juega sobre el desfalcado tablero autonómico, el más débil, Junts, puede ir de cabeza a la hoguera, mientras que el más fuerte en la partida, ERC, se irá chamuscando poco a poco. Si Junts sale del Govern y pasa a la oposición, es posible que implosione en diferentes facciones. Y si ERC opta por gobernar en solitario estará a merced del PSC, quien, al mismo tiempo, hará todo lo posible por robarle el pijama de partido fiable, previsible, de orden y estabilidad, de Convergència a falta de Convergència. Hacer foc nou sin quemarse es una maniobra complicada.

Si Junts sale del Govern y pasa a la oposición es posible que implosione en diferentes facciones. Si ERC opta por gobernar en solitario estará a merced del PSC (...)

El referéndum del 1-O pasará a la historia como una gran victoria de la gente, el fruto de un extraordinario ejercicio de inteligencia y determinación colectivas, de sincronizar la cabeza y el cuerpo con el fin de conseguir una cosa que se considera de justicia en un contexto absolutamente hostil. Como no se podía saltar la pared, la ciudadanía catalana levantó una escalera de urnas, como si fuera un castell de los grandes concursos de la temporada, para llegar arriba y poder contemplar la tierra prometida y autoprometida. Ni en Escocia, ni en el Quebec, ni en Córcega se ha producido una movilización como la catalana a favor de la autodeterminación —el caso del Sáhara Occidental, abandonado por la metrópoli colonial, España, e inmerso en un estado de guerra permanente, es del todo diferente—. Aquí, el referéndum se lo ha tenido que hacer la gente, urna a urna, pero una vez ha llegado a la cima del muro, se ha encontrado con que les habían retirado la escalera. Los unos, el Estado español, en su peor versión demófoba, tristemente dispuesto a cualquier cosa, hizo todo lo posible por derribarla a porrazo limpio. Los otros, los líderes independentistas, tirándose las urnas por la cabeza, víctimas del vértigo sobrevenido por la inmensidad del desafío planteado por la gente en aquel octubre catalán del 2017. Lo hicieron en pleno 1-0 y continuaron después de la denominada D.U.I., cuando los caminos —las estrategias— se alejaron definitivamente. Y lo han seguido haciendo en la prisión, en el exilio, y hasta ayer mismo. Sí, esto también es la hoguera de las vanidades. Y el sueño pende ahora del vacío.