Nada hace que una propietaria sea más reticente a alquilar un inmueble que aquella que ha vivido la experiencia de un impago sostenido en el tiempo. Me lo explicaba una señora que hace más de tres años que carga con los gastos de propietaria, con los quebraderos de cabeza de unos inquilinos que al tercer mes dejaron de pagar y con los costes del abogado al que hace tres años va pagando minutas para resolver un litigio que se ha eternizado. Tres años y rezando para no llegar al cuarto en las mismas condiciones, una situación que se ha convertido en una pesadilla.
Ella hace tantos años que está jubilada como que lucha contra un maldito cáncer. Un día, de hace más de tres años, decidió ayudar a la hija que tenía que cambiar de domicilio con toda su familia por cuestiones laborales. El nuevo trabajo aconsejaba trasladarse a vivir a otro municipio. Así es que esta abuela jubilada cogió los ahorros de toda una vida y le compró el piso a la hija a fin de que esta se pudiera comprar otro. La idea era poner el piso de la hija en alquiler para arreglarse la pensión y llegado el día, pensaba, dejar el piso en herencia a su nieta. Como dinero ya no le podría dejar, pensó que un piso siempre es útil.
Era un piso de más de 100 metros cuadrados en una finca de 40 años pero con ascensor y en una calle cerca de una zona deportiva. A cinco minutos a pie del centro. Sin plaza de aparcamiento. Pero ubicado en una de aquellas calles, de pueblo, sin zona azul. De estas donde aún se encuentra habitualmente lugar para aparcar el coche en la calle en caso de necesidad.
El pueblo en cuestión está a pocos kilómetros de la costa. Se llega con un golpe de coche, a la playa. Ir en transporte público es bastante más complicado. Antes, no hace tantos años, le encantaba ir a darse un baño. Con la familia o a veces sola. Ahora solo de vez en cuando y al anochecer porque no le conviene mucho dejarse asar por el sol.
No entiende de ninguna manera que las instituciones 'te puedan dejar así, que no respondan, que no muestren ningún tipo de sensibilidad y que te hagan cargar a ti con todo como si fueras una depravada usurera'
El piso está en una de aquellas localidades en que el precio de la vivienda, de propiedad y de alquiler, ha subido por encima de la media. Cuando decidió alquilar el piso lo hizo por debajo de precio de mercado. Lo que debía ser, se dijo, un alquiler social. Le pareció que era lo más justo. Ella siempre ha votado una formación política que ha defendido e impulsado la regulación de los alquileres. Y no se arrepiente, si bien ahora se siente desamparada y se pregunta si es justo lo que le pasa. Incluso duda, insiste, de si recuperará el piso jamás.
Hace unos meses estuvo a punto de aceptar abonar una cantidad para resolver el litigio. Es decir, pagar un dinero a los inquilinos. No solo para poder recuperar el piso, sobre todo para vivir sin esta preocupación que le ha hecho perder muchas horas de sueño y dinero. Y dejar atrás todos los quebraderos de cabeza que la han acompañado desde que decidió, con la mejor de las intenciones, hacer un alquiler social. El pasado julio, en plena sesión de quimioterapia, el vecino del piso de debajo —del piso que tiene alquilado pero por el cual no percibe ninguna retribución— la llamó alocado y enfadado porque había un escape de agua que venía 'de arriba'. Porque el piso nominalmente sigue siendo suyo. Y es ella quien tiene que responder. Fue entonces que estuvo a punto de pagar 'lo que fuera porque ya no podía más'. Pero finalmente la hija la hizo desdecirse, le aconsejó paciencia: 'pronto se arreglará todo, seguro'. Ella, vista la experiencia de los últimos años, no lo ve tan claro. Ni el juzgado parece tener ninguna prisa, ni el ayuntamiento la ha ayudado en nada. Servicios Sociales, del ayuntamiento, le dijo —extraoficialmente— que ella al menos 'tiene un techo' y la aleccionó —en horario laboral, claro está— sobre los problemas del mundo y de la sociedad.
Ahora, esta señora jubilada dice que si un día se resuelve la cuestión solo piensa en venderse el piso, que después de lo que ha vivido estos años solo de pensar en alquilar tiene escalofríos. Mantiene que sí, todavía ahora y a pesar de todo, se tiene que favorecer el acceso a la vivienda y sigue defendiendo que se tiene que regular el precio del alquiler "para evitar abusos". Pero no entiende de ninguna manera —lo dice con lágrimas en los ojos— que después las instituciones "te puedan dejar así, que no respondan, que no muestren ningún tipo de sensibilidad y que te hagan cargar a ti con todo como si fueras una depravada usurera".