París era un desierto. Solo transitaba la policía, algún turista despistado, privilegiados parisinos anhelantes de ver los Juegos a distancia humana o trabajadores conformados a no poder escapar de la ciudad olímpica. La ciudad era cruzable por los peatones solo a través del puente de Notre-Dame (de hecho solo 4 puentes en toda la ciudad permiten la circulación mientras duren los Juegos, entre el puente de Austerlitz y el puente de Jena) a causa de los rígidos perímetros de seguridad.
Era el miércoles y faltaban solo dos días para la esperada inauguración de los Juegos Olímpicos. Me reuní con el director de un diario. Convino que el espíritu olímpico prevalecería, que París estaba sobradamente preparado para una organización olímpica y a mi pregunta sobre la presencia religiosa en los Juegos, la respuesta fue que solo los católicos y los musulmanes tenían un servicio específico de atención a los atletas y equipos. Equipos que, en virtud de la laicidad francesa, no podían exhibir ningún signo religioso. Ni cruces, ni pañuelos, ni ninguna ostentación física que hiciera pensar en la religión. A pesar de que el Comité Olímpico Internacional y la ONG Alliance Sports et Droits, partner de Amnistía Internacional, hicieron saber a los organizadores franceses que atentaban contra la libertad de los atletas, Francia fue tajante en favor de su concepto de neutralidad. También en el cartel oficial de los juegos, la catedral de los Inválidos, ya no tiene una cruz. La cruz se ha transformado en una especie de lanza. El autor del cartel, Ugo Gattoni, asegura que no tiene nada contra ninguna religión, pero que él interpreta los edificios de manera creativa.
Mientras mantenía estas conversaciones preolímpicas, nada hacía pensar que en la inauguración la religión sí que resurgiría, todavía con más virulencia. O la antirreligión. Cuando estalla la polémica con la inauguración, la reacción contra algunos aspectos de la inauguración considerados ofensivos ha sido planetaria, del Papa de Roma al principal centro académico musulmán de Egipto, Al-Azhar. Los suníes de Al-Azhar, explica el diario Saphirnews, consideran este acto "extremo y de una salvajada irreflexiva". El tema que está sobre la mesa es si un acontecimiento internacional como los Juegos puede servir para banalizar insultos contra la religión. Donde Al-Azhar ve un insulto, otros perciben una divertida parodia laica.
La celebración del espíritu olímpico se ha visto empañada por ideologías que, de deportivas, no tienen nada
El director artístico de la ceremonia de apertura se ha confesado sorprendido y niega ninguna animadversión religiosa. Thomas Jolly desmiente que se hubiera inspirado en la Última Cena, de Leonardo da Vinci, y mucho menos que haya querido hacer una parodia de Jesús y sus discípulos. Su idea, definede, de religiosa no tenía nada: quería celebrar una gran fiesta pagana ligada a los dioses del Olimpo. Para él, era muy claro. Dioniso llega a la mesa, es el rey de la fiesta. "He querido hacer una ceremonia reparadora y que reconcilie, y que reafirme los valores de nuestra República". La directora de comunicación de los Juegos Olímpicos, Anne Descamps, ha dicho que nunca ha habido intención de faltar al respeto a ningún grupo religioso, más bien lo contrario, "mostrar la tolerancia y la comunión". Y ha pedido perdon, si alguien se ha sentido ofendido.
Han sido muchos, los ofendidos, y esta comunión ha sido más bien ira y desconcierto, y donde los organizadores querían mostrar fantasía y celebración, otros han percibido decadencia y mal gusto. Pero el tema no es estético, sino más bien ético.
Los Juegos Olímpicos no son una reivindicación de las raíces culturales (y, por lo tanto, religiosas) de París, ciertamente. Ahora bien, la ocultación de signos, jugar al descuido artístico inocente y no sopesar la reacción de colectivos religiosos (mundiales) no ha sido un despiste. La ONG Alliance Sports et Droits, partner de Amnistía Internacional, ya pidió, antes de los Juegos, que Francia se detuviera con sus "prohibiciones discriminatorias". Las atletas francesas no han podido llevar el velo. Una iglesia pierde la cruz en su representación gráfica. Un artista asegura que quiere celebrar la diversidad laica y acaba acusado de ofender los sentimientos religiosos de los cristianos, y, de rebote, de otros creyentes. La celebración del espíritu olímpico se ha visto empañada por ideologías que deportivas no tienen nada. Son culturales, cultuales, y tienen que respetar normas de seguridad e higiene y no impedir la convivencia ni el buen desarrollo de los juegos, porque de eso estamos hablando, de jugar.
El artículo 50 de la Carta Olímpica estipula que no están autorizadas demostraciones de propaganda política, religiosa o racial, pero no especifica nada sobre llevar o no llevar símbolos. No es lo mismo llevar un anillo de casado, que hacer proselitismo sobre el matrimonio, como no lo es llevar al cuello una cruz o suscitar adhesiones de los demás a las propias creencias.