Comparar al catalanismo independentista con el comunismo es una tontería que sólo se le podía ocurrir ayer al gran Francesc-Marc Álvaro. Entre el materialismo dialéctico, el gulag y las sandalias de David Fernàndez hay más que un juego de las ocho diferencias. Produce cierta comicidad que determinados analistas políticos como Álvaro tengan la osadía, la costumbre, la pretensión sostenida en el tiempo, de explicarnos, por el mismo precio, como debe actuar la gente de orden y, simultáneamente, como se hace efectiva una revuelta, una revolución o una independencia o, incluso, una sociedad mejor. Es extraordinario tal cúmulo de sabiduría y el desinterés con el que nos lo administran algunos medios de comunicación. Como si se tratara de seguir una receta de la abuela, como si alguna vez estos eximios analistas hubieran pasado de la teoría del pantumaca a preparar un pantumaca. Y, en este sentido, no evitan utilizar cada día palabras gruesas que cualquier intelectual mínimamente responsable administra con severa prudencia. Hablan alegremente de realidad —que se confunde siempre con lo que ellos otean—, de verdad —que cada día se corresponde exclusivamente con sus propias convicciones— o de rectificar —que antes o después acaba convirtiéndose en la vuelta al autonomismo, en finalizar con el delirio soberanista que dijo ayer el PSOE—. Delirio o locura. El planteamiento es siempre el mismo, demasiado repetitivo para que no nos hallemos ante una campaña de intoxicación política. El independentismo no es una opción tan legítima como el españolismo, no, no, señoras y señores, cuidado. El independentismo es mucho peor que ninguna otra cosa, es un engaño que los dirigentes independentistas utilizan contra sus propias bases, es un engaño que utilizan los jefes de los grupos soberanistas para manipular y someter a un pueblo muy bien intencionado pero absolutamente idiota. Naturalmente, según el señor Álvaro, Ramón de España, López Tena y los otros comentaristas de la prensa madrileña, se ve que los independentistas somos menos inteligentes que los españolistas porque nos dejamos estafar fácilmente y frecuentemente. Porque no sabemos de la misa la mitad, como ellos, los sabios superdotados. En cambio, a los partidarios de España, los de la bandera constitucional o los que llevan el águila franquista de san Juan Evangelista, nadie nunca les toma el pelo y nunca nadie les dice que estén manipulados. Hacen uso, simplemente, de su libertad de opinión política. Tengamos esto muy claro. Si el hecho de pensar que el adversario político es idiota, que es mentalmente inferior, que tiene una psicología débil y que merece un sanatorio, una “corrección”, si todo esto no es supremacismo puro de oliva, ya me dirán qué es. El mismo argumento lo usaba también con gran descaro hace unas semanas ese gran amigo de Catalunya llamado Javier Cercas en el diario El País. Según el escritor las razones de los partidarios de Carles Puigdemont sólo se pueden explicar, descifrar, con la ayuda de un psiquiatra. Cuando alguien presume de salud mental y envía a los demás al psiquiatra es como cuando alguien presume de tener una buena herramienta entre las piernas. Es la consolación de un infeliz.
Cuando Álvaro afirma que “la épica de saber esperar no tiene poesía” hay que hacerle ver que no anda muy bien de retórica, y recordarle simpáticamente que la épica siempre es poesía como me enseñó mi maestro Carles Miralles. Y que, como canta Pau Riba para la eternidad en Es fa llarg esperar: “Quan s’espera que tot ja s’acabi / per tot d’una tornar a començar / quan s’espera que el món tot s’enfonsi / per tornar-lo a edificar, / es fa llarg, es fa llarg esperar”. Tantos años analizando la política nuestra de cada día y aún hay comentaristas que todavía no han entendido, que todavía no han querido entender, que el movimiento independentista es un fenómeno histórico y social que va de abajo hacia arriba, de la calle a los palacios, de la gente a los dirigentes. La gracia —o desgracia— del independentismo es que nadie lo gobierna, es que no está diseñado por sesudos intelectuales, es que es una auténtica revuelta pacífica y democrática, ajena a los intereses económicos y sociales de los denominados poderes fácticos. Los independentistas no estamos locos, sólo estamos locos de ganas de perderos de vista, a todos vosotros los que vivís de ordeñar al país, de hacer la pelota a los que ordeñan al país, a los que lleváis cortando el bacalao desde siempre, a los que habéis venido a este mundo a tener siempre razón, a decirnos que la democracia es vuestra y que el pueblo soberano no puede decidir por sí mismo. A los que han perdido el respeto por la voluntad popular.