En estos momentos en Catalunya manda la actualidad política. Pero esta realidad no puede de ninguna de las maneras dejar en un segundo plano que el próximo 17 de octubre se conmemora el Día Internacional para la erradicación de la pobreza.
Parece que las cifras macroeconómicas tienen derecho a esconder la realidad del país e invisibilizar la pobreza. Es una doble penalización personal para aquellas personas que la sufren, ya que a la falta de recursos vitales se suma una sociedad que los condena al ostracismo, obviando una sociedad que vive a dos velocidades, entre los que salen adelante y los que no. Pero también nos aboca como país a no poder reconocernos como sociedad avanzada, mientras las desigualdades imperen en nuestro entorno.
Con la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como habitantes de la Tierra, nos conjurábamos con una serie de derechos fundamentales y, concretamente en su artículo 25, se propugnaba que todo el mundo tiene derecho a una vida digna y que los estados son los responsables de hacerlo efectivo. Posteriormente ha habido diferentes pactos y tratados internacionales, así como los llamados Objetivos del Milenio, que posteriormente serían los Objetivos del desarrollo sostenible. Todos con el noble objetivo de erradicar la pobreza en el mundo. Más allá de las declaraciones grandilocuentes, y las ingentes cantidades de dinero abocadas en emergencias y en planes estructurales, es verdad que este siglo XXI no nos ha traído muchos avances en términos de justicia global. Hambre, catástrofes naturales, esclavitud, trabajo infantil... desgraciadamente todavía hoy están en la agenda y nos condicionan nuestras vidas.
Es verdad que este siglo XXI no nos ha traído muchos avances en términos de justicia global
En Catalunya tampoco podemos mirarnos al espejo de los países que se pueden mover y reconocerse por el bienestar en que viven nuestros ciudadanos y ciudadanas. Y la maldita crisis, acompañada de la no menos maldita austeridad, no ha ayudado en nada. Sino al contrario: ha agravado la situación.
La pobreza es multidimensional, mientras que su culpa sólo tiene un rostro. Para empezar: el hambre. Según el prestigioso informe sobre desigualdades elaborado por FOESSA, el 16% de la población reconoce que por motivos económicos no puede tener una dieta adecuada. Y el Síndic de Greuges el año 2013 nos tuvo que alertar de que en Catalunya había malnutrición infantil. El segundo rostro de la pobreza se refiere a la educación. Un niño que en su entorno familiar no tiene garantizados los mínimos vitales tiene problemas reales para estar en iguales condiciones que sus compañeros de escuela, de la misma manera que no tiene las mismas oportunidades con respecto a actividades de refuerzo o extraescolares. Igualmente que —para aportar un sueldo en casa— tendrá más dificultad para continuar los estudios. El acceso a la vivienda es un factor determinante para el desarrollo personal. La exclusión residencial en nuestro país ha sido uno de los puntos más débiles de la crisis. Es verdad que parece que el mercado inmobiliario remonta, pero en manos de fondos de inversión y personas de fuera. Mientras tanto, el mercado del alquiler languidece sin remedio. Salud, prestaciones sociales, medio ambiente, derechos de los refugiados... son otros factores de la pobreza estructural en nuestra casa, pero la punta de lanza sigue siendo el mundo laboral. Desde la crisis en Catalunya ha emergido la pobreza laboral —unas 400.000 personas— que a pesar de tener trabajo no llegan a final de mes. Reformas laborales, de las pensiones... han reactivado la economía de los ricos, para alejar la economía de los pobres.
Anteriormente he dicho que la pobreza tenía muchos rostros mientras que los culpables sólo tenían uno: la codicia del capitalismo "casino" que hace bailar a los gobiernos bajo su compás y es capaz de boicotear reformas fiscales o bien dictar textualmente reformas estructurales como la última reforma laboral, hecha bajo los parámetros de la CEOE.
Las salidas de la pobreza en el mundo se encuentran interconectadas. Tenemos que actuar. Y no en términos ni de caridad ni de beneficencia
A pesar de este panorama, en nuestra casa tenemos una sociedad civil organizada que, como siempre, ha dado un paso adelante. Y unos trabajadores y trabajadoras sociales que con pocos recursos lo han dado todo durante estos años, conjuntamente con unos alcaldes y alcaldesas que han obrado verdaderos milagros. Y unos sindicatos que siguen solos reclamando incrementos salariales. Suerte hemos tenido de este cóctel de gente que ha hecho de dique de contención, porque si no quizás estaríamos peor.
En este panorama tendremos que estar atentos a cómo ayudará a paliar la pobreza a la renta garantizada de ciudadanía. Es un misterio saber si realmente conseguirá que en nuestro país nadie tenga privación material severa y cómo actuará en la reducción de las desigualdades.
Hay que buscar soluciones corales contra la pobreza, para conseguir justicia global. Porque si un trabajador de Bangladesh cobra para ir a la fábrica un salario de miseria, este hecho tiene consecuencias en la desnutrición de un niño de nuestra casa. Las salidas de la pobreza en el mundo se encuentran interconectadas. Tenemos que actuar. Y no en términos ni de caridad ni de beneficencia. Si no daríamos la razón a los que creen que la pobreza es estructural. La fiscalidad como en verdadera herramienta de redistribución de la riqueza, sociedades plenamente democráticas y un trabajo digno están a la primera línea de la trinchera. Sólo así construiremos sociedades inclusivas y no excluyentes.
El 17 de octubre volveremos a reivindicar la pobreza cero. Porque el mejor favor que nos podemos hacer como sociedad es anular este día de la agenda.