La semana pasada el Consell Interuniversitari de Catalunya aprobó una moratoria temporal en el requisito de alcanzar el nivel B2 de una lengua extranjera –inglés, francés, alemán o bien italiano– para la obtención de los títulos de estudios de grado universitario.
Es evidente que si queremos ser una economía competitiva, necesitamos que nuestros alumnos hablen idiomas. Hoy en día en muchos puestos de trabajo, el conocimiento del inglés se da por descontado, mientras que una cuarta lengua –además del catalán y el castellano– empieza a ser imprescindible. Pero lo que no podemos hacer es trasladar la responsabilidad del aprendizaje de los idiomas a sólo una de las partes, sin facilitar el aprendizaje.
Me explico. El inglés se enseña –que no se aprende– desde muy pequeños en las escuelas. Aquellos niños y niñas que tienen la suerte de tener progenitores con un nivel adquisitivo alto pueden ir a clases de refuerzo en academias fuera del horario escolar. Y los más afortunados incluso irán a cualquier país que lo tenga como lengua nativa a hacer una inmersión. Ahora bien, los que nunca hemos tenido la suerte de que nuestros padres y madres nos lo pudieran pagar hemos tenido que ir trampeando con el inglés, a base de constancia y de más buena fe que otra cosa. Y esta realidad nos ha situado en el punto de partida con una desventaja clara. El debate que tendríamos que tener es quién y cómo se estudia el inglés en la escuela.
El debate que tendríamos que tener es quién y cómo se estudia el inglés en la escuela
Cuando eres adulto, tienes diferentes opciones. Para empezar, están las Escuelas Oficiales de Idiomas, de la red pública. Os reto a intentar conseguir una plaza. ¡Complicadísimo! Cada año se queda gente fuera aunque es evidente que se han incrementado las plazas en los últimos años. Y las tasas, en plena crisis, subieron exponencialmente. El próximo curso el coste será de 286€. Difícil tener plaza y complicado pagarlo.
Si no tienes la suerte de entrar, puedes mirar las escuelas de idiomas de las universidades. También increíblemente caras. Finalmente te queda la opción de alguna academia privada o bien algún Instituto de los países extranjeros (Instituto Británico, el Goethe alemán o el Instituto Francés, por ejemplo) con unos precios desorbitados y unos horarios fuera de lugar. Un curso de 14 semanas en el Instituto Goethe para aprender alemán te puede costar 930€, claramente al alcance de pocos bolsillos. Y en el Instituto Francés, un curso de 90 horas vale 915 €. También está la opción de inscribirse en alguno de los cursos de formación continua, muy fragmentados y sin garantías de trazabilidad.
Al final, como decía, también te queda la posibilidad de ir a una academia privada, con unos precios que hacen que no pueda acceder todo el mundo.
Nos exigen idiomas. Pero no es fácil. Y no lo es porque nunca nos lo hemos creído como país
A los precios y horarios desorbitados les tenemos que sumar el factor territorio. La red de Escuelas Oficiales de Idiomas ha crecido en los últimos años, como he situado al principio. Pero una persona que vive en Montblanc, si tiene suerte y consigue una plaza, tiene que desplazarse hasta Valls. Hacer kilómetros en vehículo propio, con el sobrecoste que supone, ya que el transporte público es inalcanzable por horarios.
Nos exigen idiomas. Pero no es fácil. Y no lo es porque nunca nos lo hemos creído como país. Si tienes dinero, todo es mucho más fácil. Y si tu procedencia es de una familia acomodada todavía mejor, ya que tendrás medio camino hecho.
Si queremos un país cohesionado, con igualdad de oportunidades, también tenemos que hablar de idiomas. No es un debate accesorio. De cómo aprenderlos, de la forma pero también del fondo. Cómo se enseña el inglés, el francés o cualquier otro idioma y quién tiene acceso. Muchas familias hacen unos esfuerzos ingentes cada mes para pagar academias o colonias lingüísticas. Muchos trabajadores y trabajadoras, muchísimos, sencillamente no se lo pueden permitir. Ni por horarios –cada vez hay más jornadas irregulares–, ni por territorio, ni por economía.
Hay que buscar soluciones. Hace falta que el aprendizaje efectivo de los idiomas esté en la cartera pública con garantías. Con acceso universal y a precios asequibles. Y con reequilibrio territorial.
Y sobre todo tiene que ser un tema clave de país. Porque como dice Raimon, "si sólo los ricos estudian, sólo los ricos sabrán".