Hace días que el vocabulario se ha convertido en un arma perversa en el relato del conflicto político en el que vivimos.

De Albert Rivera afirmando "me sorprende que los sindicatos mayoritarios estén al lado de los golpistas”, al coordinador general del PP, Fernández Maillo, explicando con énfasis que los CDR eran kale borroka, CDR que también han presentado como los comandos o bien insurgencia y que antes de que lo hicieran los mismos fiscales algunos ligaban interesadamente al terrorismo. Jordi Cañas también llegó a decir que en el Parlament se había hecho un "golpe de estado" como el del 23-F. Y haciendo un vaciado de los últimos titulares "periodísticos" más rabiosos encontramos muchos otros términos que abonan el campo de esta escalada, como supremacismo, guerrilla urbana, adoctrinamiento...

Desgraciadamente, esta utilización la hace todo el mundo. De todos lados, Josep Costa, el vicepresidente del Parlament, hacía el jueves un símil entre Llarena y Tejero con el golpe de estado. Tampoco lo podemos permitir. Y no podemos caer en la trampa de conceder espacios de demagogia fáciles.

La "fiesta" empezó hace tiempo. Con cuatrocientos sindicalistas encausados por la última huelga general. Con dos estudiantes que pasaron en la prisión unos cuantos días por el hecho de llevar walkies en una manifestación y a los cuales también se acusaba de pertenencia a banda armada. Con tuiteros y raperos a juicio. Y algunos, al principio miraron hacia otro lado. Y con el aval o los silencios positivos de determinada parte de la sociedad. Hoy hacer huelga ya no se considera socialmente un derecho, sino que algunos la criminalizan de raíz. El lenguaje verbal, o simplemente, fotográfico, también ha tenido un rol. ¿O algunos no recuerdan las portadas de los diarios del día siguiente de una huelga general, llenas de coches quemando o de escaparates rotos? Maximizando un hecho concreto, elevando a categoría todo un día de protesta a la calle. Haciendo el titular fácil pero convirtiendo un hecho normal en su 99% de desarrollo en una jornada globalmente vandálica.

No tenemos que permitir que nos roben el lenguaje. Hay que llamar a las cosas por su nombre, y no dejarnos llevar por estridencias que no llevan a ningún sitio por un puñado de votos

Los CDR son la expresión legítima de una sociedad democrática que acepta las disidencias y que hace de la movilización la mejor expresión de una sociedad civil que se quiere viva. Que estén atentos todos los que creen que eso no va con ellos. Que no se piensen que el agua no les llegará al cuello. Ya se encargará alguien de utilizar aquel calificativo perfecto para atribuirles cosas impensables. Para que allí donde no lleguen los hechos, lleguen las palabras. Para poner sombras, para extender sospechas, en definitiva, para encontrar la palabra con más gasolina.

No podemos dejar que se banalice el lenguaje. Porque detrás de él se crean universos. Un golpe de estado es lo que es. Y en ningún caso, ni el 27 de octubre, hubo uno, ni un juez —por quien no tengo ninguna simpatía— es un golpista.

No tenemos que permitir que nos roben el lenguaje. Hay que llamar a las cosas por su nombre, y no dejarnos llevar por estridencias que no llevan a ningún sitio por un puñado de votos. La escalada terminológica parece que no tiene fin y en el fondo se siembra en las mentes menos hábiles políticamente. Personas que viven en y por el conflicto. No caigamos en la provocación. Un titular grandilocuente no lo vale.