Hace pocos días Francisco Marhuenda en un programa matinal confesó "estar hasta las narices de que nouvinguts como Pisarello vengan a decirnos cómo tenemos que ser". Esta frase esconde todo un mundo lleno de hostilidades, prejuicios y miedos, y que lo que hacen es generar comportamientos de xenofobia y clasismo.
Vamos por partes. Porque, ¿es un "nouvingut" Gerardo Pisarello? Supongo que se refería al hecho de que el teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona nació en Argentina y por eso es considerado así. ¿Diría alguna vez esta frase dirigida a la reina emérita Sofía, nacida en Grecia, o a cualquier futbolista? Supongo que la procedencia tiene que ver con el status para determinar quién es bienvenido y quién no. Pero también tiene mucho que ver con la ideología: desde el altar de la ilustración, quien piensa como él, es de los suyos. Los otros, no. Pero, además, también desprende tics de clasismo. Porque, para la gente como él, una persona del servicio de la limpieza explotada por los ricos en los barrios altos de Barcelona siempre será una persona recién llegada.
En la segunda parte de la frase, Marhuenda afirma que gente de fuera no nos tiene que decir cómo tenemos que ser. ¿Lo habéis oído quejarse de que Vargas Llosa, un peruano, viniera a Barcelona a las manifestaciones para interferir sobre el futuro de Catalunya? Porque, según él, ¿dónde está el límite o qué quiere decir de fuera? ¿Del Estado español? Porque supongo que la crítica no incluye a Inés Arrimadas, una —según sus parámetros— recién llegada de Jerez que se pasa el día dándonos lecciones.
Las identidades son complejas y se suman. Y aquí no pedimos, ni lo haremos nunca, renunciar a unas para asumir otras
En Catalunya siempre hemos compartido aquel concepto tan candeliano y que después fue modelado por Pujol, que "es catalán quien vive y trabaja en Catalunya". Sin excepciones. Gracias a estos parámetros, hemos creado una sociedad inclusiva, en la cual todos hemos puesto nuestro granito de arena para salir adelante. Y nunca hemos puesto en parcelas a las personas por su procedencia. Esta política ha hecho que desde las primeras generaciones la gente se haya sentido parte de Catalunya y que no hayamos tenido una sociedad segmentada y dual. Porque las identidades son complejas y se suman. Y aquí no pedimos, ni lo haremos nunca, renunciar a unas para asumir otras. Sentirse argentino, manchego o andaluz nunca ha entrado en confrontación con sentirse catalán. Pero tampoco con sentirse español, ni europeo, ni ciudadano del mundo. Porque el conflicto que vivimos con el Estado no es de sentimientos, ni de procedencias. Va de futuro y de maneras y formas de ver el mundo. Y cada día este abismo se hace más grande.
Si el señor Pisarello es considerado un recién llegado por el poco tiempo que vive aquí, lo puedo aceptar. Lo es, realmente. El problema es que este hecho cronológico sea una barrera para que participe con plenas garantías y plenitud en nuestra vida social y política, y a eso me niego. Porque seguramente ha hecho más él (o cualquier otra persona que viva aquí desde hace poco tiempo) luchando y participando en nuestra sociedad civil, que insignes prohombres de este país que llevan las fábricas a Indonesia y los impuestos a Luxemburgo. Porque ser catalán no es sólo una concesión de nacimiento, sino que es una práctica diaria, un compromiso con la sociedad en que vivimos. Puedo discrepar muchísimo con el señor Pisarello. Pero mis discrepancias nunca se fundamentarán en su procedencia. Porque, como todo el mundo, venga de donde venga, ideológicamente es un nouvingut muy bienvenido.