Muchos creen que el periodo histórico que atravesemos es horrible, y quizás razones no les faltan, cuando menos si se contempla la lista que sigue.

Los Estados Unidos de América han elegido a un presidente que tiene muchos defectos y casi ninguna virtud, aparte de ser un delincuente condenado. Y que ha constituido un gabinete lleno de personalidades, cuando menos, excéntricas.

Ucrania corre el riesgo de ser sacrificada, neutralizada y amputada de una parte de su territorio a mayor gloria de un dictador sanguinario.

En Catalunya se ha puesto en marcha la fábrica de amnesia, bajo el eslogan de la normalización (como ya se hizo con la denominada transición).

Afirmaba Albert Camus que "la propia lucha por alcanzar la cumbre es suficiente para llenar el corazón de un hombre"

La extrema derecha avanza imparable en todas partes, utilizando también la amnesia sobre lo que ha sido y es, oculta bajo un vago concepto ilimitado de la libertad individual, y vehiculando las nociones autoritarias de un Sartre no leído, según las cuales el fin justifica los medios.

Y, en el otro lado, tenemos una izquierda infantil, seguidora irreflexiva en muchos casos del wokismo y del buenismo, en todas sus manifestaciones, permeable al islamismo radical bajo el pretexto de la tolerancia, y que no para de abastecer (mediante sus arreglos, disparates y acomodos identitarios impropios) de electores al campo contrario.

En todas partes predomina la convicción de no querer ver más allá de lo que se cree. En el ágora pública, ningún debate parece posible (en términos de contraposición de ideas), las propagandas se enfrentan entre sí, y la verdad ha dejado de ser un juez de paz.

El periodo que atravesamos es, pues, siniestro, gélido, y lo que es peor es que no se trata de un paréntesis, sino de un nuevo ecosistema, en el que habrá que habituarse a vivir.

Con esta perspectiva, ¿es posible no bajar los brazos? Y, en cualquier caso, ¿dónde podemos encontrar la fuerza para seguir luchando por los principios que nos hicieron civilización?

Habrá que encontrar la fuerza en el rechazo a hacer depender el coraje para salir adelante de acontecimientos sobre los que no se puede hacer nada. O, quizás mejor, en el rechazo a depender de lo que no depende de uno mismo. Esta es justamente la lección de Sísifo.

En la mitología griega, Sísifo fue fundador y rey de Éfira (el nombre antiguo de Corinto), y promotor de la navegación y del comercio, pero fue también un ser avaricioso y mentiroso. Recurrió a métodos ilícitos para aumentar su riqueza y, desde los tiempos de Homero, tuvo fama de ser el más astuto de los humanos.

A su muerte, y tras varias vicisitudes de entradas y salidas del infierno, fue obligado a empujar una enorme piedra por una pendiente empinada, pero resultó que antes de llegar a la cumbre de la montaña la piedra siempre acababa rodando cuesta abajo y, tal como nos informa la Odisea de Homero, Sísifo tenía que volver a empezar de nuevo a subir la pendiente desde la base.

Aunque el motivo de este castigo cuenta con varias versiones, el hecho es que Sísifo solo se sentía desgraciado cuando, esperando llegar a la cumbre, y gracias a un malentendido, la piedra quedaba en un precario equilibrio, pero que rápidamente daba paso, otra vez, al hecho de rodar para atrás. Este momento de desgracia ante un precario equilibrio y el sueño de alcanzar la cumbre debe parecerse al de las personas que quieren acabar de una vez con las injusticias, o con las fake news, o con el antisemitismo, o con la demagogia prometedora, o con... La piedra vuelve a rodar una y otra vez.

Ello implica que en todos estos casos la victoria nunca es definitiva, y que la peste siempre regresa.

Sísifo lo hacía una y otra vez porque no dependía de él que la piedra quedara en equilibrio, y por eso se daba como única razón de ser subir la piedra lo más arriba que pudiera, porque era en este gesto donde encontraba el cumplimiento de la tarea que podía llenarlo, en el sentido que afirmaba Albert Camus: "la propia lucha por alcanzar la cumbre es suficiente para llenar el corazón de un hombre".

A ojos de Sísifo, los acontecimientos políticos y civilizatorios que nos son dados a contemplar solo son accidentes del camino, y nada puede hacerse para cambiar de ruta. Hay que conocer y consentir los horrores de este mundo para poder luchar eficazmente contra ellos. Ninguna atrocidad debe hacer tambalear una determinación firme, ninguna desgracia debe ser capaz de parar ninguna obstinación. La lucha es más importante que la victoria. De hecho, la ascensión es más importante que alcanzar la cumbre, el camino es más importante que la llegada.

El desaliento no debería tener lugar en personas que tienen un objetivo y un camino, porque la única derrota es bajar los brazos. Y eso solo depende de cada uno.