Las elecciones a la presidencia de los Estados de Unidos de América (EE.UU.) y las elecciones a la alcaldía de Barcelona tienen un punto en común, y es que no se ganan, sino que se pierden. Quien ocupa la Casa Blanca durante el primer mandato lo tiene todo de cara para ganar un segundo mandato. Si gobierna bien y utiliza el poder con inteligencia, lo más probable es que renueve el cargo cuatro años más. Los datos así lo indican: según The Washington Post, de los 46 presidentes que EE.UU. ha tenido hasta ahora, 10 no lograron ser reelegidos (entre ellos Trump), 4 no optaron a un segundo mandato (entre ellos Biden) y 2 fueron asesinados antes de terminar su primer mandato. Por lo tanto, 30 presidentes ganaron la reelección en las urnas. Por eso se encuentran menos candidatos cuando hay elecciones para revalidar una presidencia y se encuentran más cuando ambos candidatos son nuevos. En Barcelona ocurre lo mismo, más o menos: quien tiene la alcaldía puede perderla por una mala gestión (como le ha ocurrido a Ada Colau), mientras que si se gobierna bien y con acierto, se puede revalidar la alcaldía indefinidamente (como le pasaba a Pasqual Maragall). En uno y otro lugar, es muy difícil desbancar a un líder que gobierne bien y con un liderazgo que sobrepase los límites de su partido.
Por tanto, no solo ha ganado Trump: ha perdido Harris estrepitosamente. Es cierto que la candidata demócrata llegó a la nominación tarde y mal, de forma tan acelerada que ni siquiera se sometió a las primarias de su partido. Pero, sin embargo, el relevo de Joe Biden fue bien acogido por sus potenciales votantes y se disparó en las encuestas. Pero enseguida empezó el lento pero inexorable declive demoscópico. Se confió demasiado y no entendió que buena parte del voto republicano formaba parte de la mayoría silenciosa y era un ejemplo perfecto de la espiral de silencio, un mecanismo de defensa psicológico por el que una persona tiene una posición concreta en un tema, pero nunca lo dice en público (y mucho menos a un encuestador) porque intuye que puede ser mal visto. Lo mismo ocurre en Catalunya con algunos votantes de algunos partidos o con algunos defensores de Israel, que tienen una opinión muy clara, pero evitan a toda costa expresarla en público para no ser señalados por la Stasi del pensamiento políticamente correcto. Pues eso mismo le ha ocurrido a Kamala Harris, a su equipo y a sus propagandistas estadounidenses y catalanes: que se han centrado en las encuestas (que son solo muestras) y no en las tendencias evidentes que proyectaban las redes sociales (que es donde está la gente real).
A los ciudadanos americanos les afecta directamente mucho más la inflación que la Franja de Gaza. Por eso, por cierto, los Comuns y la CUP sacan resultados marginales en Catalunya
El segundo gran error de Kamala Harris no es nuevo, sino que lleva tiempo siendo un error persistente del Partido Demócrata. Han segmentado el electorado en busca de mensajes concretos para grupos específicos, y eso está bien, pero lo han llevado al extremo de olvidarse del “todo” para dirigirse a una “parte”. Han construido una estrategia electoral para dirigirse a las mujeres, a los negros, a los hispanos, a los colectivos LGTBI, a los asiáticos, a los migrantes, a los estudiantes y a los propalestinos. Han convertido las elecciones en un plebiscito sobre el aborto. Han radicalizado su discurso en exceso y, por ejemplo, se ha pasado del “Black Lives Matter” (una idea mayoritaria) al “Defund the police” (una idea minoritaria). Se ha pasado del apoyo a Palestina a la expulsión de los estudiantes judíos de las universidades por parte de grupos totalitarios. Los mensajes siempre se pueden radicalizar y el Partido Demócrata no ha sabido desmarcarse de ellos, olvidándose de construir un proyecto estimulante y atractivo para la globalidad. Por ejemplo, un problema que afecta a todos, de todos los segmentos, etnias, religiones, clases, Estados y edades es la inflación y el acceso a la vivienda: y la gente vota pensando, sobre todo, en la cartera y en el futuro de sus hijos. Como bien dijo el estratega demócrata Jim Carville durante la campaña que hizo presidente a Bill Clinton en 1992, “¡Es la economía, estúpido!”. Parece que en el cuartel general demócrata lo hayan olvidado, desgraciadamente. Muchísima gente vota pensando estrictamente en lo que le puede afectar personalmente, y es evidente que a los ciudadanos americanos les afecta directamente mucho más la inflación que la Franja de Gaza. Por eso, por cierto, los Comuns y la CUP sacan resultados marginales en Catalunya.
Además, Kamala Harris no entendió que la suma de minorías no constituye una mayoría. Un buen ejemplo son los hispanos, cuyo sentido del voto le ha explotado en las narices. No hace falta ser un experto ni un sociólogo para saber que la mayoría de hispanos que viven en EE.UU., hayan nacido ahí o no, lo que realmente quieren es ser americanos. No por ser de origen mexicano u hondureño, de primera, segunda o tercera generación, se tienen más simpatías por los recién llegados de esos países, y menos aún si han entrado de forma ilegal. A menudo es justo lo contrario. Pueden ser vistos como una competencia laboral o, peor aún, como un elemento que les puede condicionar a ellos mismos a nivel social. Un caso parecido ocurre en Francia, donde buena parte de los franceses de origen extranjero son partidarios de expulsar a los inmigrantes ilegales. El factor humano existe y debe tenerse siempre en cuenta; el más racista de todos es siempre el penúltimo en llegar, al igual que aquellos que no quieren más chalets en la costa son los mismos que compraron la última promoción. El resultado de todo ello es que Donald Trump, un auténtico gamberro, un delincuente y un misógino, ha ganado las elecciones y ha incrementado su apoyo electoral entre los hombres y las mujeres blancas, entre los hombres y las mujeres hispanas, y entre los hombres negros. Solo retrocedió entre las mujeres negras, que hoy constituyen el grupo compacto más fiel al Partido Demócrata. Trump subió incluso entre las mujeres jóvenes de entre 18 y 29 años. Lo bueno de todo es que Trump solo podrá estar cuatro años. Lo malo es que el Partido Demócrata no corregirá ninguno de sus errores. La parte que no sabemos es si algunos partidos catalanes tomarán nota de la experiencia y corregirán algunos de sus persistentes errores.