Antes no te marches de aquí a veintisiete segundos, déjame decirte que te entiendo: yo tampoco acabo nunca de leer el 95% de los artículos que encuentro en los periódicos digitales. No sufras, sin embargo, no somos una excepción. Según el portal reddeperiodistas.com, los lectores de prensa digital destinamos solo veintiocho segundos a cada pieza después de haber entrado, ya sea porque la hemos leído en diagonal, porque no hemos superado el primer párrafo o porque sencillamente con el titular y el encabezamiento ya hemos tenido bastante. Es así, por eso me veo obligado a decirte adiós, ya que con una velocidad de lectura normal, justo hace veintiocho segundos que has empezado a leer este artículo y, por lo tanto, ahora te marcharás. Si no lo haces, nos vemos en el párrafo de debajo.
Si has decidido continuar, déjame decirte antes de que te marches que el problema no es tuyo, sino nuestro, de los periodistas, cronistas y articulistas que hemos olvidado una cosa básica: si queremos que la gente lea, primero hay que querer escribir, que no quiere decir lo mismo que redactar. Cuando leo un artículo y veintiocho segundos después siento que ya he tenido bastante, tengo ganas de exigirle a quien lo ha escrito que me explique las cosas con un punto de vista que me permita reflexionar. Que me cuente historias que me emocionen. Que me informe de lo que no sabía. Que me haga reír. Que me haga templar con palabras que no conocía, con frases hechas que tenía olvidadas o con metáforas que nunca habría imaginado. En definitiva, que me explique el mundo, o una visión particular de él, haciendo uso de la lengua como lo que es: una herramienta con la cual construir textos llenos de artesanía, ya que la diferencia entre redactar y escribir seguramente es esta.
Si todavía estás aquí, déjame explicarte que no estudié Periodismo, sino Filología Catalana, y por eso no soy nadie para decir qué tiene que hacer la prensa a fin de que los consumidores no huyamos después de veintiocho segundos. A la vez, tengo muy claro que solo reflejándonos en la literatura conseguiremos hacer lo que ha hecho siempre la literatura: que los lectores aguanten textos de más de medio minuto, incluso novelas de quinientas páginas. No hablo de hacer crónicas políticas del Parlament con alejandrinos y tres hipérbatones por párrafo, pero hablo de no olvidar los recursos de la literatura para comprender que todos tenemos centenares de diarios a los cuales consultar la actualidad, pero aquello que nos diferencia de los otros es el estilo con que los periodistas tratan de explicarla y los articulistas tratamos de glosarla.
Si ya hace dos minutos que estás aquí y todavía no te has cansado, me permitiré confesarte que, por increíble que parezca, Xavi Freixes lo peta cada día haciendo El temps de ElNacional explicando la previsión meteorológica de pasado mañana con refranes y pareados, que es como ya comentaban el tiempo hace tres siglos los campesinos de mi pueblo. La poesía nació para explicarle a la gente las gestas de sus militares, las bondades de la Virgen y las recetas gastronómicas, que gracias a la rima y aquel sonsonete de juegos florales de Primaria eran más fáciles de recordar para todas aquellas personas que tenían dedicación y talento delante de una olla, pero no tenían la suerte de haber aprendido a leer ni escribir. Si un recurso como el de la rima hace más popular y afable la previsión del tiempo para mañana, los flashbacks, las elipsis, la simbología o la subtrama hacen más magnética y seductora cualquier historia. Por eso el podcast de Crims es cien veces más atractivo para la audiencia que una pieza radiofónica informativa explicando el mismo suceso de crónica negra. Lo es por la historia, evidentemente, pero sobre todo por la manera de explicarla. Es decir, más por el como que por el qué.
Si quieres continuar aquí conmigo, te explicaré que mi amigo Toni Piqué siempre me recomienda que escriba artículos más cortos y más breves, sobre todo que vayan de cara a barraca en el primer párrafo, antes de los veintiocho segundos. Cuando me lo dice, siempre le respondo que he trabajado durante años escribiendo eslóganes publicitarios pensados para captar la atención del espectador con cuatro palabras o anuncios televisivos donde con medio minuto tenía que explicarlo todo, pero que si el mundo de la publicidad me ha acabado aburriendo y el mundo de la prensa me ha acabado apasionando es precisamente porque, en el siglo XXI, no hay nada más contracultural que ir a un ritmo diferente del que la sociedad nos dicta. Por eso amo el periodismo lento en tiempo de TikTok, por eso abrazo los reportajes escritos como si fueran parte de una novela y por eso soy suscriptor de un par o tres periódicos, ya que la única manera de explicar el mundo sin que nadie se marche al cabo de veintiocho segundos es poniendo en valor aquello que se escribe.
Si te has marchado veintiocho segundos después de haber empezado esta columna, seguramente quiere decir que no estés por tonterías y pienses que no vale la pena perder minutos con un artículo como este. Es normal. De toda la vida, los diarios del día antes han servido para secar el suelo después de fregar, quizás por eso cuando de pequeño veía el retrato de algún columnista como Umbral o Espinàs sobre las baldosas de la cocina, cuando todavía olían a lejía, pensaba que si algún día conseguía escribir en un periódico, escribiría cada artículo con el objetivo de no ser aquello. Si Miquel Martí i Pol decía que "en cada mot m'hi jugo l'existència", yo a menudo digo que en cada artículo me juego el placer de quien me lee, seas tú, mi madre o el editor del diario, pero sobre todo alguna cosa mucho más valiosa: tu tiempo, retenido en una cita a ciegas de tres, cuatro o cinco minutos en los cuales has decidido leerme durante más de veintiocho segundos.