Lejos de la perspectiva romantizada de la lectura, que la convierte en el salvavidas político que nos guardará de todos los males o que solo se la mira como un refugio sentimental, leer es esencial para aprender a pensar. Sumergir el cerebro en los mecanismos de pensamiento de otro, que se filtran en su escritura, supone ponerse en condiciones de ensanchar los propios mecanismos de pensamiento e, incluso, someterlos al límite. Cavilar todo el rato sobre las ideas de uno mismo capa las posibilidades de pensar nada nuevo. En cambio, explorar el esquema psicológico de alguien más, aunque solo se extraiga el placer de la confrontación o el peso del aburrimiento, contribuye a construir y desarrollar una base sólida para pensar. No se trata, pues, de hablar de la lectura asociándola a las finalidades de un espectro político determinado o a un molde social concreto, sino de centrarnos en lo que pasa sin ornamentar el acto: leer ayuda a pensar mejor. Pensar mejor, tener más información y saberla jugar a favor de las propias ideas es esencial para constituir un criterio. Tener criterio, la oportunidad de modificarlo y la autonomía de actuar en consecuencia es esencial para ser un ciudadano libre.

Sin la lectura que sustenta la comprensión y el discernimiento, sin una caja de herramientas que permite al individuo escoger como absorbe la información, la configuración del propio pensamiento quedará en manos de otro

En este punto, todos nosotros ya hemos entendido que el problema de la extrema derecha no es la falta de libros. El autoritarismo —el de derechas y el de izquierdas—, sin embargo, se sirve de los ciudadanos manipulables para legitimar la autoridad que codicia. Es posible que los chicos que este año hacen segundo de bachillerato tengan mucha más información sobre el mundo y la tengan mucho más al alcance que servidora cuando hizo las PAU, diez años atrás. Al mismo tiempo, la sensación es que estas generaciones se enfrentan al mundo desprotegidas. Todo son pódcasts, reels, streams y tiktoks que funcionan como si se tratara de un bombardeo informativo —o desinformativo. Sin la lectura que sustenta cualquier capacidad de comprensión y discernimiento, sin una caja de herramientas que permite al individuo escoger como absorbe la información con la que se le bombardea, la configuración del propio pensamiento siempre quedará en manos de otro. Sin leer, perdemos capacidad de autogobierno.

Viendo cómo ha funcionado el Departament d’Educació en estos últimos años, cuando salga publicada esta columna, quizás se habrá repensado la decisión de eliminar las lecturas obligatorias

Desmontar esta consigna es relativamente fácil, sin embargo: hay muchas cosas que ayudan a trabajar el intelecto. Desde luego. Con todo, la lectura —del libro que sea— cuenta con dos particularidades que la hacen inherentemente útil. Por una parte, escribir es la manera más eficaz —la única, diría— de concretar ideas y transmitirlas de una cabeza a otra cabeza. De recibir ideas de la manera más próxima a cómo la persona que las emite las ha pensado, quiero decir. Por otra parte, la lectura, a diferencia de un reel o un pódcast, requiere una capacidad de comprensión y concentración que incentivan la destreza memorística. Si ha habido esfuerzo de concentración, de comprensión y de adopción o refutación de lo que se ha leído, es más fácil que el sitio nuevo al que hemos llegado haciendo este proceso quede impreso en nuestro cerebro.

El menosprecio a la evaluación de la comprensión lectora es el enésimo síntoma de un modelo educativo que parece que estructure sus programas con finalidades prioritariamente lúdicas

Soy consciente de que, viendo cómo ha funcionado el Departament d’Educació en estos últimos años, cuando salga publicada esta columna, quizás se habrá repensado la decisión de eliminar las lecturas obligatorias. La capacidad de ilusionarse es condición necesaria para la felicidad, supongo. El problema, sin embargo, es que el menosprecio a la evaluación de la comprensión lectora es el enésimo síntoma de un modelo educativo que parece que estructure sus programas con finalidades prioritariamente lúdicas, como si la mayoría de las cosas importantes no se aprendieran sobreponiéndose a uno mismo y sobrepasando los propios límites. "Ya les suspenderá la vida", decimos, como si de este sistema los alumnos salieran ganadores. De este modelo desalfabetitzador y alérgico a suspender, los alumnos son las víctimas. La educación que les damos no les hará hacer el sacrificio ni siquiera de descargarse un resumencito literario de internet y comprenderlo para pasar una prueba. El sistema educativo catalán no está preparando a los alumnos para la vida adulta ni para el mundo. Los enésimos informes PISA ya lo apuntaban claramente. En vez de darles las herramientas para protegerse de las turbulencias de la modernidad, los desprotege. En vez de velar por su libertad, los pone en condición de ser cautivos.