Dispuesto a amargarnos la existencia hasta sus últimos átomos de vida, el actual Govern (mediante el Departament d’Educació y el Consell Interuniversitari de Catalunya) anunciaba hace muy poco la eliminación de las lecturas obligatorias en la convocatoria de las PAU 2025. Ante el alboroto generado y para matizar los cambios, la consellera Anna Simó se apresuraba a aclarar que Educació propondrá listas más amplias de obras literarias, de las cuales cada centro tendrá que escoger un par, remachando: "Los centros tendrán autonomía para seleccionar las obras o para hacer nuevos itinerarios. Por lo tanto, las lecturas obligatorias no desaparecen; pasarán a ser escogidas desde los centros". La afirmación de Simó tiene su coña, pues si leemos el documento público de información sobre las PAU, veremos ab initio la siguiente frase: "A partir de esta convocatoria ya no habrá lecturas obligatorias". ¡Alehop!

Servidor recomienda a los lectores que —armados con toneladas de paciencia— lean esta obra maestra de publicación del departament, rebosante de faltas de ortografía y de una escritura repulsiva (abracadabra, decía antes, de aquellos para los que Aristóteles y el principio de no contradicción no se encontraban entre sus lecturas obligatorias). Se manifiesta, en definitiva, que los burócratas responsables de aquello que tendría que ser la sectorial más importante de nuestra administración no saben escribir sin cometer errores básicos ni redactar un texto de mínima clarividencia. Por otra parte, eso sí, la narración resulta salpimentada de expresiones infectas importadas de la pedagogía moderna (¡que es la más carca!), mandangas demenciales como "dimensión competencial del currículum" o "las personas coordinadoras". Si el nivel de lengua y literatura de nuestros niños depende de esta peña, vamos listos.

La tradición humanística de un pueblo es precisamente aquello que no podemos escoger. Es por este motivo que los grandes imperios y civilizaciones han establecido, entre otros, un canon literario de obras que hay que leer. Esta lista tiene que ser permanentemente sometida a debate, puede sufrir alteraciones de criterio y nos toca añadir más género femenino y la pluralidad de razas que muchas escuelas y academias han negado al Olimpo de los escogidos. ¡Solo faltaría! El canon está para saltárnoslo: pero lo tenemos que conocer como si fuera el misal. Cuando un examen de acceso universitario, y por lo tanto una administración, impone (¡sí, impone!) una serie de libros no está maltratando a alumnos o docentes: contrariamente, les está mostrando que viven en un trozo del suelo que se vincula necesariamente a unos textos y a una determinada forma de escribir. Su importancia radica precisamente en que no haya itinerarios (ecs) alternativos.

La tradición humanística de un pueblo es precisamente aquello que no podemos escoger

Por mucho que el departament ofrezca listas vinculantes de obras literarias y que esconda su poca maña regalando más autonomía a los centros para escoger algunas opciones (visto el nivel de lectura de la mayoría de profesores de nuestros niños, eso todavía aumenta más la tragedia de todo esto), el problema de esta iniciativa radica en el concepto de pensar que se puede decidir qué se tiene que saber. A mí la Summa theologica de Santo Tomás de Aquino o Sein und Zeit de Heidegger me pueden parecer unos coñazos de obras (que no es el caso), sin embargo, si yo tengo la osadía de ir de filósofo por el mundo, tengo que conocer el contenido de estos textos, independientemente de si los cojones de mi albedrío se inclinaran solo a tratar la problemática del marxismo (que no es el caso). La literatura, la filosofía y la historia del arte no se tienen que estudiar por itinerarios: las disciplinas mismas son el único camino.

Como era de esperar, los burócratas también han defendido este cambio apelando al sonsonete de querer superar aquello que los cursis denominan "preguntas memorísticas sobre literatura". Volvamos a la paciencia y establezcamos las cosas más básicas: los humanos (y nuestro saber) son un cúmulo de contenidos, estímulos, sentimientos y vivencias. Pero todo se filtra a través de aquello que recordamos. Sin memoria, sin capacidad de recordar, no sabemos ni siquiera lo que sentimos en un determinado presente (leed a Proust, ¡panda de memos!). De nuevo, a mí me puede parecer que la teoría del imperativo categórico kantiano puede ser una tontería (que no me lo parece), pero con el fin de contradecirla, o simplemente de pensar en ella, la he tenido que memorizar de la primera a la última letra, de la misma manera que un químico tiene que recordar la tabla periódica de los elementos mejor que los dedos que tiene en la mano.

Resulta muy fatigoso tener que explicar las cosas más básicas sobre educación, en especial cuando uno se dirige a la generación de políticos catalanes más analfabeta de toda nuestra historia. Mi única esperanza es que nuestros maestros y también nuestros alumnos no les hagan caso y tengan la bondad de cruzar el arco de triunfo de los libros catalanes que hay que leer para ir por el mundo. Porque, además, cuando se olviden del hecho de que son lecturas obligatorias, empezarán a pasárselo de puta madre con una experiencia que no tiene rival en términos de placer y de alegría: leer en nuestra maravillosa lengua.