Irlanda ha sido presidida por dos mujeres llamadas María. Dos mentes llevando las riendas del país, una detrás de la otra, que han dibujado una Irlanda diferente de las tenebrosas novelas del siglo pasado. Ambas han surgido de un hummus creyente, y ambas, líderes indiscutibles, lo han vivido integrándolo en su manera de hacer política.
Mary McAleese fue presidenta de Irlanda después de Mary Robinson. McAleese, nacida en 1951 en una familia católica de Belfast, nació en un ambiente protestante, y se interesó muy joven por las Ciencias Políticas y el Derecho. Maire Pádraigín MhiC Ghiolla Íosa, que es como se llama en irlandés, fue profesora de Derecho Penal y Criminología en el Trinity College de Dublín. También hizo de documentalista y periodista para la televisión irlandesa. No en vano, dominaba muy bien el arte de no responder nada de lo que le preguntaban los periodistas. Una artista del medio.
Se convirtió en la primera mujer católica vicerrectora en la Queen’s University de Belfast. En un contexto irlandés católico tradicional, McAleese luchó en batallas como descriminalizar la homosexualidad o en asuntos internos católicos, como promover la ordenación de las mujeres sacerdotes. Abrió la puerta también al divorcio. Todas sus luchas ya habían tenido una iniciadora, llamada Mary, como ella.
El legado es también un bien social, y no hace falta que sea póstumo.
Porque Mary McAlesse no es la pionera. Fue Mary Robinson la mujer que el 11 de noviembre de 1997 se convirtió en la octava presidenta de Irlanda y en la primera mujer a ocupar el cargo. Robinson, primera presidenta de Irlanda de 1990 en 1997, cuando acabó el mandato, pasó el cargo a otra mujer electa a la presidencia. Era la primera vez en la historia, y hace cuatro días.
Cuando lo dejó, Robinson se marchó al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, creado en 1994. Fue Kofi Annan quien le pidió personalmente que lo asumiera. Ella no tenía ningún miedo. De hecho, con tan solo 25 años ya había acabado los estudios en Irlanda, se había especializado en derecho en los Estados Unidos, y ya daba clases en la universidad y se había posicionado a favor de la lucha por los derechos humanos, que consideraba adobe, insuficiente y urgente. Robinson era hija de una familia católica y algunas de sus posiciones a lo largo de su trayectoria, como su visión a favor del aborto, le causaron problemas y ha sido muy criticada por haber ampliado los supuestos en caso de interrupción del embarazo. Robinson destacó en la lucha por los derechos de los padres y madres solteros y por los derechos de los homosexuales.
Mary Robinson fue una líder desde pequeña. Mary Therese Winifred Bourke (Robinson es el apellido de casada) no tuvo temor reverencial y se convirtió en la primera jefa de Estado irlandesa que visitó a la reina de Inglaterra, con quien tuvo la misión de recoser los hilos que la historia había deshecho. Robinson ha sido galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales y ha sido Embajadora de Conciencia, un premio de Amnistía Internacional, entre otros. Criticada para ser un espíritu libre y díscolo, espíritu que ha quedado recogido en el Mary Robinson Center, inaugurado este año a Ballina, condado de Mayo, su casa natal, que quiere servir de inspiración en derechos humanos, igualdad de género y justicia climática. Una buena idea, este legado social de una presidenta pensionista que todavía puede dar impulso. Los cargos eméritos no se han muerto. Son gente con un potencial desperdiciado. Han vivido muchas más vidas que la ciudadanía. Han sido privilegiados, vilipendiados, odiados, queridos. Un referente con recursos, ideas, vida vivida.
No sé detectar, en nuestro contexto, fundaciones lo bastante implicadas con el progreso social que provengan de presidentes eméritos y no sirvan solo a los intereses de sus partidos. El legado es también un bien social, y no hace falta que sea póstumo.