Esta semana he ido a comprar en una tienda de ropa de la marca Subdued a la Illa Diagonal de Barcelona. El trato que me dispensaron sus trabajadoras fue tan amable como castellanohablante en todo momento. Yo hablaba en catalán, ellas respondían en castellano. A la hora de ir a pagar, vi que detrás de la persona que me cobraba había un letrero con las direcciones de las otras tiendas que Subdued tiene en Barcelona. Y ponía literalmente: "c/Provenza, 268" y "c/Pelayo, 12". Y aquí viene la clave de este artículo: a pesar de que —como es evidente— me fijé y me sorprendió, no dije nada. Podría decir que tenía prisa (cosa cierta), podría decir que había gente detrás de mí haciendo cola (cosa cierta), pero la razón más importante es que en el fondo quise esquivar el momento de conflicto. Por lo que fuera, no pedí explicaciones de por qué todo estaba en castellano, incluso una toponimia que hace muchos años que está normalizada en catalán (¿Si llegan a tener una tienda en Terrassa habrían escrito Tarrasa?). Así pues, quise evitar el conflicto por una mezcla de prisa, de quitarle importancia, pero sobre todo de vergüenza. Vergüenza de tener la sensación que iba a montar un número, de ser el rarito y vergüenza también de quejarse a unas trabajadoras que, seguramente, no tenían ninguna culpa. Pero quien tuvo vergüenza de levantar el dedo fui yo. Hasta hoy.

Hasta hoy porque, al salir del establecimiento pensé que quien tenía que pasar vergüenza era Subdued, una multinacional italiana que, de la misma manera que debe pagar impuestos, que debe tener dados de alta sus trabajadores en la Seguridad Social y que sigue unos determinados horarios comerciales, también tiene que cumplir la normativa lingüística. En mi no queja, también pesó el hecho de que cuando esgrimes todo esto quedas como el que señala. El incumplimiento de las normas lingüísticas debe ser el único ámbito legal en el que cuando alguien vulnera la ley, la vergüenza recae en el denunciante y no en el denunciado. Expón públicamente que SEUR no te ha entregado a tiempo un paquete, y tendrás una alfombra roja en redes y medios para que expliques tu caso. Expón públicamente que el repartidor no te ha querido entregar el pedido porque le has dicho el DNI en catalán y eres tú el que quedarás como un intolerante. Se da la paradoja, pues, que el momento incómodo lo pasa aquel a quien se le pisan los derechos. Hasta hoy: la incomodidad la tiene que pasar quien incumple, la vergüenza lingüística tiene que cambiar de bando.

Se da por hecho que el catalanohablante también es castellanohablante y esta habilidad acaba transformándose en imposición. Del castellano, claro

Los catalanohablantes tenemos derecho a vivir las 24 horas del día en catalán en Catalunya, igual que los vecinos de Valladolid tienen el derecho a vivir las 24 horas del día en castellano o, en Italia, los directivos de Subdued seguro que tienen el derecho, la tranquilidad y el placer de poder vivir las 24 horas del día en italiano. No exhibo ninguna intolerancia, ni ejerzo ninguna soberbia, simplemente exijo los mismos derechos para todo el mundo; y ya que desde el 2017 el mantra ha sido que la ley, la ley y la ley, pues la ley, la ley y la ley: El artículo 18 de la ley de política lingüística establece que la única lengua de la toponimia en Catalunya es el catalán. Esta ley es de 1998. Este año, pues, hará 27 que —a todos los efectos legales— la calle Provença es la calle Provença, no Provenza. Seguramente la mayoría de las trabajadoras del establecimiento no habían ni nacido cuando se aprobó, pero por antigua que sea la ley no exime su cumplimiento: también tienen derecho a una sanidad pública y gratis gracias a una ley aprobada en 1986 y bien que deben ser conscientes de llo.

A diferencia de los italianohablantes en Italia o de los castellanohablantes en España, los catalanohablantes en Catalunya no tenemos garantizado el derecho a poder expresarnos en nuestra lengua en todos los ámbitos. Habrá algún momento, alguna situación, algún caso, en el que el catalanohablante se verá obligado a dejar de hablar en su lengua y pasar al castellano si quiere seguir manteniendo la conversación, el trato o el trámite. ¿Quién es el intolerante? ¿El castellanohablante que sin necesidad ni apariencia de plantarse se planta, o el catalanohablante que hace visible que se planta y queda señalado como lo que no baja del burro? ¿Por qué el catalanohablante? Porque se da por hecho que el catalanohablante también es castellanohablante, y esta circunstancia se transforma en imposición. Del castellano, claro. Para los catalanohablantes que son también castellanohablantes es una suerte poder dominar las dos lenguas. Que esta habilidad vaya en detrimento de una de las dos es injusto para el catalán y para los catalanohablantes. Y, hace falta repetirlo, además de injusto en algunas situaciones es ilegal. Que en Catalunya no se pueda vivir en catalán las 24 horas del día no es culpa de los catalanohablantes. Sin embargo, en la línea de lo que decía esta semana Xavier Antich en su discurso de Fin de Año, o Jordi Cuminal en su artículo en este diario, el momento de la queja ha acabado. O cuando menos, de la queja estéril: hay que detectar aquellos ámbitos donde el catalán no está presente por olvido, dejadez o militancia monolingüe y hacerlo constar al personal, al libro de reclamaciones, a l'Agència Catalana de Consum o a cualquier estamento que tenga responsabilidad. Sea donde sea: en una tienda, en un juzgado, o en una clase programada en catalán pero impartida en castellano porque uno solo de los 20 alumnos así lo pide.

No se tienen que dar explicaciones para reclamar el catalán, son quienes no lo tienen en la carta, en el letrero, en el mostrador o en la consulta médica los que tienen que explicar la ausencia"

De la misma manera que es surrealista que te llamen desde un número que no conoces, que el interlocutor tenga tu teléfono sin que se lo hayas dado, para ofrecerte un producto que no necesitas, en un idioma que no es el tuyo, y tengas que acabar siendo tú el que te excusas y te tengas que justificar de por qué no quieres un seguro para el coche, los catalanohablantes no tienen que dar explicaciones a la hora de reclamar el catalán. Son quienes no tienen el catalán en la carta, en los letreros, en el mostrador o en la consulta médica los que tienen que explicar esta ausencia. Para los amantes de la inclusividad, que conste que eso no hace más que incluir y sumar porque las lenguas no son vasos comunicantes de suma cero: un castellanohablante con obligación de atender en catalán no dejará de serlo y, en cambio, el catalanohablante podrá ser atendido en su lengua. Es más, a pesar de las fake news que van repitiendo los monolingüistas del castellano, la ley obliga a que todo esté también en catalán, no que solo esté en catalán. Es evidente que se tiene que extender el uso social del catalán, pero hay una pantalla previa: el de evitar que se sigan perdiendo parcelas donde se utiliza. La lengua se encuentra en emergencia lingüística y hace falta preservar y recuperar espacios, milímetro a milímetro. Y para que eso pase, la vergüenza tiene que empezar a cambiar de bando.