Cuando era muy joven, en clase competíamos en hacer gestos absurdos y difíciles: había compañeras que podían mover las orejas un poco. Yo soy incapaz, pero sí que puedo enroscar la lengua o doblarla hacia abajo, vaya lo uno por lo otro! Se considera que hay hasta seis movimientos básicos de la lengua: enroscarla, torcerla hacia la derecha o la izquierda, doblarla hacia abajo, hacer la forma de una cazoleta en medio o ponerla puntiaguda. No todo el mundo puede hacer estos movimientos, por ejemplo, un estudio hecho en Holanda demuestra que en torno al 80% de la gente puede enroscar la lengua, cerca de un 30% puede doblarla, o torcerla hacia los lados, y menos de un 15% puede hacer la forma de una cazoleta. El mismo estudio en Asia, indica que los porcentajes poblacionales de las habilidades linguales son un poco diferentes según el origen geográfico de las personas. ¿Habéis probado vosotros qué movimientos podéis hacer con la lengua?

La lengua está constituida por un complejo entramado de músculos, que son los mismos para todos los humanos. Lo que sí que varía es su inervación y, por lo tanto, los movimientos. La lengua es esencial en procesos tan importantes para los humanos como comer, deglutir, probar, besar y hablar. Aunque la capacidad de mover la lengua es genética, determinada por muchos genes diferentes, también hay una cierta capacidad de aprendizaje. De hecho, los humanos aprendemos a hablar en un proceso de aprendizaje innato y no dirigido cuando somos bebés. Seguramente os estáis preguntando por qué puede ser relevante este tipo de estudio, incluso os puede parecer una curiosidad sin mucha importancia. Pues bien, uno de los efectos secundarios del cáncer de lengua es la pérdida de su movilidad y, por lo tanto, de todas las funciones que dependen de este órgano. Si llegamos a averiguar cómo dominamos cada uno de estos movimientos, podemos guiar la fisioterapia lingual de estas personas para mejorar sus condiciones y recuperar el control de deglución o de habla. Lo que está claro es que si no sabemos como hacer un determinado movimiento antes, no podremos repetirlo después de los tratamientos oncológicos.

¡Si lo pensáis fríamente, la lengua es increíble! Por eso, esta semana la revista Science ha dedicado su portada y un reportaje a explicar las particularidades de la lengua (os recomiendo que lo leáis, encontraréis imágenes de especialización lingual muy sorprendentes). Evolutivamente, la lengua es una invención de los vertebrados, de cuando empezaron a invadir la tierra firme, hace aproximadamente 400 millones de años. La lengua es uno de los órganos que presenta mayor diversidad funcional y estructural del cuerpo de un vertebrado. Ahora bien, ¿por qué surgió la lengua? La tarea ancestral de la lengua es ayudar a deglutir la comida y esta tarea es crucial en los vertebrados terrestres, ya que a los peces solo les hace falta abrir la boca y aspirar, y el movimiento del agua les lleva la comida en la boca. Todos los vertebrados tienen una región similar a la lengua, pero los peces no tienen una estructura muscular unida a los huesos del cuello claramente organizada y estructurada. Los primeros animales que surgieron de los océanos para ocupar la tierra eran anfibios, y parece muy probable que cuando atrapaban una presa aérea o terrestre, o bien se la llevaban al agua para tragarla, o bien levantaban la cabeza para poder engullirla por gravedad, como hacen algunos pájaros. De todos modos, estas estrategias son poco eficientes y, muy probablemente, se debió desarrollar una "protolengua", una zona musculosa sobresaliente que podría dar golpes contra el paladar para ayudar a engullir. La verdad es que como no hay restos fósiles, tenemos que inferir cómo debió ser esta lengua ancestral (la lengua es un tejido blando y, por eso, raramente se conserva su forma en el registro fósil). Ahora bien, sin lengua, muy pocos de los vertebrados terrestres podrían sobrevivir a la tierra firme. La selección natural llevó a no solo desarrollar una lengua, sino también a diversificarla para poder alimentarse de muchas fuentes diferentes.

De hecho, la diversidad de tipo de lenguas es sorprendente y fascinante: las lenguas de las jirafas se pueden alargar hasta 46 cm para coger las hojas más altas de un árbol; las lenguas de las salamandras, más largas que su propio cuerpo y con una saliva espesa y pegajosa, son trampas mortales para sus presas (aunque sean hormigas mordientes o insectos tóxicos), ya que las inmovilizan literalmente en el moco; las lenguas bífidas de las serpientes les permiten detectar moléculas odoríferas emitidas por las presas con tanta precisión que los sirve de guía para cazarlas, aunque no las vean; las lenguas de los colibríes están diseñadas específicamente para chupar y hacer de bombas de néctar; las lenguas de los carpinteros verdes son como arpones con espículas para empalar sus presas; las lenguas de los murciélagos chocan contra el paladar para emitir ultrasonidos que les permiten orientarse con la resonancia del sonido, y nuestra lengua nos permite elaborar, a una velocidad despampanante, todo tipo de fonemas que se concatenan para formar palabras y frases, mientras al mismo tiempo podemos estar probando el sabor de un caramelo. Sin la lengua controlando los movimientos del bolo alimenticio dentro de la boca y su deglución en el momento correcto, a fin de que la epiglotis esté cerrada y no entre la comida por la tráquea, nos atragantaríamos.

La lengua (y la cavidad oral) tiene su propio microbioma, y este es tan responsable de que suframos de caries y mal aliento, como de proteger una de las entradas a nuestro cuerpo desde el exterior, evitando invasiones de microorganismos patógenos. Además, ayudan a digerir o a generar nutrientes que no podemos obtener fácilmente de otra manera. Hay investigadores que piensan que todo lo que pasa por la lengua, pasa por nuestras manos y nuestro cerebro... Ciertamente, la lengua tiene una sensibilidad al tacto, la presión, el dolor, la temperatura y una versatilidad que solo se puede comparar con la de las manos. Además, el habla está tan conectada con nuestro cerebro, que decimos "lo tengo en la punta de la lengua", cuando no encontramos la palabra adecuada; "me tengo que morder la lengua", cuando queréis transmitir que no queréis decir alguna cosa de la cual os podríais arrepentir después, o "tiene una lengua viperina", para indicar una persona que hace comentarios tóxicos sobre otras personas, talmente como las serpientes inmovilizan o matan a sus presas. Fijaos en que estas acciones están gobernadas por nuestro cerebro, no por la lengua, pero todos entendemos estas expresiones y, es más, se utilizan expresiones similares en otras lenguas.

¿Qué región controla los movimientos de la lengua? De forma tradicional se pensaba que los movimientos de la lengua eran reflejos, y no intervenía ninguna región del córtex cerebral, pero ensayos muy cuidadosos con electroencefalogramas demuestran que el córtex también está implicado. Fijaos cómo nos adaptamos a las diferentes comidas y no utilizamos igual la lengua para comer una sopa de pastas que para comer un trozo de carne o una patata frita. Adaptamos los movimientos de la mandíbula y la lengua a la consistencia que pensamos encontrar. Un grupo de científicos (en un trabajo que está a punto de publicarse) ha identificado una región "oromanual", que controlaría tanto las acciones de la lengua como las de las manos, ambas altamente especializadas. Quizás entonces no nos tiene que extrañar que muchas veces, cuando hacemos una actividad con las manos que puede requerir mucha concentración, también hagamos movimientos con la lengua... Recordad cómo los niños sacan la lengua cuando se esfuerzan para escribir; o cómo nosotros también hacemos gestos con la boca y la lengua cuando estamos concentrados en una actividad manual que pide precisión... ¡Nuestra lengua es una maravilla de la selección natural!