Rigoberta Bandini todavía no ha descubierto musicalmente la potencia (no tardará) de las letanías de los santos, un estilo que armoniza con su puesta en escena y con su particular manera de entender el mundo. Rigo es la cantante que invoca en sus canciones que Jesucristo baje y la enseñe a rezar, y reconoce que con su ego ya verá qué hace, mientras admite que vamos cortos de espíritu. La maternidad es una de sus consignas, sin edulcorarla, y donde reúne a más súbditos es cuando apela a la libertad, con canciones canallas en las que reclama ir por el mundo sin bozal. Rigoberta es una mujer libre, liberada y liberadora, que con su voz detona almas enjauladas que con ella aprenden a transitar por la vida con conciencia agradecida. Las letras de esta artista catalana exprimen el sabor del aprendizaje vital (siempre intentando soñar y al final todo reside en mirar), introspección (dentro mío tengo un palacio real, lleno de cuartos donde patinar) y reivindicación feminista.
El fenómeno Bandini es el triunfo de una chica dotada de capacidades excepcionales que baila y exhibe felicidad sin esconder que el dolor existe, y que ha creado un universo en que miles de personas se sienten protegidas, motivadas y alimentados por amor y desinhibición. Su fuerza radica en la contención. Lo que podría parecer una provocación espontánea, un disparate de joven desenvuelta, no es más que la muestra de un apoderamiento intencionado y calibrado. Sabe que es una emperatriz, una faraona, una señora, la capitana de un grupo de ángeles de la guarda. Hay muchos trampolines que todavía no ha saltado a pesar de haber roto ya algunas vallas del jardín.
Que haya explosionado en poco tiempo y sea un fenómeno y un éxito contundente y embriagador no quiere decir que haya emergido de la nada. El talento se forja a fuego lento, aunque no sepas ni hacer un huevo frito, ni bordar, ni planchar, ni barrer. Rigoberta ha recibido muchos mensajes a lo largo de su vida, y sabe expresarlos conectando con cuerpos, almas y espíritus de diferentes generaciones. Corazones rotos, menús escupidos, huidas, perdón, sí a la vida, soledad, heridas, veladas, obsesión por la autodeterminación, emergen en una mujer que congrega fieles que le rinden devoción sepulcral.
No es una coincidencia que esta cantante haya decidido cerrar su primer concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona con una melodía icónica de Franco Battiato, Voglio vederti danzare. Battiato congregaba también con una música incitante y cautivadora que también apela a esta espiritualidad laica que, más que religar con Dios, te vincula a ti mismo, a los otros y a la naturaleza y que es un canto absoluto a la libertad. Ahora ella empezará un tiempo de desconexión, en el que sus adeptos seguirán activando las palpitaciones con su originalísima manera de observar el mundo. Un mundo que pinta de colores, acompaña de canciones infantiles y guiña el ojo a seres sedientos de lo que tiene a decir. Coger la partitura y el tono de la Bandini es también disponer de un interesante termómetro de las emociones y patrones vitales de la gente.