"Me casé con ella porque su padre la tenía bien enseñada: debía mirar para otro lado cuando el marido era infiel. A cambio, todas las Navidades le regalamos un Chanel". Pensaba que lo había entendido mal en italiano, pero no, lo había entendido bien, su marido había dicho exactamente esto delante de ella y de nosotros. Ella, rubia, sin maquillaje, toda vestida de color beige, como su sofá de color vainilla, con nanny de Manchester y sirvienta filipina. Un poco como todas las mujeres, hijas y jóvenes de Donald Trump, mujeres de bisturí que visten con colores normativos y que sufren el estrés de lucir un cuerpo de Hollywood.

Hice un curso de preparto en el Véneto. Toda una experiencia, aunque mis dos partos han sido por cesárea. Nos explicaron que en el postparto estaríamos muy cansadas por no dormir y por dar el pecho, pero que igualmente lo más inteligente que podíamos hacer era darle el chocho al marido para que no se marchara con otra. No, no estamos hablando de las tradwives, ni de hace cincuenta años. Lo que me gustó más del documental "Les mestresses de Trump" en el 30 minuts es ver cómo estos hombres judicialmente te intentan hundir con mil pleitos para seguir ejerciendo este dominio. Y, por desgracia, lo seguimos viendo con el patriarcado italiano, que sigue dando la razón al exmarido de Juana Rivas, destrozando una vez más la vida del pequeño y torturando a su madre. Vergognati, Italia.

Las que tienen suerte, venden la libertad por un Chanel. Y es que la clase alta del norte de Italia es, según mi experiencia, mucho más machista que la del sur. "Deberíamos parecernos más a nuestras abuelas", decía en el documental una joven republicana americana que ha dejado de ir al instituto porque informaban sobre el uso del condón. "Sí, y llevar el cinturón de castidad, ya de paso", dije en voz alta delante de la tele. Decirlo fue tan inútil como hablar con quien tiene arraigada esta estructura mental. Es, técnicamente, como hablar otro idioma y que, por mucho que grites, no lo querrán entender nunca. ¿La cuestión es retroceder en todos los derechos que tanto nos ha costado conquistar? "Ahora mismo, una ardilla o un pájaro tiene más derechos que una mujer en Afganistán", señalaba Meryl Streep en la ONU. Y es que es verdad que las cosas pueden ir muy atrás —mirad qué está pasando en EE.UU. con el aborto— y, por esta razón, no podemos ir dando pasos hacia otra dirección que no sea adelante.

Es mejor pagar tú y que el tiempo sea tuyo que depender del otro

"¿Sabes cuál fue mi secreto para casarme? No decirle nunca que no a hacer el amor", me aconsejó la única amiga que tenía en Vicenza, que, en cuanto se quedó embarazada, dejó su trabajo. Y, pasado un tiempo, tenía que pedirle su marido permiso para ir a la pelu o comprarse crema hidratante; la misma universitaria que acabó haciendo el pan y mermeladas en casa. No era Roro, solo una católica europea que se podía permitir vivir con el sueldo del marido. A veces, lo que parece buena suerte no lo es tanto.

Intuyo, por el éxito de los libros No digas nata y Mañana será otra vida, que las señoras de la Moraleja de Madrid y del upper Diagonal hablan la misma lengua. Precisamente, cuando vivía en Italia, hace diez años, fue un éxito Primates of Park Avenue. El libro versaba sobre una antropóloga que se trasladó al Upper Side de Manhattan y explicaba la carrera por conseguir el Birkin (el prestigioso bolso de Hermès) o los concursos de quién tenía el diamante más grande cuando parías a tu primer hijo. La autora, Wednesday Martin, afirmaba que "las sociedades más elitistas son muy jerárquicas y están muy estratificadas". También el "sueldo" de las esposas, que el marido les daba para sus compras. No es la primera vez que alguien de una tienda de lujo del paseo de Gràcia me cuenta que las ricas también roban, porque no pueden llegar a comprar toda la colección crucero. De mi vida de 'señora de', antes de volver a ser la princesa de Sants, recuerdo especialmente dos cosas. Que mientras todos miraban a la recién llegada o el anillo, mi madre era la única que tenía ojos para mí. Y que nunca, ni para ir a la tele, me tenía que arreglar tanto como para ir al parque con los niños. En antropología se llama "perfeccionismo técnico" y te prometo que es mejor pagar tú y que el tiempo sea tuyo que depender del otro. Y es que, literalmente, "no es oro todo lo que reluce". Yo soy de las que piensan que el éxito es la mejor venganza. Una diva no pisa a nadie para brillar, dice Melody. Pero, en el fondo del corazón, me pregunto cuántas no habrán fantaseado en ser viudas para dejar de sentirse culpables por desear marcharse de las jaulas de oro? Entiendo su miedo, no las juzgo y, en el fondo, las compadezco. Incluso en ese momento del domingo por la noche, cuando me acuerdo de que no he limpiado las batas de los niños y me tengo que levantar de la cama a poner la lavadora. Porque el trauma no es siempre un drama visible, también es tener que ser siempre complaciente. (Si alguien se enfada porque le has puesto un límite es porque se estaba beneficiando no tenerlo). Es demasiado fácil criticar a las mujeres ricas con rol de género, maternidad intensa y dependencia económica, de superficiales.