Estoy empezando a comprender el sentido profundo de la doctrina de la cancelación: la gente solo cancela a quien odia y las ideas que no comparte. Si por lo que sea simpatiza con el sujeto o con el mensaje, entonces puede separar autor y obra y encogerse de hombros. El ejemplo más evidente lo hallamos en Karla-Sofía Gascón.
Gascón dice ser mujer, aunque no lo sea. El drama de lo trans es que la palabra define el conflicto: de una realidad biológica a la exigencia de ser considerado por el prójimo en razón de la propia representación mental. Menos mal que en eso el feminismo es tan conservador como yo y advierte: no puedes dejar de ser lo que eres, y en tal condición irremediable mereces el mismo respeto y consideración que cualquier otro ser humano, ni un gramo menos, pero tampoco ni uno más. Dejemos a un lado el hecho de que un universo porcentualmente tan ínfimo como el colectivo trans ha venido a trastocar la reivindicación de la mujer de ocupar su lugar en el mundo. Y también aquí añadiría que lo ha hecho lastrando su posibilidad de ser reconocida en ese papel distinto, complementario y tan importante como el del hombre con el que participa en la construcción de la organización social. Dejemos también a un lado otro hecho cierto, y es que ser de un sexo o de otro, y sentirse de este, de aquel, de todos o de ninguno, no avala la bondad o maldad de un sujeto, ni su grado de civismo, ni sus capacidades. Cualquier persona llega aquí con una maleta de talentos de los que tendrá que responder al final por el modo en que, con sus vicios y virtudes, los haya cultivado. También Karla-Sofía Gascón.
Ser de un sexo o de otro, y sentirse de este, de aquel, de todos o de ninguno, no avala la bondad o maldad de un sujeto, ni su grado de civismo, ni sus capacidades
Gascón se ha revelado despreciativa y prepotente y, al más puro estilo Rubiales, lo sostiene y no lo enmienda: es que el mundo me ha tratado mal, dice. El mundo me ha hecho así, como a la rebelde Jeanette. Y nada, que el dolor la justifica en su desprecio hacia otros colectivos minoritarios como el suyo y probablemente tan vapuleados por la intransigencia y falta de sentido y tacto de los demás. Tal vez sea cierto, pero debería valer para cualquiera que se comporta de ese modo, ¿no? ¿También a Rubiales el mundo lo hizo así? Por eso no hablaremos de cómo, tal vez, se ha aupado a la fama por su condición sexual en estos momentos en que lo alternativo mola. Debo decir que yo no he visto Emilia Pérez, así que no sé si antes fue encumbrada injustamente o ahora se la vilipendia con la misma injusticia. Porque para mí lo más grotesco de la situación es el modo en que algunos han decidido salir en su defensa para separar autor y obra. Vamos, que puede ella merecer, a pesar de todo, el premio y el reconocimiento que fueron negados a Will Smith tras su bofetón de protector machista, a Kevin Spacey por un toqueteo de rodilla homosexual a un jovenzuelo que resultó improbado, a Mel Gibson por sus declaraciones de macho sobrado, a Polanski por sus abusadas mujeres tan jóvenes o a Woody Allen porque su hijastra era para él algo sexualmente más consistente que Mia Farrow.
Autor y obra. En el caso de ser trans rabiosa, ¿debemos olvidar sus pecados a la hora de valorar su trabajo? Siempre he creído que sí y ahora no voy a cambiar de opinión, pero que lo recuerden quienes han repudiado auténticos monstruos cinematográficos de nuestro tiempo por el hecho de no compartir sus ideas. Y si no, que se lo digan a Clint Eastwood. Parece que solo algunos tienen licencia para pecar.