Del primero al último militante de Esquerra Republicana tendría que entender lo que representa Oriol Junqueras hoy por hoy. Sus adversarios políticos —algunos erigidos en implacables enemigos— lo saben mejor que nadie. Él es el líder a batir y precisamente por eso es el objeto de campañas permanentes de descrédito. De linchamiento e incluso de deshumanización.
Quizás por eso la militancia de Esquerra Republicana ovacionó a Junqueras a rabiar en el congreso nacional del partido, en Lleida, talmente como si se tratara de un acto de desagravio. La militancia, generosa y entusiasta en Lleida, lo aplaudió como nunca. Es él —haciendo tándem con Marta Rovira— quien ha llevado ERC a ganar elecciones (una circunstancia inédita que no sucedía desde la República), a evocar el espíritu de Macià y Companys, y a disputar la hegemonía de 40 años a la sociovergencia. Todo el mundo, de los republicanos, tendría que entender e integrar que Junqueras es la gallina de los huevos de oro.
Cuando una formación política tiene un liderazgo tan robusto, tan claro, del que depende todo tanto y, al mismo tiempo, tan a merced de tantos adversarios y de tanta campaña de linchamiento y descrédito, lo tiene que proteger siempre
Pero una golondrina no hace verano. Ni dos primavera. El afecto de Lleida tendría que ser una constante y no un hecho puntual, o un reconocimiento o tributo que se hace de vez en cuando. Sobre todo por parte de todos aquellos que ocupan puestos de responsabilidad. Del primero al último del Govern. Del primero al último del Parlament. Del primero al último del Congreso y el Senado. Y eso no significa que no haya una parte importante de gente muy competente ejerciendo responsabilidades. Significa que sin Junqueras nunca habrían podido demostrar sus aptitudes. Por eso también es imprescindible demostrar actitud y, a veces, se echa de menos.
Cuando una formación política tiene un liderazgo tan robusto, tan claro, del que depende todo tanto y, al mismo tiempo, tan a merced de tantos adversarios y de tanta campaña de linchamiento y descrédito, lo tiene que proteger, acariciar, mimar y acompañar siempre. Siempre. No hacerlo no es solo cobardía. También es un tiro en el pie.
Hay que arrimar el hombro, hay que sudar la camiseta, hay que amar los colores que defiendes. Si es así, no solo se tiene que poner la mejilla cuando las cosas se complican, se tienen que poner las dos. Y ser consciente de que cada puñalada a Oriol Junqueras acabará por llegar multiplicada a todos y a cada uno de los miembros de la organización. Ponerse de perfil, a la larga, es un mal negocio. Ya cantaba Barricada aquello de "Nadie evita la paliza por salir corriendo". Quedarse impasible no es una opción, es un suicidio.
A Oriol Junqueras le conozco tantas virtudes como defectos. La cuestión es que sus vicios o defectos no tienen nada de extraordinario. Son la mar de profanos. Por el contrario, sus virtudes sí que son excepcionales. Y aquí reside su fortaleza y un liderazgo sólido —siempre con Marta Rovira, hoy también en el punto de mira— que ha llevado al partido de Macià y Companys a oler aquella hegemonía republicana que el franquismo arrasó. Y no os equivoquéis. Estáis solos en la tormenta. Os caerán palos a derecha e izquierda. Para triunfar, es el reto que hay que superar y el precio que hay que pagar.