Lo más interesante de las declaraciones del exconseller Baiget sobre la dificultad en celebrar el referéndum han sido las reacciones que ha generado. El Periódico incluso fusiló la entrevista de El Punt Avui que recogía las famosas declaraciones para dar más resonancia y más amplitud a la noticia.
Solo quien haya vivido el desprecio que el Avui generaba en el unionismo progre socialista se puede hacer una idea del nivel de desesperación que hay entre los elementos que intentan evitar que el referéndum provoque una situación irreversible. El hecho de que la entrevista saliera en El Punt Avui hace pensar que Quico Homs juega al mismo bando que Miquel Iceta y Duran i Lleida.
El viernes ya expliqué que la estrategia de tensión impulsada por el Estado contaba con la colaboración de un determinado entorno de CiU. El conseller Baiget era un hombre de Felip Puig, que fue uno de los colaboradores más importantes de Mas en el inicio del proceso, cuando se gestó la hoja de ruta falsa que el referéndum ha hecho descarrilar.
Puig ha sido el único hombre de Pujol que la justicia no ha tocado. Tiene gracia que habiendo sido el político pujolista que lideraba —y controlaba— el sector independentista de la vieja CDC, también sea la figura que ha salido mejor parada de las noticias envenenadas que la prensa de Madrid ha publicado en los últimos años. Hasta el domingo, algunos no lo entendían.
Baiget heredó todo el equipo de Puig en la Conselleria de Empresa y Conocimiento. Su jefe de gabinete era el marido de Marta Pascal, que ayer hizo una defensa encarnizada de la fidelidad del conseller poco antes de que Puigdemont lo fulminara. Las declaraciones de Baiget, después del alboroto mediático que Meritxell Borràs organizó a propósito de las urnas, casi parecían programadas.
No sabremos nunca si Baiget buscaba que lo cesaran con la pretensión absurda pero muy convergente de salvar su carrera política, o si Puigdemont lo ha fulminado para demostrar quién manda a los españoles. Quizás ha sido una mezcla de las dos cosas. Solo había que abrir el Twitter para ver que el presidente le podía cortar la cabeza tranquilamente, sin temer a los viejos sectores de CDC que aprovechan su fuerza en el PDeCAT para tratar de interferir en el gobierno.
La dramatización de la opresión española por parte del viejo nacionalismo pujolista cada vez da más risa. Fracasados los discursos sobre la corrupción y sobre una posible suspensión de la autonomía, parece que el Estado trata de concentrarse en el independentismo de bolsillo. El "España nos roba" ahora es el argumento estrella de la campaña del 'no'.
Dentro de unos años encontraremos grotesco que los diarios dieran por buenos estos discursos tan carcas para evitar las urnas. Ahora que sabemos que hay vida después de Pujol y que las amenazas de cárcel ya no dan miedo, ni tan siquiera a políticos circunspectos como Baiget, los enemigos del referéndum intentan extender la idea de que el patrimonio de los catalanes corre peligro, si Puigdemont pone las urnas.
El presidente ha cruzado el Rubicón y es posible que se vea empujado a convocar oficialmente el referéndum, para forzar al parlamento a votarlo. De momento, la ley que ha ordenado preparar para darle cobertura recoge tan bien el espíritu de las consultas del 2009 y 2011, que parece redactada por sus mismos impulsores.
Si los comunes no hubieran decidido suicidarse haciendo el juego al pujolismo, el PDeCAT sería un partido condenado a la desaparición. Muchos jóvenes del partido empiezan a estar inquietos con la actuación de sus cargos de primera fila. Ayer por la noche, las reuniones políticas eran un guirigay entre partidarios y contrarios del cese. Parece que detrás de la fulminación de Baiget haya una guerra soterrada entre Mas y Puigdemont, que poco a poco se ha ido cargando el relato eufemístico de su antecesor.
En todo caso, después de criticar tanto la corrupción, resulta cómico que políticos que habían aceptado cargos para hacer la independencia en 18 meses ahora pongan palos en las ruedas a la celebración de un referéndum con la excusa de la represión española. La pregunta ya no parece que sea si el referéndum se celebrará, sino qué puede hacer el Estado para evitarlo sin renunciar a la inteligencia.
Ayer mismo, Antoni Puigverd se lamentaba en La Vanguardia de que el rey Felipe VI hable con la retórica vacía y casposa de su padre. Albert Sáez, en El Periódico, intentaba salvar la cara de Núria Parlon a base de contraponerla a la de Aznar, que es una momia política. Algunos diputados de Junts pel Sí todavía se ríen del editorial de El País Secesión Autoritaria", que habla de una Ley de transitoriedad que ya ha sido arrinconada.
Quico Sallés, el periodista más activo de La Vanguardia, escribió ayer en Twitter, en castellano: "Canción del verano: Te quiero Puigdemont pero prefiero mi apartamento en Menorca. Intérprete: George Baiget." Si el Estado pudiera detener de verdad el referéndum con métodos democráticos sus propagandistas no habrían caído en una farsa tan obvia y tan fácil de ridiculizar.
Como ya han estudiado muchos sociólogos del totalitarismo, para que un régimen represivo funcione necesita la complicidad activa de una parte importante de la sociedad. Yo no sé cómo acabará el pulso con España, pero ahora mismo las fuerzas del Estado en Catalunya hacen pensar en el general Custer en Little Big Horn. Mucha chulería, mucha película carca con tecnicolor y todos los números para acabar sufriendo una derrota memorable.
Esta vez no hay pistolas para exterminar a los indios y, a estas alturas, todo el mundo sabe ya que son los buenos.