Los abrazos han configurado un elemento sustancial de la cultura folclórica del procés. La más célebre de todas, lo recordaréis, fue aquel histórico estrujón corporal del 9-N entre el cupaire David Fernández y Artur Mas, un presidente que —ahora sí, con la jugada maestra de la amnistía— ha logrado salvarse también de la represión estatal (el hecho ha coincidido con un accidente tan misterioso como que al abogado Xavier Melero y a su equipo de secretarias se les pasara por alto responder a un requerimiento del Tribunal Europeo de Derechos Humanos; con la edad, ¡ay!, todos olvidamos dónde hemos dejado las llaves o si nos falta papel higiénico en casa). Pues bueno, los abrazos han vuelto, precisamente con ocasión de la amnistía; hace pocos días, en el Congreso, contemplábamos a Oriol Junqueras y a Jordi Turull unidos en cuerpo y alma entre diputados convergentes y republicanos, celebrando los indultos como agua de mayo.

La propaganda oficial y las entidades cívicas dicen que huele de nuevo a clima de unidad entre los independentistas, sensación que solo suele ocurrir cuando Convergència quiere birlarle de nuevo la cartera a todo cristo. De hecho, hace muy pocos días, los responsables de Òmnium volvían a llevar a Junqueras y a Turull a la cárcel para repetir unos cuantos abrazos —no os asustéis; me refiero a La Modelo, ahora convertida en centro cultural de eso que los cursis denominan "memoria histórica"— para celebrar nuevamente la buena nueva del indulto corporativo y ejercitarse en el arte ancestral de escribir manifiestos (Amnistia, una conquesta col·lectiva debe ser el número 347 del procés, pero tiene la gracia de leerse rápido). Curiosamente, en el acto en cuestión no había ningún miembro de la Assemblea Nacional Catalana; todo porque, dicen los cronistas, el panfleto no insistía lo suficiente en el derecho de autodeterminación.

Llach y los suyos pueden seguir riéndole las gracias al president 130 o empezar a ponerlo entre la espada y la pared de sus propios compromisos

Desconozco si este argumento es razón suficiente para dar plantón a un acto unitario. Pero entiendo que cualquier miembro de la ANC tuviera problemas para salir a la calle después del vodevil que ha precedido a la elección de Lluís Llach como presidente del ente. Cabe decir que la Assemblea ha avanzado en un punto incuestionable: por primera vez en años, Llach ha podido ser el candidato más votado por los asociados y acabar de capataz del chiringuito, lo que rompe con la tradición histórica de las fumatas que se urdían en paseo de Gràcia con Diagonal. Como nadie es perfecto, la ANC no ha podido evitar el ridículo de hacerse público (corrijo, que la gente de ERC filtrara) que Llach tenía cuotas pendientes de pagar antes de las elecciones. ¡Hombre Lluís, cariño, con la pasta que has llegado a gastarte salvando a negritos en África, tampoco costaba tanto aflojar los tres euritos de la modalidad de jubilados!

Sea como sea, la unidad estética del independentismo se mantendrá durante unos cuantos días, porque cuando acaben los comicios europeos habrá que repartir las sillas de la Mesa del Parlament, y cuando hay nóminas en juego, incluso los enemigos más acérrimos acaban dialogando. Después empezará el baile de la investidura: de momento, Marta Rovira se ha disfrazado de convergente para decir que Esquerra no investirá a Salvador Illa... ¡de momento, pero que nunca se sabe! Ante la nula posibilidad de que el PSC acepte un referéndum de independencia en esta legislatura, la repetición de elecciones no parece una idea tan disparatada como lo era en la noche del 12-M. Es aquí donde la ANC de Llach y los demás entes cívicos indepes pueden jugar fuerte, porque deberán escoger entre ser una agrupación de puigdemontistas ardidos más o apretar al president para que vuelva a condición de retomar la DUI.

Ahora que tiene los pagos en orden y el chiringo a sus pies, a nuestro cantautor nacional se le viene encima una tarea difícil. Si la tabarra de la ANC como garante para apretar a los partidos independentistas fuera real, Llach y los suyos deberían dejar muy clarito que ningún partido secesionista (o que se autodenomine así, vaya) puede investir a un Molt Honorable del PSC. Y si el precio es una repetición electoral que no quiere la mayoría de partidos de la causa política, visto que la ANC no depende de ellos, la respuesta tendría que ser; que se jodan. Dicho de otra manera, Llach y los suyos pueden seguir riéndole las gracias al president 130 o empezar a ponerlo entre la espada y la pared de sus propios compromisos. Puigdemont no los suele cumplir nunca, como se ha visto en estos últimos siete años, pero una ANC que —en cualquier caso— acabara con la imagen del president como un hombre que está dispuesto a todo quizás sería la mejor noticia.

Qué coñas tiene la vida, Lluís. A tu edad, quizás tendrás que volver a la canción protesta. Pero ojo: ¡contra los nuestros! No vayas a equivocarte de enemigo...