Empecemos bien el año. Venga, por favor, critícame todo lo que puedas, así, como a lo bajini, y con ese rechazo que me encanta. Haz lo de refunfuñar y decir que soy una feminazi, por favor, que lo echo mucho de menos, que no me lo dicen desde el año pasado.
El otro día, un cocinero con dos estrellas Michelin (sin mujer y sin hijos) me dijo, off the record, que no había machismo, al menos, en la cocina. Le dije que me parecía una afirmación tan estúpida como negar que había hambre en el mundo. La vida vista desde la atalaya de su restaurante gastronómico debe estar distorsionada. Y aunque entiendo que cada uno mire el mundo con sus gafas, hay cosas que si no las vemos, es que las tenemos que instruir mejor. Contra el cuñadismo, pedagogía. Porque si nos dedicáramos al ojo por ojo, el mundo estaría ciego, porque el odio no tiene límites y acaba destruyendo a la persona que eres. Lo dijo Gandhi, y yo lo reafirmo.
Me ha venido un flash del pasado y lo escribo para no olvidarlo: "¿Me preparas un capuchino?". Me dijo cuando llegué del hospital con la cesárea recién hecha. "No puedo meterme en la cama contigo mientras estés tan gorda: me das asco".
El caso de Juana Rivas es paradigmático. Juana conoció al padre de sus hijos, un italiano romántico maltratador y manipulador de manual. Lo perdonó, como hemos hecho muchas después de ciertos episodios de violencia, y tuvo su segundo hijo en Italia. Por culpa de su naturaleza de madre dispuesta a proteger a sus hijos por encima de todas las cosas, fue condenada a cinco años de cárcel e inhabilitada para la patria potestad impuesta por un juez. Juana Rivas somos todas y nos habría pasado lo mismo mientras la justicia no haga justicia.
No me importa fregar, me relaja. No me importa no llegar al orgasmo, yo ya estoy bien viéndote disfrutar a ti. No, acábate tú el último trozo, hoy no tengo hambre. Ya voy a comprar yo, que me pilla de paso. No hace falta que vaya a yoga, ya voy yo a recoger a los niños para que puedas ir en bici. No hace falta que me compre nada de arreglar, total, para no salir de casa. No, no me duele tanto la espalda, ve tú al fisio, que andas muy estresado. Tú termina el trabajo, que yo ya preparo la cena.
Venga, hazme sentir mal porque no soy 100% feminista las 24 horas del día, y di eso de que todas nos llenamos la boca y después somos las peores
El sacrificio femenino es la mejor forma de que sigan las desigualdades que tanto beneficio dan al patriarcado. La rabia femenina, también conocida como female rage, no es casual, sino que tiene sus raíces en las injusticias que las mujeres viven todos los días y, como tantas reacciones, es fruto de una respuesta emocional legítima. Es lo que se denomina un guilty pleasure, como tocarte ese granito que sabes que se te acabará infectando.
Tú eres vengativa y él es justo. Él es persuasivo, tú eres solo una intensa. Él trabajador, tú demasiado ambiciosa. Él simpático, tú una parlanchina. Él seguro de sí mismo, mientras que tú eres una engreída. Él divertido, tú ligerita de cascos. Él un seductor, tú una puta. Él invierte, tú malgastas. Las mujeres son sentimentales y los hombres tienen razón. Lo que está claro es que ellos saben más compartimentar y se pueden concentrar en el trabajo o en el fútbol, y nosotros vamos paseando la culpa de no estar con nuestros hijos por todas partes.
Me ha sorprendido ver la entrevista a Kate Winslet, donde todavía llora por el body shaming al que la sometieron cuando hace 25 años promocionaba la película Titanic. A esta madre de familia y triunfadora, con Oscars y Baftas en la estantería, todavía le escuece aquella herida. La vulnerabilidad y la frustración son como una cicatriz mal cosida.
Y también leo una entrevista a Paula Bonet. "No me preguntaron si quería ser madre, sino cuántos hijos quería tener", dice la pintora. Es un mal con el que nos castigan por el hecho de ser mujeres y el hecho de tener que justificarnos por tener coño en lugar de un pene. Como la virgen María, que fue repudiada por estar embarazada antes del matrimonio. O como Elphaba, la bruja protagonista de Wicked, que hace un llamamiento a las marginadas y acaba convertida en la mala a los ojos de un espectador adoctrinado en el servilismo machista.
Ahora voy a contarte una de esas anécdotas que tanto te gustan para que puedas seguir señalándome y decirme que yo también la he cagado mucho. Como cuando tuve ese flirteo con el hombre casado y no hice el "pantallazo y para su novia", como clama la sororidad y la canción de Shakira. O cuando critiqué a la segunda novia veinte años más joven que mi ex. O cuando vi esa peli porno lésbica. O... venga, hazme sentir mal porque no soy 100% feminista las 24 horas del día. Y di eso de que todas nos llenamos la boca y después somos las peores. Venga, dime que el feminismo no hace falta, que está pasado de moda. Dime, y te recordaré que el líder talibán ha prohibido las ventanas que den a las zonas tradicionalmente utilizadas por las mujeres en Afganistán. Y que cuando me telefonees te recordaré que te habla una feminazi que espera que espabiles y te des cuenta de que todavía hace mucha falta el feminismo, y que necesitamos que tú también formes parte del cambio. Porque este año no quiero explicar el porqué #yaúnasímequedé, sino "por eso y por mucho más me fui" de un tipo como tú.