Después de que los representantes de las trece colonias inglesas de Norteamérica votaran favorablemente por la independencia, según parece, se hizo un espeso silencio. Un silencio de acojonamiento general. Tuvieron, incluso, un poco de mareo. Declararse independientes significaba desafiar abiertamente la autoridad del rey de Inglaterra con lo que más se estimaban aquellos representantes políticos, su propia vida, su hacienda, el bienestar de su familia. Los casacas rojas no serían ni dialogantes ni benevolentes, el imperio británico no les ahorraría ningún castigo, por eso aquel momento solemne se recuerda hoy con admiración y respeto en los anales de la historia de los Estados Unidos de América, ese país que sólo los necios desprecian diciendo que no tiene historia, que es demasiado joven, que no tiene nada que enseñarnos. Pues sí, aquellos representantes se la jugaron.
La historia es maestra de la vida, aún me lo enseñaron cuando estudiaba. Y la historia y la experiencia nos enseñan que, como decía aquel más que valiente entre los valientes, más que temerario, kamikaze, concejal de la CUP, Joan Coma, para hacer tortilla primero hay que romper los huevos. En primer lugar hay que hacer algo más que charlar interminablemente y calentar la silla. Es tan agradable el Parc de la Ciutadella durante esta época, cuando el tiempo claro estalla con toda su suntuosidad y los días se hacen más largos, yo lo entiendo perfectamente, pero no votamos a los diputados para que consagren la primavera, ni para que sean un ejemplo claro, un pesebre viviente de la molicie de los hombres y mujeres meridionales y de la indolencia del Mediterráneo. Los representantes de Junts pel Sí solicitaron nuestro voto para llevar a cabo la independencia, no para regalar flores a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría mientras dimitía, por dignidad, Isabel Martí. Porque no todo el mundo quiere hacer amigos con el PP. Cuando se ponen cursis asustan al miedo. Nuestra creatividad catalana y catalanita nos está llevando a lo más difícil todavía, al circo. A hacer las cosas del revés cuando no tenemos el valor de hacerlas del derecho.
Lluís Llach tiene razón. Toda la razón. Será, tal vez, un cantante tan pasado de moda como ustedes quieran. Pero como diputado, como cabeza pensante, tiene razón porque no hace politiquería, porque no habla para no decir nada como algunos de sus compañeros de la Cámara catalana. Un Parlamento hace leyes. Y quien no obedece las leyes es sancionado. Aquí y en la China Popular. Ahora bien, si lo que nos intentan decir con las críticas al diputado Llach es que nuestro Parlament no es realmente un Parlamento, si lo que hace la Cámara en realidad son recomendaciones, brindis al sol, sermones feministas y ecologistas o cualquier otra tontería que nos lo digan, que la próxima vez no vamos a ir a votar. Desde Madrid nos hacen saber por un lado, que según ellos, no tenemos ningún derecho a pedir la independencia porque somos el territorio con más autogobierno de toda Europa. Pongan del mundo, no hay que ser modestos. Y por otra parte, que no tenemos derecho ni a prohibir ni a dejar de prohibir las corridas de toros. Fíjense ustedes si es buena esta autonomía que nos “regalan” estas personas tan espléndidas de Madrid.
Hay días en que no sé si todos los representantes de Junts pel Sí quieren realmente la independencia, pero hoy me ha quedado clarísimo que Lluís Llach sí la quiere. Que habrá una legalidad alternativa a esta podredumbre llamada régimen legal español y que habrá una ley para ser obedecida, como ocurre en cualquier estado. ¡Bravo Lluís Llach!