Mientras la fatídica DANA aumentaba el contador de ahogados en el País Valencià (nota mental: el espantoso estado de las infraestructuras y la economía del tocho que ha acabado empujando a nuestros hermanos del sur a esta tragedia es exactamente lo que el españolismo querría instaurar en Catalunya), la guerra de la política estatal se mantenía incesante. A pesar de la furia caída del cielo, ayer por la mañana todos los partidos del arco parlamentario decidieron que acudir como si nada a la sesión de control al Gobierno era una muy buena idea. Ninguno de sus portavoces había tenido la intención de detener el pleno en cuestión, hasta que la vergüenza (que no la sensibilidad) de estar charlando sobre Errejón mientras todavía había peña yaciendo bajo el agua obligaba al paro. Una pausa teórica, ya que el PSOE decidía continuar eufemísticamente con la agenda legislativa, colando un pleno extraordinario para renovar la cúpula de RTVE.
Por una vez, estoy de acuerdo con Alberto Núñez Feijóo, pues mantener la agenda parlamentaria (todavía peor, eliminar el debate de una propuesta y continuar con la votación) implica mearse sobre la desgracia de muchísima gente con una impunidad fuera de toda medida. Como era de esperar, el decreto —por el que se ha validado el nuevo consejo de administración de la radiotelevisión pública— ha acabado aprobándose, a pesar de la ausencia de PP, Vox y Compromís en el hemiciclo. Espero que todos los diputados que han participado en esta especie de votación (y escribo esta última palabra con pesar, porque la acción de aprobar una ley debería comportar algo más que pulsar un botón de forma rutinaria) no puedan dormir tranquilos durante unas semanas. Pero mi opinión importa un pepino, porque el nivel de cinismo de algunos responsables públicos ha llegado a su tope. Luego aún se sorprenden de que la gente pase de la política.
La lluvia habrá causado muchos muertos, pero la politiquilla nos va matando poco a poco
Lo más fuerte del tema es la participación del autodenominado catalanismo en este pequeño trámite parlamentario, porque nuestras señorías independentistas compartían las ansias por renovar la cúpula de los medios españoles. El motivo no podía ser más evidente; tendrán ahí instaladas sus posaderas. Después de la votación, sabíamos que —entre los ilustres nuevos consejeros de RTVE— se incluirán los periodistas Miquel Calçada y Sergi Sol, que también deben estar encantadísimos de haber encontrado curro en unas circunstancias tan adecuadas a la moral. Como puede comprobar cualquier persona, Pedro Sánchez comparte las ansias pacificadoras de Salvador Illa, y por eso resulta muy normal que tenga la bondad de ayudar a que dos separatistas gobiernen los medios españoles. Esta entrada de indepes en el deep state estatal no será la última, porque Sánchez necesita asegurar Catalunya enviándola a Madrid.
Uno de los grandes inconvenientes de ir haciéndose mayor es la persistencia espantosa de la memoria (la carcasa me empieza a fallar, pero la cabeza sigue viva). Todavía recuerdo a Calçada felizmente exiliado en los EE.UU., con el fin de documentarse sobre cómo los yanquis se las arreglaron para convertirse en una nación libre. Su plan era regresar triunfalmente al país para conducirlo a Ítaca (a través de Convergència, faltaría más). Pues bien, ya veis dónde acaba toda esta polla en vinagre. En cuanto a ti, querido Sergi, todavía puedo oír esas comidas en las que te cagabas en los convergentes porque no tenían suficientes huevos para llevarnos a la independencia. Mírate ahora, hijo mío, paseándote por la capital del reino con la alegría de saber que podrás decidir si José Mota sigue ofreciéndonos su entrañable especial de Navidad. Yo ya puedo entender que estéis en modo post-procés, ¿pero era necesario venderse el alma a un precio tan bajo?
La lluvia habrá causado muchos muertos, pero la politiquilla nos va matando poco a poco. No obstante, sus responsables respiran tranquilos; pueden legislar con nocturnidad y alevosía, sabiendo que el común de la gente estará más ajetreada llorando a los desdichados que destapándoles las vergüenzas. Desgraciadamente, no les falta razón.