A Pedro Sánchez no lo hará caer el caso Koldo, con su ex mano derecha José Luis Ábalos en el centro de la diana, o el caso Begoña, que afecta directamente a la mujer del presidente español. Si el agua —ciertamente, cada día más turbia— llega al cuello del inquilino de la Moncloa serán sus socios de investidura catalanes (Junts y/o ERC) o bien —mucho más improbable— vascos (PNV y EH Bildu), los que tendrán que decir basta y la legislatura española quedará a punto para la estocada. Es cierto que Sánchez tiene un plan para resistir y gobernar a golpe de decreto, a espaldas del Parlament, pero el hecho de que solo hayan pasado 15 meses desde las últimas elecciones generales y 11 desde su reelección después de haberlas perdido, hace extraordinariamente difícil que pueda aguantar mucho tiempo con su credibilidad y la de su gobierno bajo mínimos y la oposición política, judicial y mediática reclamando su cabeza.
Tarde o temprano, las miradas inquisidoras de Madrid, que estos días es una olla a presión, se dirigirán hacia los socios de Sánchez, vascos y catalanes, primero el PNV, y, después Junts. El PNV porque, si la magnitud de los escándalos crece y Sánchez se encastilla, le podría retirar el apoyo (5 diputados) para forzar elecciones anticipadas o, en último término, hacer triunfar una moción de censura liderada por Alberto Núñez Feijóo con el fin de ir inmediatamente a las urnas, como ya ha sugerido desde la extrema derecha el líder de Vox, Santiago Abascal. Junts, porque los incumplimientos del pacto de Bruselas del PSOE con Carles Puigdemont, el boicot judicial a la amnistía con los socialistas de brazos cruzados, y la situación en Catalunya, con Salvador Illa en la Generalitat, les dejan manos libres para actuar. Quizás todavía hay margen —renegociación del techo de déficit y los presupuestos— pero si Sánchez no espabila con Junts, los independentistas no podrán aguantar mucho como puntales parlamentarios del gobierno de Madrid. Un movimiento de ruptura definitiva del acuerdo entre Junts y el PSOE arrastraría seguramente a una ERC desangrada por la lucha entre los sectores que aspiran a finiquitar a Oriol Junqueras en el congreso del 30 de noviembre. Al fin y al cabo, el listado de reclamaciones de Junts y ERC a Sánchez y de dilaciones e incumplimientos es prácticamente idéntico, desde el traspaso de Rodalies, a la nueva financiación, bautizada como singular, que Illa promete cumplir una y otra vez a sus socios de ERC, pero sobre la cual Pedro Sánchez silba.
¿Podrán seguir Junts y ERC aguantando un Sánchez que chapotea en el lodazal de la sospecha y la corrupción, a cambio de poco o casi nada?
La historia no se repite —porque nunca se sabe qué final alternativo toca— pero a veces vuelve con nuevos actores para interpretar guiones viejos. En 1995, Jordi Pujol, president de la Generalitat y líder de CiU, dejó caer a Felipe González a raíz del escándalo de las escuchas telefónicas del Cesid (hoy, CNI) a empresarios y periodistas. Primero dimitió el director del centro de inteligencia, Emilio Alonso Manglano; después, el ministro de Defensa, Julián García Vargas, y, finalmente, el vicepresidente del gobierno y dirigente socialista catalán, Narcís Serra, quien ya nunca más volvió a levantar cabeza políticamente. Todavía resuenan en el Congreso las palabras del entonces líder del grupo parlamentario de CiU, Joaquim Molins, un catalanista de centro pata negra, dirigidas directamente a González: "Así no podemos seguir". Las elecciones anticipadas de 1996 llevaron a José María Aznar a la Moncloa con el apoyo clave de una CiU que en 1993 había mantenido en el poder a un ya muy decadente González. La virtual llegada de Feijóo a la Moncloa con unas nuevas elecciones no tendría que poner en peligro la amnistía, al menos no más que lo está ahora a efectos prácticos a raíz de la revuelta de los jueces del Tribunal Supremo.
Illa, auténtica estrella en ascenso del universo socialista, se fortifica en la Generalitat como freno de emergencia de todo el sistema institucional español
Pronto, la pregunta será si Junts, y ERC, podrán seguir mucho tiempo aguantando un Sánchez que chapotea en el lodazal de la sospecha y la corrupción, a cambio de poco o casi nada. Mientras tanto, Salvador Illa, la auténtica estrella política en ascenso del mundo socialista, el primer presidente catalán en restablecer el puente con la Corona desde el 2016, se fortifica al frente de la Generalitat como válvula de seguridad, de estabilidad y normalidad, como freno de emergencia de todo el sistema institucional español. En poco más de 8 semanas de gobierno, Illa ha convertido en un acto de la más estricta normalidad su asistencia al desfile de la Hispanidad en Madrid, un paseo náutico de nuevo con el Rey, en Barcelona, para acompañarlo en la regata de la Copa América a bordo del portaaeronaves Juan Carlos I y, mañana, la coincidencia con el monarca, ahora en la entrega del premio Planeta. El tiempo dirá si el diario ABC distinguirá a Salvador Illa como "español del año" igual que hizo con Pujol en los años noventa del siglo pasado. En todo caso, por más que la derecha y la derecha extrema se empeñen en acusarlo de haber comprado la agenda independentista, es obvio que con Salvador Illa al timón no ho tornarem a fer.