Mariano Rajoy recibió ayer en Ávila el apoyo de Adolfo Suárez Illana, hijo del expresidente del Gobierno español Adolfo Suárez, y figura clave de la primera etapa de la transición. El actual titular de la Moncloa aprovechó bien el momento y el lugar: Suárez fue elegido diputado por la provincia de Ávila y Ávila es una de esas circunscripciones pequeñas, sobrerrepresentadas en el Congreso –la ingeniería electoral de la transición perpetuó el mapa de las dos Españas–, donde el PP se la juega... con Ciudadanos. Se la juega por el centro digamos azulado, como era aquel centro de Suárez, aunque admitía ribetes algo socialdemócratas que rápidamente emigraron en el 82 al felipismo.
Algo muy parecido era aquella UCD –lo que son las cosas– a los perfiles del electorado de C's y a su líder, Albert Rivera, que ya se presentó en la Moncloa en la ronda abierta por el actual presidente para parar en seco la insurgencia independentista catalana como un Suárez (Adolfo) del siglo XXI. Estas elecciones son también las de la emergencia de los líderes postransicionales, Sánchez, Rivera, Iglesias, Garzón; también entre los candidatos catalanes: Rufián, Domènech, Girauta (A Homs y Chacón les pilló en medio).
Incluso el candidato de Podemos, Pablo Iglesias, no le hace ascos a dar la batalla por el centro, allí donde se reconocen los sectores más templados del electorado español, los que transitaron de la UCD al PSOE y después al PP como si tal cosa, cuando reconoce los méritos de aquel admirado período. Se ve que el candado del 78 que no hace tanto tiempo que el podemita clamaba por abrir, mejor dejarlo cerrado y bien cerrado (Ada, continuamos teniendo un problema).
Algún día habrá que implementar en la Constitución formalmente vigente la reforma de facto que ejecutó el Tribunal Constitucional cuando cercenó el Estatut de Catalunya del 2006. Ahí empezó la reforma de la Constitución en ciernes, la siembra del consenso que está al caerLa transición entro ayer en campaña. Rajoy incluso se animó a desempolvar la propuesta de reforma de la Constitución que resucitó en verano y volvió a enterrar en vísperas de las elecciones plebiscitarias del 27S en Catalunya. El candidato a la reelección por el partido de Aznar, quien en el 78 militaba contra la Constitución desde las páginas del diario La Nueva Rioja, insistió en la cantinela que la Carta Magna se puede "cambiar" –lo que trae más bien poca novedad, habida cuenta que el mismo texto constitucional no sólo lo preve sino que además indica cómo–, e incluso "adaptar", lo que, dicho lo anterior, aún resulta menos novedoso. Eso, siempre y cuando se sepa lo que hay que hacer y se reúna el mismo consenso que consiguió Suárez en el 78. ¿Imposible? No descarten nada.
Los astros están más alineados de lo que parece y los espíritus y los fantasmas de la transición, los muertos y los vivos, han sido todos convocados para después del 20D. Algún día –en eso puede estar Rajoy– habrá que implementar en la Constitución formalmente vigente la reforma de facto que ejecutó el Tribunal Constitucional, por lo que al techo de desarrollo del Estado autonómico se refiere, cuando cercenó el Estatut de Catalunya del 2006. Por qué no hacer normal en la ley suprema lo que ya es normal en la práctica gubernamental, como Suárez cuando legalizó el PCE?
El PP abrió la caja de los truenos con sus mesas petitorias y su catalanofobia radiada y el PSOE gobernante miró para otro lado con el concurso de los poderes que ya entonaban el adiós a Zapatero. Ahí empezó la reforma de la Constitución en ciernes. Ahí empezó la siembra del consenso que está al caer. Sólo falta que se apunten los postransicionales: los Riveras y los Iglesias. Y Susana Díaz, claro. A Pedro Sánchez no se le espera.