La colección de muertos que voy pegando al álbum de cromos sentimental empieza a ser excesiva para guardarlos fielmente en la memoria. Lo he pensado constantemente, a lo largo de esta semana dedicada a unos difuntos, los nuestros, que se han visto arrastrados por otra realidad llegada del País Valencià, localidad que algunos denominan "Comunidad", otros "Reino" y, últimamente, y con el firme deseo de viajar al pasado, "Región Valenciana". Y más que recordar el verso que cantaba Raimon en "Al meu país la pluja no sap ploure", a mis muertos, a los que he tenido que decir adiós como quien despide a un invitado llegado a destiempo, los he despedido con los versos de "Veles e vents".
Viendo las imágenes con el Rey, la Reina y los pajes Sánchez y Mazón metidos con calzador en el lodazal de Paiporta, imágenes que hoy repiten las televisiones y las emisoras radiofónicas del establishment cortesano con la Griso y el "maestro jamonero" Herrera como estandartes de la genuflexión, imaginé a Luis XVI aturdido como su tataranieto por otras circunstancias históricas. "Mira cuántos cuerpos decapitados, le dijo la cabeza del Rey a otras cabezas decapitadas de amigos y conocidos mientras viajaban por la antigua Place de la Concorde en un cesto al que escupía la plebe. Las imágenes del Borbón 2.0 en Paiporta aturdido por el odio mostrado por sus súbditos han sido interpretadas de maneras diferentes. Pilar Eyre, por ejemplo, dice que la muestra de valentía del Rey en unas circunstancias difíciles en las que se jugó, incluso, la vida, serán positivas para su imagen como monarca. Yo solo sé que no sé nada, excepto que los Borbones tienen la resiliencia de las bacterias.
Anna Romeu, psicóloga especializada en emergencias, fue entrevistada en Catalunya Ràdio y dijo que "cuando la pérdida viene de una negligencia, el luto es más complicado". Cuánta razón tiene. Mi hijo murió por una negligencia indenunciable, ya que se produjo nueve años antes de su deceso definitivo por culpa de una bacteria, y el luto sigue devolviéndome a aquella reunión con la doctora en la que nos mintió para salvar su credibilidad facultativa. Sin esa negligencia, mi hijo no se habría convertido en un visitante usual de las Unidades de Cuidados Intensivos Pediátricos, donde viven confortablemente bacterias de destrucción masiva.
En este país donde la lluvia no sabe llover, y cuando llueve poco es la sequía, y cuando llueve demasiado es la catástrofe, también podríamos llegar a la conclusión de que llueve sobre mojado
En el caso de València, las Castañón políticas de turno no han podido ocultar su negligencia, porque la DANA ha desenmascarado sus incapacidades como gobernantes. En este país donde la lluvia no sabe llover, y cuando llueve poco es la sequía, y cuando llueve demasiado es la catástrofe, también podríamos llegar a la conclusión de que llueve sobre mojado. Y, por cierto, siempre pensé que a un verso tan poco lucido le pegaba mejor desastre que catástrofe, aunque también habría encajado la palabra pollo. Pero volviendo al "llueve sobre mojado", me gusta la viñeta que me mandó mi madre por WhatsApp y que publicó el diario Libération. En ella se ve una enorme riada que arrastra todo lo que encuentra a su paso y, para parar la ola, hay un hombre vestido con traje de luces y con el capote preparado para la embestida. Unos cuantos españoles se habrán cabreado con la viñeta y habrán exclamado, con razón, que en Francia también suceden desgracias que se podrían convertir en viñeta. Es cierto, pero que nos vean siempre como unos toreros provoca un dolor testicular insoportable. Mujeres toreras ha habido pocas, de momento, y el dolor ovárico solo lo he vivido como heterosexual enamorado de mujeres empoderadas.
Con los muertos convertidos en cifras, se hace difícil llevar el luto como es debido. Porque detrás de estos muertos, de momento, más de doscientos, hay un montón de muertos en vida, muchos más de doscientos, que reviven frases tan inocuas como "voy a sacar el coche del parking" y que ahora suenan como una condena a la pena capital fruto de la negligencia de quienes, con nuestros votos, están obligados a protegernos. Cuando esta DANA pase y los muertos y desaparecidos se queden en el estricto ámbito familiar, la batalla se trasladará a la política, donde se politizará a las víctimas para convertir el dolor en rédito electoral.
Si aquella eminente doctora me hubiera dicho que durante la operación que le practicaron a mi hijo le habían cortado el esfínter por error y que me pedía perdón, mi vida con él habría estado sometida al mismo Yin y Yang vital, con muchas sombras y grandes claros, pero el luto no habría sido tan y tan largo que lo heredarán, también, mis descendientes cuando yo ya no esté. Joan Capri lo decía cuando hablaba del matrimonio: el amor se va, pero ella se queda. Y quien dice ella, puede decir él, no sea que me tilden de machista de mierda. Y se puede adaptar la frase a nuestros muertos: ellos se van, pero nosotros nos quedamos.
Una vez pasada la DANA, se convocarán aquellas reuniones de trabajo donde se suele tener todo sobre la mesa y mil y una comisiones inútiles para saber lo que ha pasado, aunque la realidad supere con creces la ficción. Y se destinarán miles de millones para recuperar una zona hasta la próxima DANA, pensando que el dolor se cuida con dinero, porque estamos en una sociedad en la que somos capaces de poner nuestra vida en juego con tal de salvar el coche. Como llueve sobre mojado, ya sabemos de qué va esta historia. En un país donde la especulación se cree más lista que la naturaleza enrabiada, seguiremos construyendo en lugares condenados sin querer viajar a los tiempos pretéritos para entender nuestra realidad. Cuando a una vía la llamaban rambla, era por la sabiduría empírica de unos antepasados que lo único que tenían de valor era la vida, sometida a menudo a las inclemencias del tiempo, las guerras y las epidemias.
Tendremos que aprender a convivir con esta nueva epidemia del siglo XXI denominada DANA y que, sin negligencias, los muertos merezcan un luto tan honorado que del dolor se pueda hacer, finalmente, recuerdo.