Como dice un sabio socialista, de nada vale ya el “ya lo dije yo” porque de lo que se trata es de evitar el desastre que está a punto de ser inevitable. Pero hubo alguien que lo avisó y no es, como desearían, algunos, innombrable. Se llama José Antonio Griñán. Era entonces presidente del PSOE y, cuando se debatió internamente modificar los estatutos para instaurar la elección del secretario general por voto directo de la militancia, se opuso con uñas y dientes y advirtió del choque de legitimidades entre un secretario general elegido por voto directo y una dirección o un comité federal elegidos por los delegados del congreso.
De aquellos polvos estos lodos. Sánchez ha conseguido lo nunca visto en el PSOE: enfrentar a militantes con cuadros y abrir una guerra civil dentro del partido como no recuerda desde tiempos de Negrín. “Me eligieron los afiliados y sólo ellos podrán echarme”, ha dicho en multitud de ocasiones y subraya ahora con su pretensión de convocar un congreso federal plebiscitario.
El secretario general ha perdido la confianza de los dirigentes en activo, pero también la de aquellos referentes indiscutibles en el PSOE que antaño le ayudaron en su ascenso hasta el sillón que ahora se resiste a abandonar, pese al hundimiento del partido. Pedro Sánchez se mira en el espejo de Jeremy Corbyn y, como el laborista, está dispuesto a llevar al extremo la confrontación entre militantes y cuadros dirigentes.
A más a más. En un partido socialdemócrata que ha gobernado España durante 23 años, para su desafío el secretario general cuenta con el apoyo de los barones que hace lustros que no ganan unas elecciones. Por contra, tiene enfrente ya a todos los secretarios generales con responsabilidad institucional, incluidos los más reacios a la confrontación. Su bravata del lunes ha sacado de la zona templada en la que habitaban aquellos presidentes autonómicos que venían desde hace semanas calmando el ímpetu de quienes aventaban la expulsión sin más del secretario general que ha sumado para el PSOE cuatro derrotas electorales consecutivas.
Andalucía, Asturias, Extremadura, Castilla-La Mancha y Aragón, las regiones que más votos aportan al socialismo, están de acuerdo en que la prioridad es echar a Sánchez
Ya no hay dudas. Andalucía, Asturias, Extremadura, Castilla-La Mancha y Aragón, las regiones que más votos aportan al socialismo en España y donde la marca tiene responsabilidad de gobierno, están de acuerdo en que la prioridad es echar a Sánchez. Lo que venga después, se verá.
Y hasta entonces la prioridad es desmontar las mentiras sobre las que Sánchez ha construido la convocatoria de un congreso federal del que espera salir reelegido el 23 de octubre. La primera es la falsa dicotomía de que la batalla se libra entre quienes quieren un gobierno del PP y quienes prefieren uno -imposible- de izquierdas. Entre los barones alineados en el sector crítico, hay varios que jamás defenderán una “abstención” que facilite la permanencia de la derecha en La Moncloa, entre otros motivos porque esa posición pondría en riesgo la estabilidad de sus respectivos gobiernos.
¿Hay algún secretario general alineado con Sánchez que haya llegado al 20 por ciento de los votos en su territorio?
La segunda patraña es que la batalla que se libra es ideológica. Cuando Sánchez se erige en abanderado de un gobierno de izquierdas y de cambio pretende dibujar a una disidencia que haga de subalterna de la derecha, que es tanto como decir que Javier Fernández, Susana Díaz, Javier Lambán, Emiliano García-Page o Guillermo Fernández Vara hacen políticas de derechas en sus territorios. El engaño no aguanta una prueba de verificación. En todo caso la guerra se libra no entre los de arriba (dirigentes) y los de abajo (bases) como pretende instalar Ferraz, sino entre quienes ganan y quienes pierden elecciones. ¿Hay algún secretario general alineado con Sánchez que haya llegado al 20 por ciento de los votos en su territorio? Que levante la mano el primero.
P.D. La senda por la que pretende Sánchez que transite el PSOE es la misma que emprendió la extinta FSM hace 25 años, y desde entonces sigue en la oposición. El último que apague la luz y cierre la puerta.