"La verdadera paz no es simplemente la ausencia de tensión, es la presencia de justicia".

Martin Luther King

 

Cada vez que oigo la palabra reparto y la palabra menores en la misma frase me estremezco. Llevamos meses con la pelea política para tener los menos boletos en la lotería de la miseria. Ya no entro en quién lleva razón, es el mero concepto o más bien la falta de concepto.

El reparto de menas, dicen, y uno no sabría si hablaban de estabular animales o de dar un futuro a niños huidos de la miseria, la violencia, la guerra o el hambre. Los niños a los que sus padres echan a navegar contra la muerte en busca de una vida mejor. Ningún niño se sube a un cayuco pensando en las nutridas carteras de los viandantes, más bien en unas sociedades que ven a través de la televisión en los rincones más pobres del mundo. Yo lo he visto en el Marruecos profundo. Niños descalzos, pidiéndote algo que llevar a casa, con las camisetas (falsas) de Messi o Ronaldo. Ellos nos sueñan y nosotros los despertamos.

El número de menores migrantes no acompañados en todo el Estado ronda los quince mil. No parece un número asfixiante. No es posible que entre cuarenta y ocho millones de habitantes no llegar a veinte mil sea un problema relevante. No es posible pero los políticos lo han hecho posible. Alguien empezó a llamarles menas, algunos comenzaron a relacionarlos con la delincuencia, con la violencia sexual, con problemas en los barrios. Alguien empezó y ahora todos buscan sacudirse el mochuelo. No se explica como no hemos sido capaces de darle la vuelta a la tortilla y ver en ellos una fuerza de futuro, con capacidad para ser construida y moldeada como ciudadanos, en un país con el índice de natalidad más bajo del continente. ¿No somos capaces de extraer de esos dieciocho mil o veinte mil niños a los gruistas, los peluqueros, los arquitectos, los informáticos o los albañiles del futuro? Valiente sociedad la que ni ese pequeño reto puede asumir.

Si los tratas como escoria, tendrás escoria

No me pregunten, pues, si "el reparto" es justo o injusto, porque de todos es sabido que el que parte y reparte se queda la mejor parte. ¿Es justo que Catalunya hubiera sido más solidaria? A lo mejor eso solo hablaba de la grandeza de su estructura social. ¿Había una mano negra política para enviarlos a fastidiar a los catalanes? ¿Son los habitantes y la riqueza los mejores indicadores para decidir quién debe acoger? ¿Es justo que Andalucía y Madrid reciban casi el mismo número cuando la primera tiene un territorio con una extensión diez veces superior al segundo? No lo sé tampoco, cuando tenemos gran cantidad de territorio despoblado, pueblos abandonados, escuelas sin niños y zonas sin futuro. Tal vez, si alguien no hubiera estigmatizado a estos niños, no habría una población reacia a la acogida; nosotros, que siempre hemos sido tan generosos.

Si los tratas como escoria, tendrás escoria. Y es lo que venimos haciendo. Empezando por la cantidad de tiempo que llevan abandonados en malas condiciones en territorios pequeños y faltos de infraestructuras como son las islas, Ceuta y Melilla. Tal vez si los hubiéramos evacuado a tiempo a un lugar decente, con un cuarto, una cama, ropa limpia y un pupitre, no estaría el imaginario popular pensando en pequeños delincuentes. De ser cierto que son conflictivos, la mayor culpa reside sobre nosotros o sobre esos políticos que llevan meses, desde que llegaron, disputando unos votos a cuenta de que ellos vivan en las calles y aprendiendo a sobrevivir como el Lazarillo, porque los lugares a los que han llegado no tienen la posibilidad de ofrecerles otra cosa. No es un caso solo peninsular: en Francia llegaron, en 2023, 67.000 menores no acompañados, que vean ya la diferencia. De ellos, solo el 23% fue reconocido como menor y el resto tuvo que recurrir a la determinación de edad ante los tribunales. ¿Y dónde esperan la respuesta a la tutela judicial efectiva? En las puñeteras calles. ¿De quién es la responsabilidad de que acaben delinquiendo? ¿De quién lo que sucede al cumplir dieciocho años en España, donde en muchas autonomías se les pone de patitas en la calle para que se busquen la vida? ¿Y cómo se la van a buscar?

No sé si Junts va a conseguir muchos votos con este acuerdo o no. No sé si el PSOE conseguirá fastidiar lo suficiente a los gobernantes del PP. No sé hasta qué punto ese alguien que envenena a sociedades generosas ha avanzado en su intención de pervertir su condición para volverlos desconfiados. Hablo de los menores, insisto, no de la cuestión general de la inmigración. No sé si Catalunya no hubiera podido intentar hacer de alguno más un catalán de bien. Lo que sé es que una cuestión humanitaria, de legalidad internacional y de derechos de la infancia se ha convertido en un chalaneo político de la peor calaña. Y es que son niños, niños como los nuestros, niños esponja que se pueden empapar de lo bueno y de lo malo que los adultos les ofrezcan.

A veces tengo sueños. Veo escuelas-taller luminosas y amplias en las que los niños que han arribado solos a una sociedad a la que literalmente no entienden pudieran aprender el idioma y recibir instrucción a la par que conocimientos que en la mayoría de edad les permitieran ejercer oficios con los que tener una vida digna. A fin de cuentas, para eso se han jugado la vida, para ser como nosotros. Todo es cuestión de dinero, supongo. Ese dinero que no existe para cosas que podrían ser tan bonitas como esta; desde luego mucho más bonitas que pagarles falsos empleos a las prostitutas de los políticos o el sobrecoste que producen las coimas; en fin, ya saben, en toda esa miseria que nos rodea y que como es nuestra, de casa, nos parece mucho más aseada y practicable.

Los niños son el futuro. Miren si lo sabe Putin, que ha deportado a más de veinte mil niños ucranianos de forma ilegal a su territorio para criarlos como rusos. Ingeniería de conquista. Los niños también son el futuro de territorios envejecidos. Solo tenemos que criarlos como europeos, como si fueran nuestros, y lo serán. ¿Qué digo? Eso cuesta dinero y probablemente no de votos. No pasará. Por eso no voy a felicitarles por lo que les ha tocado en la lotería de la miseria. Otra vez será.