Sin ningún tipo de duda, las últimas revelaciones de mujeres acosadas en las redacciones de los medios de comunicación no está haciendo nada de gracia a muchos; especialmente a los hombres y también a algunas mujeres, pero ni de cerca a todos ni a todas, y este cambio cuantitativo muestra un cambio cualitativo muy importante. Ha cambiado el contexto, concepto del que me apropio y adopto de mi hijo, y que me parece que se puede convertir en una gran herramienta para explicar lo que llevamos, por otra parte, muchas de nosotras —y también alguno de vosotros— explicando hace años.

Los hechos no se pueden explicar nunca aislados del contexto, no solo porque no se entienden, sino porque la confluencia de las circunstancias es el camino más corto para disimular, maquillar, sesgar y, principalmente, sacudir las responsabilidades de quien las tiene. En el caso que ha expuesto a Ana Polo, una de las primeras cosas que se obvia del contexto —que sí que se utiliza para significar la mayoría de edad— es la relación laboral y, además y especialmente, señalar que esta es jerárquica; cuestión, sin ningún tipo de duda, central en el caso que se expone.

Muchos hombres y también algunas mujeres juegan a este juego de obviar las dependencias que generan las jerarquías —les parece que de manera sabia—, y solo les puedo decir que allá ellos, si es que no quieren —quizás no les convenga— aprenderlo antes. No es una amenaza, es más fácil entender los efectos de la jerarquía y cómo coarta tu libertad y capacidad de elección, por una cuestión básica de control social, si estás en el lado de abajo, y, si las cifras se mantienen, la mayoría de nosotros, hombres y mujeres, acabaremos nuestros días como residentes en una institución para la tercera edad. También es cierto que ni eso es garantía de nada, porque tendría que ir acompañado, al menos, de que Dios o la Naturaleza nos conserve el juicio a todos.

Aunque se siga intentando, la vergüenza social ha cambiado de bando

Ahora, también en el caso de una residencia, igual que en el contexto laboral, no solo debemos tener en cuenta el microcontexto —qué papel tenemos y qué somos en la institución u organización en la que se producen los hechos—, debemos tener claro cuál es el contexto general, de la sociedad en su conjunto, y, por lo tanto, cuál es el papel que esta reserva a mujeres y hombres en una sociedad sexista como la nuestra. Ha quedado muy claro en el caso del partido del Mallorca en Arabia Saudí con el trato que han recibido las mujeres; también aquí, en nuestro país, las evidencias son constantes —aunque las foráneas nos parezcan peores— sobre la persistencia de la discriminación de las mujeres y los privilegios de los hombres. Por lo tanto, nosotros lo seguimos teniendo peor.

Ahora bien, he empezado hablando de un cambio cualitativo importante en este contexto que nos determina, y así como muchas cosas aún no se han movido, sí que ha cambiado la estigmatización de las mujeres que denuncian. Aunque se siga intentando, la vergüenza social ha cambiado de bando. Los denunciados empiezan a ver consecuencias negativas derivadas de su comportamiento, aunque todavía tienen muchos recursos para burlar la responsabilidad de los hechos. Uno de ellos, el propio patriarcado; otro, la idea de la libertad sexual ante la represión, también las segundas oportunidades o hablar del feminismo punitivo y toda una serie de subterfugios que les parece que quedan brillantes en los alegatos que hacen desde la que suponen superioridad moral del intelecto entrenado y que no es más que pura defensa del statu quo patriarcal masculino. Cada vez más y más mujeres y hombres de todas las edades y procedencias ven que el rey va desnudo; solamente no lo reconocen, o se resisten a admitirlo, aquellos que no saben ser nada más que reyezuelos.