Las retiradas repentinas de Carles Mundó y Artur Mas ponen de manifiesto que el presidente Puigdemont empieza a entender que no hay nada que negociar con España que no sea la aplicación de los resultados del 1 de octubre o bien la celebración de otro referéndum, en caso de que la UE presione para llevarlo a cabo.
Mundó había sonado como presidenciable antes de las elecciones, y Mas era el hombre que tenía que controlar a los jóvenes de PDeCAT para que no se tomaran la independencia demasiado a pecho. Dos de los puentes que quedaban con Madrid han sido destruidos por la estrategia de Puigdemont, que quizás tiene la limitación de ser un alcalde de provincia, pero tiene la suerte de ser independentista de verdad.
Puigdemont no se dejará matar sin luchar y este pequeño detalle se puede volver más decisivo para la política catalana que para él mismo. Los chicos de Bruselas que quieren utilizarlo para desembarcar en el PDeCAT se equivocarán si lo traicionan para salvarse, como ya traicionaron a Mas. Puigdemont quizás no sabe como hacer la independencia, pero tampoco hay nadie de su entorno que esté en condiciones de sacar provecho de los anhelos que él representa.
A diferencia de la legislatura pasada, el elemento de caos que mantiene abierto el conflicto con España ya no viene de la CUP. Ahora viene de un político exiliado conservador, que ha sido legitimado por las urnas en unas condiciones tremendamente adversas. Puigdemont sabe que en el momento que deje de remover cielo y tierra para sacar adelante la independencia no durará ni tres días. El Estado también lo tiene presente y por eso mirará que los niños que lo rodean lo traicionen de una manera u otra.
A diferencia de Junqueras, que está en prisión, Puigdemont no tiene prisa para dar una salida estable a la situación política. El líder de ERC calculó mal pensando que valía más entregarse a los españoles que huir, una vez hecha la torpeza de declarar la independencia sin declararla. Como ya he escrito muchas veces, la verdad no necesita mártires y menos en un país como Catalunya, que necesita políticos que planten cara a España, ni que sea con este estilo de delantero enredado, tipo Julio Salinas, que gasta Puigdemont.
Hoy cualquier catalán sin intereses en la administración sabe que vale más que Madrid pague el desgaste de gobernar y de encarcelar independentistas que no que los políticos del país se quemen intentando gestionar migajas. Tarde o temprano se verá que los principales perjudicados del colapso de la política autonómica son los partidos del unionismo. Puigdemont insistirá en reclamar la presidencia del país aunque parezca loco, porque es consciente de que el Estatuto está muerto y de que la huida hacia adelante quizás es una mierda pero vale más que nada.
Lo mejor que pueden hacer los partidos independentistas es reforzar la política municipal y, especialmente, el discurso sobre Barcelona y las grandes ciudades. La Generalitat ya sólo sirve para hacer política simbólica y mantener la herida abierta. Si se mantiene bastante tiempo abierta quizás se podrá extender la crisis a Mallorca y a la Comunidad Valenciana, y se abrirán nuevas oportunidades. Sobre todo a medida que se vaya viendo que, a pesar de la parálisis política, no se han producido ninguno de los cataclismos anunciados.