No hay hielo. Al parecer, como la luz iba cara, los fabricantes no hicieron stock durante el invierno. Entonces llegó esa primavera inexistente por salvaje, esa ola de calor de mayo a octubre. Y ahora resulta que ni gasolineras ni festivales ni nadie tiene cubitos de hielo. El cubito es el nuevo oro (sólido), aunque se fabrique a marchas forzadas las 24 horas del día, 7 días a la semana. En algunos supermercados, la bolsa de hielo ha pasado de 75 céntimos a dos euros. Y con racionamiento a dos bolsas por cabeza.
Mad Max cuenta un futuro apocalíptico, donde falta agua, petróleo y energía. Existe una crisis económica. Y se genera caos social. No sé si les suena, pero sólo falta el caos social, si no cuentan los pinchazos en las discotecas. Una distopía en la que brilla Mel Gibson, que dio lugar al madmaxismo, una actitud pesimista frente a un futuro apocalíptico. Una corriente a la que parece que deberíamos dar la razón, a poco que sigamos las noticias de este verano.
El calor y la falta de lluvia han dejado pantanos vacíos y problemas de suministro de agua. A la vez, para ahorrar energía, el gobierno de España ha decidido que a partir de las 10 de la noche es mejor vivir a oscuras, y pasar calor en verano y frío en invierno. Todo después de un virus que ha dejado atrás muertos y dos años de confinamientos, que han facilitado que ahora los gobiernos cuelen medidas restrictivas con mayor facilidad. Y espérate.
Como en la covid, no puede ser que antes de que el mundo se acabe suframos todos ansiedad y nos muramos de tristeza
En fin, que si esto no es una distopía, no sé qué nombre tendrá. Y el problema es que le esperaban en septiembre, pero ha llegado en agosto, para jodernos las vacaciones. Sí, existe un problema de cambio climático. Existe una guerra que sube los precios de la energía y amenaza con problemas de suministro. Todo esto es verdad y hay que remediarlo. Pero hay un problema.
Y el problema es, además, crear un clima de alarma, apocalipsis, caos. Y la pandemia ya ha demostrado que esto es malo por dos motivos. Uno, porque se crea un marco para que los gobiernos recorten derechos y libertades sin demasiado cuestionamiento. Y el segundo, peor aún, aunque no se vea, es el de la salud mental. La ansiedad es la enfermedad del siglo XXI. Somos conscientes de ello, pero no hacemos nada para cambiarlo. Al contrario.
Y sin ánimo de disparar al pianista, parte de la culpa es del tratamiento que se hace de la información. Primero ocurrió con la política. Empezó a tratarse como si a cada minuto se acabara el mundo. Y no le ha dado, precisamente, buena imagen. Lo que no es demasiado bueno para la democracia y es el caldo de los extremismos. Y después pasó con la información sobre la covid, analizando el marcador de contagios, muertes, ingresados y curvas varias minuto a minuto, sin tiempo de reflexión ni contexto suficiente. Sólo faltaba que se añadiera la información del tiempo. Terrible. Apocalíptico. Faltan cubitos de hielo en una gasolinera y parece que se acabe el mundo. Viva Pedro Piqueras.
Y el mundo tiene muchos problemas. Pero, como en la covid, no puede ser que antes de que el mundo se acabe suframos todos ansiedad y nos muramos de tristeza. El mundo no lo van a solucionar las conexiones de Al rojo vivo, el programa que ha creado escuela, pero también un estilo de información compulsiva no apta para cardíacos.