A estas alturas, el principal problema del mundo juntaire es que no saben ni qué hacer. No ya respecto a la investidura, plato fuerte de la comida, sino con la propia constitución de la Mesa del Congreso. La zona de confort es la consigna de panfleto. Más allá, todo escuece. Así que el margen es escaso para llegar a cualquier tipo de acuerdo que no sea la retórica maximalista.
El mundo juntaire celebró entusiastamente el resultado electoral de la noche del 23-J. La víspera, Turull insistía en que el gran objetivo era pasar por delante de los republicanos. Ningún otro. Por lo tanto, la tentación de volver a intentarlo también pesa.
No lo consiguieron en escaños el 23-J. Y mucho menos en votos. Pero, aun así, salieron a valorar los resultados como si lo hubieran petado, cuando se habían dejado por el camino uno de cada cuatro votos. Solo perdieron un diputado porque el único de Tarragona lo salvaron por décimas y el segundo de Girona, por un puñado de votos.
Quien lo petó en Catalunya fue el PSC. Gracias, en gran parte, a la transferencia de votos de ERC, tal como evidenciaba el voto dual del Senado. Aunque el voto útil contra el bloque de la derecha también perjudicó a los juntaires. Ni que fuera en menor medida, porque también tuvieron una fuga hacia Feijóo. Y sobra decir que el voto útil castigó con contundencia a los cupaires, en este caso, sobre todo a favor de los comunes.
Puigdemont siente el aliento en el cogote de lo que representa Ponsatí como competidora electoral, lo que es un claro incentivo para ir de nuevo a elecciones
Pero a pesar del duro retroceso, los siete escaños daban juego. Mucho juego. Porque ahora sí que eran necesarios para investir a Sánchez, como lo fueron en 2018 para echar a Rajoy. Lo que habían recuperado era el protagonismo. ¡Ahí estaba la madre del cordero!
El mundo de Junts sigue siendo una olla de grillos. Es un festival de fracciones al cual solo cohesiona la pugna por la hegemonía indepe. La obsesión del amigo Turull. El secretario general no lo dejaba de repetir. A todo el mundo. Fuera de esta premisa, todo es un caos. El nosurrendismo no sale del putaspaña y el puta ERC con llamamientos ridículos a emprender alguna lucha heroica que ni se ve a venir ni tienen ninguna voluntad real de asumir. Solo hay que recordar el papelote de Cuevillas en la Mesa del Parlament. Y después el de la presidenta. En el primer caso, no se puede hacer más el ridículo. En el segundo, no se puede quedar más en evidencia.
Gente de buena pasta como Josep Rull —que quiere ser el próximo candidato a la Generalitat— internamente no se mojan ni bajo el agua, visto que aquellos que se mojan —como Jaume Giró— están en la lista negra. De Waterloo.
¿Quién tomará una decisión en el mundo juntaire sobre qué hay que hacer ahora? Con respecto a la investidura, será un Puigdemont que siente el aliento en el cogote de lo que representa Ponsatí como competidora electoral. Lo que es un claro incentivo para ir de nuevo a elecciones.
Con respecto a la Mesa del Congreso, que es el entrante frío, Waterloo puede dejar hacer. Y Turull quizás tiene cierto margen con respecto al laurismo y el golpe de tuit. Siempre que Puigdemont no empuje en una dirección, tal como pasó en la ruptura con el Govern Aragonès.
Pronto saldremos de dudas. Si hay agua o no. Por lo menos con respecto a la presidencia del Congreso y la Mesa, que, en ningún caso, quiere decir casi nada sobre la investidura. El problema añadido para asumir riesgos es que cae cerca de la mani del 11. Y el nosurrendismo juntaire quiere sentirse tan cómodo como cuando pitaban e insultaban a Carme Forcadell por conmemorar el quinto aniversario del 1 de Octubre.
La ufanía de la Moncloa —quizás totalmente impostada— puede ser lo primero que se empiece a desvanecer. Mientras tanto, Feijóo espera como agua de mayo una segunda oportunidad. Para ganar con más claridad a costa de un Vox que ahora mismo infinitamente les molesta más que otra cosa. Si no es que Pedro Sánchez acaba de arrasar electoralmente en Catalunya en una segunda vuelta.