Una vez, en un país en blanco y negro, vivía un meteorólogo llamado Mariano Medina que residía casi a perpetuidad en los estudios de TVE de Prado del Rey. Y como aquella princesita que sacaba la mano por la ventanita y decía, con voz dulce, "cojones, cómo llueve", Medina sacaba la suya por la ventana y según la meteorología que experimentaba su epidermis, anunciaba a los espectadores del telediario de la única cadena de televisión que existía: "Llueve en España o hace sol en España”, entendiendo que Madrid era España y España era Madrid.

Esta experiencia meteorológica me gustaba vivirla en el salón de mi abuelo Joan, vecino de La Garriga, republicano y catalanista, no demasiado amigo de Medina y crítico, como muchos otros catalanes, de la visión centralista y centralizadora de un Estado que deseaba ser como Francia. La endogamia de París había fagocitado el resto de ciudades francesas, y Madrid deseaba conseguir lo mismo que París.

El deseo y la realidad, a menudo, casi siempre, son un matrimonio en crisis y a Madrid no le salió bien el sueño centrípeto hasta que no asumió el poder un estadista de luces led de bajísima intensidad llamado José María Aznar. Desde que aterrizó en la Moncloa, su obsesión fue conseguir que la capital fuera el km 0 de todo y de todo el mundo. Para alcanzar el hito, Aznar, Jose Mari o Ansar para los amigos, tuvo la ayuda impagable de todos los poderes fácticos de la "España es una y no cincuenta y una", de las televisiones privadas y de una generación de políticos de provincias de una calidad más servil que intelectual y con una gran dosis, todo sea dicho, de ineptitud.

Colorín, colorado, que Mariano Medina tenía razón cuando sacaba la manita por la ventanita de uno de los edificios de Prado del Rey y, según el tiempo que experimentara, aseguraba que llovía o hacía sol en España.

A Madrid no le hace falta industria para ser rica, porque su riqueza es el Poder en mayúsculas

Isabel Díaz Ayuso, la chulapona presidenta de la Comunidad de Madrid, ya no le hace falta sacar la manita para saber que Madrid es España, España es Madrid y el resto son extrarradios que trabajan y viven para alimentar el pesebre madrileño.

Un alto cargo de una gran empresa de quien no revelaré el nombre me dijo que, aunque la capital crece en peso industrial, a Madrid no le hace falta industria para ser rica, porque su riqueza es el Poder en mayúsculas. Para ejemplarizar sus palabras me enseñaba el móvil. Un presidente de un banco llama al ministro X y en media hora ya están reunidos en su despacho. Y así se va tejiendo una red de poder en la que todo está conectado. ¿Se necesita industria cuando tú puedes decidir dónde inviertes la pasta desde una poltrona de Madrid? Y como el Poder llama al Poder, cualquier multinacional construye la sede central allí donde se deciden las cosas.

Este alto cargo llama a esta multicasta centrípeta como los Mandarines. Por cierto, uno de estos miembros expertos en las artes marciales del poder, Miguel Barroso, hombre del cual yo conocía ciertas extravagancias fruto de su capacidad de moverse en la sombra, murió de un infarto el sábado a la edad de setenta años.

Una mención honorífica merecen los catalanes que buscan un lugar bajo el sol madrileño. Durante mis 17 años de vida en la capital, encontré unos cuantos que funcionaban siguiendo los mismos patrones. Eran catalanes, pero simpáticos, invitaban siempre que podían para certificar que no eran tacaños y se hacían perdonar los orígenes demostrando que eran más madrileños que la Almudena. Eso quiere decir proclamar a los cuatro vientos su amor por Madrid en comparación con Barcelona. "Una ciudad en decadencia", aseguraban. Y es que en Madrid nadie es de Madrid, otra frase prefabricada para demostrar el espíritu cosmopolita castizo de una ciudad, que, si paseas por su centro, te transporta sin un DeLorean al programa de televisión de la época de Mariano Medina denominado La comarca nos visita.

Los más admirables de estos catalanes son los que intentan disimular su acento con una extraña constricción fonética. Ponen una boquita de piñón mientras parece que estén apretando las nalgas. Dos ejemplos son Josep Borrell, el cual nunca hizo carrera en Catalunya, y el exalcalde de la Roca del Vallès, Salvador Illa.

Hay que ser realista. La batalla de Barcelona frente a Madrid está perdida, pero aceptando el hundimiento, nos faltan alcaldes con una cierta chulería al estilo de Isabel Díaz Ayuso. No tenemos los 50.000 millones que le caen a Madrid cada año por ciencia infusa, ni el efecto capitalidad, y, por no tener, no tenemos políticos capaces de revertir la tragedia.

Mi padre y yo hacíamos una broma relativa a cómo reaccionarían un catalán y un madrileño ante una pirámide. El catalán diría que eso es imposible de hacer hoy en día porque es muy caro, y el madrileño diría que en Madrid de pirámides tienen siete. Y es que ya se sabe. De Madrid al cielo y, a menudo, en patinete.