Todo lo que sea prevención, proteger a los jóvenes y la educación, estoy de acuerdo con ello, aunque afecte a mi sector. Se ha aprobado la ley que prohíbe beber y vender alcohol en colegios u otros centros de menores, y también en actividades relacionadas con el deporte. La ambigüedad del 'beber con moderación' tiene que volverse radical con los niños y los adolescentes, porque un 93% asegura que le resulta muy fácil acceder al alcohol. Lo que no sé es cuánto les costará cambiar de mobiliario patrocinado por las marcas de bebidas alcohólicas a las terrazas de los bares, donde los padres charlaban mientras esperaban a que sus hijos salieran de las extraescolares. Los datos son alarmantes desde el año 2020: un 28% de los adolescentes de entre 14 y 18 años se han emborrachado en el último mes. Y está muy bien que en las publicidades no se puedan utilizar imágenes de menores de 21. Sí, como en Estados Unidos. Lo que pasa es que, con su puritanismo, también provocan que los estadounidenses en el umbral de los 21, como no han tenido la suficiente educación sensorial en casa, se desfasen a la mínima que pueden beber. Recuerdo cuando tenía 25 años y estudiaba en California y me pedían el carné para comprar unos bombones con un poco de licor. O si alguien me hacía oler su vino, enseguida venía un camarero a pedirme la identificación. ¿Bonito parecer más joven? En EE.UU. estaba, cómo no, aprendiendo sobre el enoturismo de Napa (Disney Wine) y Sonoma, mirando con cierta envidia cómo ellos se organizaban en transporte público para que el destino brillara todavía más.

En el centro de interpretación del ferrocarril de Cariñena, te explican la importancia del comercio del vino en las rutas. Cuando sales de las ciudades de Francia, Italia y la península Ibérica, todo es un mar de viñas. No en vano, son los tres mayores países productores. Francia, con doce millones de visitantes al año, con un 39% del mercado internacional y 10.000 bodegas accesibles. Italia todavía va más fuerte: catorce millones de enoturistas al año, donde un 50% de sus visitantes van a ver alguna de sus 20.000 bodegas, porque son parte del made in Italy (y del dolce far niente). ¿Y España? Pues con tres millones al año, va creciendo añada tras añada en un 10%. El futuro del vino es vender la experiencia, más que el producto en sí.

Cada vez se pide que las visitas sean más activas —como ser enólogo por un día— y no pasivas

Acabo de presentar la sexta edición de FINE, la feria de enoturismo en Valladolid, donde se ha constatado esta mayoría de edad del turismo enológico español. No llegamos todavía a la imagen mental de que el enoturismo es un MUST de la lista, como cuando vas a Burdeos o a la Toscana. Pero igual que el visitante sabe que parte del viaje es probar la tipicidad de nuestra gastronomía, también sabe que debería visitar una bodega. "No es tanto como lo haces bien, sino de la masa que tienes", dice el gurú Paul Wagner para explicar el éxito de Napa Valley y a su proximidad a San Francisco, por ejemplo. Barcelona tiene tres rutas, como el Penedès, el Pla de Bages y Alella. Si Mahoma no va a la montaña... ¡las viñas tienen que volverse urbanas! En el barrio de Les Marais de París ya hay un centro de vignerons para que no tengas ni que desplazarte a la Borgoña, como nos contó Charlotte Faugère, CEO de Calice & Wine.

Otras de las grandes frases de Paul Wagner son: "la visita a la bodega es el precio que tiene que pagar el visitante por una copa de vino" o "no me expliques cómo, sino el porqué se hace el vino". Antes, todo era a ver quién lleva más generaciones o tiene más hectáreas en el momento álgido, como el que la tiene más grande, a la hora de enseñar la sala de crianza (cada una de las botas vale perfectamente unos 1.200 euros). Cada vez se pide que las visitas sean más activas (como ser enólogo por un día) y no pasivas, de escuchar por enésima vez cómo se fermenta. El enoturismo es también parte del turismo de lujo, de balnearios y estrellas Michelin. Festivales de música entre viñas, cycling, montar a caballo y yoga como excusa para conectar con la naturaleza. Incluso, su digitalización ha llegado a los tours online y a que las bodegas ofrecen su espacio a nómadas digitales. Y también se ofrecen más propuestas alcohol free, como catas de mostos, aceites, versiones sin alcohol o vinos de menor graduación.

Hace veinte años pude entrevistar a Jacques Selosse, productor de champán biodinámico. Tenía un letrero en la entrada que decía "mis viñas no conocen las relaciones públicas". Pues ahora, para las bodegas, el enoturismo es el camino para enderezar este descenso del consumo. Porque no es tan importante explicar organolépticamente las bondades del vino, como beberte un paisaje.