Hoy es 11 de septiembre y hace diez días que he dejado de fumar y, excepto los dos primeros, creo que he llevado la penitencia francamente bien. Tengo que decir, sin embargo, que la Falgueras insistió en que visitara a un especialista en hipnosis para superar mejor el trance, y es probable que me haya ayudado a pasar del cien al cero sin un mono infernal. Y no era fácil. Últimamente, fumaba de diez a quince cigarrillos y una carga de tabaco electrónico al día, pero la presión de mi pareja me convirtió en un fumador casi furtivo, un paria de Mórdor. Una presión coral, porque Vita, la niña Falgueras, cuando le dije en marzo que dejaría de fumar el 1 de septiembre, me contestó que, por esas fechas, yo ya estaría "frito". Lo escribo textualmente.
Soy de una generación que adoptó ciertos hábitos de las generaciones de sus padres por inercia, y fumar fue una de ellos. Mi madre, no obstante, había dejado de fumar a los 37 años —creo que fumaba Rex— y mi padre era más de puros, cuya calidad fue mejorando conforme su poder adquisitivo iba creciendo. Ya después de ganar el Premio Planeta, entraron los primeros Habanos en casa, puros que tuvo que desterrar después del infarto. Pero yo empecé a fumar a partir de los veinte años y fue para disfrutar de los porros, como lo hacían mis amigos. Pensé que si aprendía a tragarme el humo de un cigarrillo, aprendería a colocarme como lo hacían los demás; aunque, pasado el tiempo, desaparecieron los porros, gran parte de esos amigos y se quedó el tabaco como compañero inseparable.
Y aunque no fumé hasta bien entrados los veinte años, ya de niño quería fumar como lo hacía Michel Piccoli en la película Les choses de la vie, una obra maestra del gran Claude Sautet, un director ya muerto y bastante olvidado que merece entrar en el panteón de los grandes metteurs en scène de Francia. En la película, Piccoli interpreta a Pierre, un arquitecto que muere en un accidente de coche mientras se debate entre vivir con Helène —Romy Schneider— o volver con su mujer Catherine —Lea Massari—. Y mientras conduce, Pierre fuma sus Gauloises como lo hacen los fumadores capaces de dibujar anillos de humo como quien manda tiernos besos de despedida a la biosfera. Una vez, en un Suquet celebrado en la casa ampurdanesa de Pere Portabella, tuve a Piccoli muy cerca, pero no me atreví a hacerle ninguna pregunta, ni sobre La Grande Bouffe, ni sobre La passante du Sans-Sauci, ni, por supuesto, sobre cómo se lo hacía para fumar tan bien, razón por la que nunca pasé de ser un mal imitador.
De ese trío ya solo queda Lea Massari, y yo hace diez días que he dejado de fumar, sin saber si para Pierre era mejor ir a vivir con Helène o volver con Catherine. Si es por la banda sonora, compuesta por Philippe Sarde, Helène sería la escogida, por el precioso tema con el que Sautet cierra la película.
Viviendo en un país nicotinado como España, cualquier día es un mal día para dejar de fumar
Hace diez días que he dejado de fumar y la realidad no tiene ni la tragedia ni la poética de Les choses de la vie, sino algo más parecido a Aterriza como puedas, aquella película de Jim Abrahams y David y Jerry Zucker, una de las grandes comedias del absurdo, en la que hay un personaje —interpretado por Lloyd Bridges—, el jefe de la torre de control Steve McCroskey, que va demostrando su creciente desesperación con una frase lapidaria: hoy es un mal día para dejar de... Al principio de la trama, es un mal día para dejar de fumar; al final de la película, es un mal día para dejar de esnifar cola de contacto.
Yo no he esnifado nunca cola de contacto, pero a lo largo de estos diez días sí que he pensado, como buen adicto a las noticias terrenales, que era un mal momento para dejar de fumar. Primero, por un titular de este diario que anunciaba que en el año 2050 Catalunya ya no disfrutará de un clima mediterráneo. Y no es que confíe en llegar a los 84, pero me fastidia dejarle este mundo de mierda a mi hijo mayor, sabedor de que gran parte de mis preocupaciones existenciales —la muerte de mi hijo pequeño es un capítulo aparte— serán un juego de niños comparado con todas las penurias sociopolíticas y medioambientales que tendrá que combatir con la mentalidad de un corredor de fondo.
Y ya en un terreno más próximo al "Sálvame de Luxe" político, es un mal día para dejar de fumar cuando veo imágenes del precongreso del PSOE y aparecen los barones rampantes blandiendo su espada mata-catalanes. Y es un mal día para dejar de fumar cuando oigo a Cuca Gamarra y a todas sus larvas exaltadas espoleando a sus masas a alzarse contra el fenicio catalán. Y es un mal día para dejar de fumar cuando veo ERC dividida con tantas candidaturas postulándose para hacerse con las riendas del partido, que más que un partido de gobierno parece una versión catalana de La vida de Brian, con la militancia dividida y perdida en las alcantarillas soberanistas, por las que, por cierto, escapó Puigdemont. Y es un buen día para dejar de fumar cuando Ada Colau anuncia que abandona el Ayuntamiento de Barcelona y un mal día cuando no dice no a volver a postularse como alcaldesa en 2027. Y es un mal día para dejar de fumar cuando paseas por Barcelona y la ves convertida en una barber shop fabricando reggaetoneros en cadena. Y es un mal día para dejar de fumar cuando observas que todos los herederos del cava catalán hablan en castellano a sus futuros herederos del espumoso. Qué fuerte, ¿no?
Un amigo mío tiene un programa en el móvil que le especifica cuántos cigarrillos ha dejado de fumar desde que colgó los hábitos de fumador y cuánto dinero se ha ahorrado. Los cigarrillos no fumados son menos que los reales, ya que engañó al programa diciendo que fumaba menos de lo que fumaba. Somos así. Incluso cuando dejamos de fumar, mentimos sobre nuestra realidad de fumadores. Quizás porque nos cuesta reconocer que fumar era un placer y que viviendo en un país nicotinado como España, cualquier día es un mal día para dejar de fumar.
Y hoy es 11 de septiembre y también es un mal día para dejar de esnifar cola de contacto.