Momentáneamente, ahora que ya ha pasado este ciclo electoral permanente en el que vivimos, quizás es hora de recuperar temas que afectan a nuestra cotidianidad y que tienen que ver con el cómo y dónde se gastan nuestros impuestos. Se ha abierto una ventana de oportunidad porque ya han pasado los días de las grandes promesas (en el mejor de los casos) y de las grandes diatribas (en el peor). Sea cual sea el grado de decibelios que hayamos sufrido, espero que los lectores no hayan decidido su voto en función de quién grita más o de quién dice la frase más ingeniosa, sino, todo lo contrario, que hayan privilegiado a aquellos que consideran capaces de presentar una propuesta o una alternativa de gobierno creíble. Es obvio que una propuesta de gobierno tiene que comportar una multiplicidad de facetas, y que tiene que contemplar, por ejemplo, una dosis de épica, porque la situación de nuestro país, desde el punto de vista nacional y lingüístico, por ejemplo, es bien triste, y con tendencia negativa, y que, por lo tanto, hacen falta mecanismos de reacción. Pero también tiene que ir acompañada de una propuesta presupuestaria, que no pueda ser desmentida por la realidad de los hechos cuando se han ejercido o se tienen que ejercer funciones gubernativas.

Sería razonable que los presupuestos tendieran al equilibrio, y que también se trabajara para disminuir la deuda pública tan voluminosa que presentan las cuentas públicas del Govern de Catalunya. Pero si solo dijéramos eso, nos estaríamos haciendo trampa, porque una situación de asfixia económica premeditada de la comunidad autónoma hace que las cuentas del Govern de la Generalitat no puedan ser equilibradas, ni que se pueda reducir el déficit público anual, ni que se pueda enjugar mucho la deuda. Un sistema de financiación esclerótico y oxidado desde hace años hace que la solidaridad interterritorial no sea un deber moral y político, sino una carga demasiado grande para el Principado de Catalunya. Una carga que, aumentando año tras año, lastra el futuro de los catalanes, de todos, piensen lo que piensen. Ya me gustaría ver algún día en Catalunya la solidaridad que tienen todos los partidos de la comunidad autónoma Vasca o de la Comunidad Foral Navarra, en defensa del "cupo" y del "fuero", respectivamente. Aquí somos más de pelearnos y de perder, por lo tanto, comba, año tras año.

Es muy bonito inaugurar, y casi todos se pirran por hacerlo, pero es más necesario todavía asegurar el mantenimiento de los equipamientos e infraestructuras existentes

A todos aquellos que defienden tanto la Constitución española, que la harían grabar en mármol y que la tienen siempre en la boca, les tendría que dar vergüenza que el sistema de financiación autonómica lleve caducado diez años y que haya okupas en el Consejo General del Poder Judicial desde hace más de cinco. Claro está que para sentir vergüenza, primero hay que tenerla.

Pero bien, enunciadas estas dos losas (asfixia económica y reproducción del esquema fiscal contrario a los intereses económicos y sociales de todos los catalanes), también hará falta que nos pongamos deberes como colectividad. Estos días hemos escuchado muchas promesas, y, a veces, ha parecido un concurso a ver a quién llegaba más lejos o a ver a quién la suelta más gorda. Nos han prometido nuevas instalaciones, una mejor cartera de servicios, más inversiones… Sin embargo, hace falta distinguir el grano de la paja, y ver, por ejemplo, quién, pudiendo hacerlo, no lo ha hecho, aunque quiera presentar la excusa inevitable que hace que los culpables sean siempre los otros. Dado que la práctica totalidad de los partidos parlamentarios han ejercido el poder en un sitio u otro de la totalidad o de parte de nuestra geografía política, ya podemos conocer el grado de debilidad gastadora de cada uno de ellos, y fijarnos hasta qué punto algunos son manirrotos, como si aquí no pasara nunca nada.

Evidentemente que se tienen que hacer inversiones y que se tienen que aumentar y consolidar las prestaciones del estado del bienestar, pero eso no se puede hacer en detrimento del mantenimiento necesario de muchos equipamientos y de muchas infraestructuras. Es muy bonito inaugurar, y casi todos se pirran por  hacerlo, pero es más necesario todavía asegurar el mantenimiento de los equipamientos e infraestructuras existentes. Quizás no hay que hacer los equipamientos más vistosos, y sería suficiente que fueran dignos y de fácil mantenimiento. Quizás racionalizando el gasto, podríamos hacer más acciones. Quizás inaugurando menos, se podrían disminuir las desigualdades y hacer que todo durara más, que tuviera mejor aspecto y que los ciudadanos estuvieran más orgullosos. Cuando menos, se podría intentar: disminuir el capítulo de inversiones (o mejor, racionalizar para hacer las cosas en su justa medida) y aumentar el capítulo de mantenimiento. Ahora, eso solo será posible si también los ciudadanos tratamos mejor aquello que es público, porque demasiado a menudo tendemos a dar las culpas a los demás, cuando nosotros también somos parte del problema.