Hoy se conmemoran los 100 años de la apertura de la Conferencia Internacional de Comunicaciones y Tráfico, organizada por la Sociedad de Naciones en Barcelona. En palabras de Bernardo Attolico, secretario general de la conferencia, en el telegrama que el mismo día envió a la sede central de la Sociedad de Naciones en Ginebra: "La Conferencia se ha inaugurado hoy con una sesión protocolaria, con un tono grave y de alto nivel, que ha causado una impresión genuina".

Ciertamente las fotografías que nos han quedado de aquel momento muestran este ambiente, con los delegados de cuarenta y dos gobiernos —sobre todo europeos, pero también latinoamericanos, de Japón, China o Persia— instalados en un Saló de Cent​ dispuesto especialmente para la ocasión.

Durante seis semanas, cerca de cuatrocientas personas, entre diplomáticos, expertos, funcionarios internacionales y periodistas, se movieron entre los principales hoteles de la ciudad (Ritz, Majestic, Oriente, Cuatro Naciones) y el epicentro de la conferencia, la plaza Sant Jaume. Las sesiones plenarias y algunas comisiones se celebraban en el mencionado Saló de Cent; pero el corazón de la conferencia, incluyendo salas de comisiones, los despachos para la presidencia, la secretaría, los traductores e intérpretes, un pequeño ejército de dactilógrafas inglesas y francesas, ocupó una gran parte del Palau de la Generalitat, que había sido cedido a propósito por el presidente de la Mancomunitat, Puig i Cadafalch. Incluso se instaló dentro del Palau una oficina de correos, una bancaria y una estación telegráfica que incluía "línea de teléfono directa con París". Y, evidentemente, uno de los puntos neurálgicos de cualquier encuentro de esta naturaleza, es decir, una cafetería, en uno de los espacios más singulares del noble edificio.

Se trataba de la primera conferencia intergubernamental organizada por la novel Sociedad de Naciones, institución con poco más de un año y medio de vida, surgida del Tratado de Versalles. Y se dedicaba a la cuestión de las comunicaciones y tráfico porque así lo exigía el capítulo XII del mencionado tratado, con la presuposición que facilitando las comunicaciones entre países, e indirectamente el comercio entre ellos, se consolidarían las relaciones pacíficas. La misma premisa con la que se fundó la actual Unión Europea, si bien cabe precisar que en el caso de la Sociedad de Naciones no acabó de funcionar del todo.

Ceremonia de apertura de la Conferencia Internacional de Comunicaciones y Tráfico, organizada por la Sociedad de Naciones en Barcelona, 10 de abril de 1921

De esta conferencia acabaron surgiendo un conjunto de tratados internacionales, conocidos como las "Convenciones de Barcelona", que todavía hoy tienen validez legal. Se trata de la Convención y Estatuto sobre la Libertad del Tráfico, la Convención y Estatuto sobre el Régimen de las Vías Navegables de Interés Internacional, y la Declaración sobre el Derecho de los Estados sin Litoral a Pabellón Marítimo. Con respecto a este último hay que tener en cuenta que con el fin de la Primera Guerra Mundial, y la desaparición del imperio Austro-Húngaro, habían aparecido un conjunto de nuevos estados sin litoral, como Austria, Hungría o Checoslovaquia, que sumados a la preexistente Suiza reivindicaban su derecho a marina mercante propia. También se aprobaron unas Recomendaciones relativas a las Vías de Tren de Carácter Internacional y otras Recomendaciones relativas a los Puertos bajo Régimen Internacional. Ambas se convirtieron en convenciones jurídicamente vinculantes en la siguiente Conferencia de Comunicaciones y Tráfico, que se celebró ya en Ginebra en 1923.

Entre la multitud de delegados que se trasladaron a Barcelona para esta conferencia encontramos, entre otros, a Jean Monnet, entonces subsecretario general de la Sociedad de Naciones, mucho antes de que iniciara su cruzada europeísta, y que durante la conferencia tuvo asignado un despacho en la planta noble del Palau de la Generalitat. También participaron juristas de prestigio, como Sir Cecil Hurst, futuro presidente de la Corte Internacional de Justicia y conocido como el autor del informe legal que permitió la celebración años más tarde de los Juicios de Nüremberg. Varios países enviaron a sus ministros de transportes u obras públicas, como Francia, Italia y Bélgica. No fue el caso de España, que a pesar de ser el Estado huésped tuvo una participación muy residual, duramente criticada por la prensa de la época, que sólo salvó un joven y activo Salvador de Madariaga, quien en Barcelona conseguiría ser reclutado por la Sociedad de Naciones, donde más tarde llegaría a responsable de la sección de desarme. Es cierto que el día antes de la inauguración, el 9 de marzo de 1921, fue asesinado en Madrid el primer ministro español, Eduardo Dato, y que eso tuvo su impacto; pero la documentación de la época nos indica que el problema era de fondo. De hecho, de Madrid llegó un ministro, pero sólo el día después de la clausura de la conferencia, y para inaugurar una feria del mueble que se hacía en Montjuïc...

Quien aprovechó este contexto fue Puig i Cadafalch, presidente de la Mancomunitat, que llenó el vacío de Madrid con todo tipo de atenciones a los delegados internacionales, aprovechando para presentarles la política modernizadora y las instituciones de la Mancomunitat (Biblioteca de Catalunya, Universidad Industrial, etc.), sin esconder los anhelos de autogobierno que hacía tiempo que no encontraban un puerto de anclaje en el entramado institucional español de hace cien años. Su condición de historiador y arqueólogo congenió inmediatamente con la personalidad del presidente de la conferencia, Gabriel Hanotaux, hombre de estado francés e historiador, antiguo ministro de Asuntos Exteriores y articulador de la política de rapprochement franco-rusa. Puig i Cadafalch lo llevó a Montserrat, a Tarragona y al conjunto de iglesias visigóticas de Egara en Terrassa, que él había excavado. Hanotaux quedó tan impresionado, que, una vez en Francia, hizo una serie de artículos sobre todo aquello que había visto y "descubierto" en Catalunya. La prensa lerrouxista de la época no perdonó la habilidad del presidente Puig i Cadafalch, y aprovechó cualquier excusa para atacar el "separatismo" que creían se escondía detrás de cualquier gesto o atención que tuviera la Mancomunitat con los ilustres huéspedes que visitaban nuestro país.

Personal femenino de la Sociedad de Naciones en el Pati dels Tarongers, marzo de 1921

Quien no fue ajeno a este buen entendimiento fue el periodista Eugeni Xammar, que hacía poco que se había incorporado en la Sección de Información de la Sociedad de Naciones. Habla largamente de ello en sus memorias, y fue el principal instigador de la complicidad entre el organismo internacional y las autoridades catalanas.

Hoy hace cien años que Barcelona se convirtió, por unas semanas, en un foro diplomático de primera línea. Poco se podían esperar los delegados en Barcelona, ni aquellos que los acogieron, el futuro que los esperaba. Porque hay que recordar que tanto la Sociedad de Naciones, como la Mancomunitat y el proyecto de modernidad que ambas instituciones significaban, serían víctimas del mismo mal, el fascismo. Primero fue la dictadura de Primo de Rivera, quien, a partir de 1923, acabaría con la Mancomunitat. Más tarde serían Mussolini y Hitler quienes darían la estocada a la Sociedad de Naciones.

La conferencia de 1921 dejó un buen sabor de boca en la ciudad y en la sociedad catalana en general, y despertó interés por la política internacional. Prueba de eso es la candidatura que años más tarde presentaría Barcelona, sin éxito, para acoger la sede de la Conferencia de Desarme organizada por la Sociedad de Naciones; o la creación de una Asociación Catalana para la Sociedad de Naciones que llegó a ser presidida por Pompeu Fabra.

Por todo eso, el Govern de la Generalitat de Catalunya ha decidido que este centenario forme parte de las conmemoraciones institucionales para el año 2021.

 

Manuel Manonelles, comisario de los 100 años de la celebración de la Conferencia Internacional de Comunicaciones y Tráfico de la Sociedad de Naciones en Barcelona