La decisión de Finlandia de pedir el ingreso en la OTAN, gesto que se confirmará con una votación en el Parlamento a principios de la próxima semana y que seguramente será seguido por Suecia, significa un cambio radical de escenario en la geopolítica europea, y más en un momento de altísima tensión como es el provocado por la invasión rusa de Ucrania, iniciada hace casi tres meses.
Por una parte, hay que tener en cuenta la radicalidad de estas decisiones, que si bien vienen precedidas de una actuación tan agresiva e inesperada como la de Rusia en Ucrania, significan un cambio total de paradigma en la política exterior y de defensa de dos países que hasta hace muy poco estaba definida por las respectivas políticas de neutralidad, en el caso sueco, de más de dos siglos de antigüedad.
Es más, el anuncio del presidente y la primera ministra de Finlandia significa la confirmación del absoluto fracaso de la estrategia de Putin, que inició "la operación militar especial" con el objetivo declarado de frenar la expansión de la OTAN hacia el este. De hecho, Rusia hablaba de la "finlandización" de Ucrania como uno de sus objetivos, cuando lo que está consiguiendo es "la otanización" de Finlandia y Suecia, algo que habría sido inconcebible hace sólo un año.
Pero para entender la profundidad de los cambios que estamos experimentando, hay que tener en cuenta la dimensión de un cambio tan sustancial para estos dos países, así como los enormes retos que les puede comportar una decisión como es la de abandonar su histórica política de neutralidad.
Suecia hace más de dos siglos que adoptó la neutralidad como elemento estructural de su sistema político, de defensa y de relaciones internacionales. De hecho, fue a raíz de su fracaso en la Guerra Finlandesa (1808-09), en la que perdió el control de Finlandia a favor del Imperio Ruso, que Suecia decidió adoptar la política de neutralidad, que —con modulaciones y matices— ha mantenido hasta ahora. Es cierto que en 2009, a partir de la firma de algunos acuerdos de defensa mutua con varios países nórdicos y la UE, Suecia "técnicamente" había dejado de ser un país neutral y que hacía tiempo que iba reforzando sus vínculos con la OTAN. Pero de aquí a pedir el ingreso como miembro de pleno derecho hay un abismo, también desde el punto de vista simbólico y de la percepción rusa al respeto.
El anuncio del presidente y la primera ministra de Finlandia significa la confirmación del absoluto fracaso de la estrategia de Putin, que inició "la operación militar especial" con el objetivo declarado de frenar la expansión de la OTAN hacia el este
Todavía más clamoroso es el caso de Finlandia, que comparte 1.300 kilómetros de frontera con Rusia, y que también en los últimos dos siglos de historia se ha definido como país y como nación basándose precisamente en la relación que ha mantenido con el gran vecino oriental. Empezando por cuando Rusia la anexionó creando el Gran Ducado de Finlandia en 1809, siguiendo por cuando aquella aceptó su independencia en 1917 a raíz de las convulsiones resultantes de la revolución bolchevique. Continuando con los dos intentos de invasión por parte de Stalin —que obligó a los fineses a reforzar los vínculos con la alemana nazi—, o estableciendo su política de neutralidad una vez acabada la Segunda Guerra Mundial; y, finalmente, jugando un papel clave para reducir las tensiones de los dos bloques durante la Guerra Fría promoviendo el conocido como Proceso de Helsinki (1972-75).
Pero hay que tener en cuenta también que, a pesar de ser dos de las economías punteras del mundo y contar con unas de las rentas per cápita más altas, Suecia y Finlandia son países pequeños en términos demográficos, 10 y 5,5 millones respectivamente (respecto de los 44 millones de Ucrania, por ejemplo), y también desde la perspectiva de sus fuerzas militares. Es en este sentido que se tiene que entender la visita del primer ministro británico, Boris Johnson, a Estocolmo y Helsinki esta semana para firmar acuerdos de defensa mutua con los dos países. Una especie de "garantía" antes de que estos hicieran el paso de anunciar y llevar a cabo la petición de ingreso en la Alianza Atlántica.
Otra de las ironías que acompañan esta situación es el hecho de que los dos gobiernos que lo están llevando a cabo, tanto en Finlandia como en Suecia, están encabezados por dos primeras ministras socialdemócratas, miembros de unos partidos tradicionalmente partidarios de la neutralidad y contrarios a la entrada de sus respectivos países a la OTAN.
De hecho, en el caso de Suecia, se está pendiente de una reunión este domingo del Partido Socialdemócrata para cambiar su política oficial al respecto (hasta ahora, contraria a entrar en la OTAN) a fin de que el gobierno que presiden pueda iniciar los trámites también la próxima semana.
¿Cómo reaccionará el Kremlin a este reto? ¿Cómo encajará Putin esta nueva derrota? Pues es difícil de prever. Primero, porque en el fondo tiene poco margen de maniobra y, segundo, porque la situación militar en Ucrania ya es de por sí lo bastante complicada para Rusia. Pero también es cierto que en estos últimos tiempos la imagen de un Putin frío y calculador se ha ido desmoronando, y que la racionalidad que lo caracterizaba se ha desvanecido, algo que no es particularmente tranquilizador.
Uno de los primeros indicadores lo tendremos pronto, y pasará por saber si el gas ruso sigue fluyendo en los gasoductos que conectan con estos países. Más adelante, nos tendremos que fijar en un punto del mapa europeo muchas veces olvidado: el enclave ruso de Kaliningrado, entre Polonia y Lituania, el antiguo Konigsberg, patria de Emmanuel Kant. Hace un tiempo que se especula con un despliegue de armamento nuclear ruso en aquel territorio como posible "respuesta" a la "presión" de la OTAN. También es cierto que varios analistas consideran que este tipo de armamento ya hace tiempo que llegó a la zona, aunque fuera de manera encubierta.
En cualquiera de los casos, ya hace meses que tanto Finlandia como Suecia se preparan militar y civilmente para los diversos escenarios posibles. En principio, no tiene que ser el caso, pero, sin duda, estamos ante un cambio radical de escenario, fruto de un colosal error de cálculo por parte del Kremlin.