He leído el prólogo que Abel Cutillas ha hecho a su traducción de El príncipe y no puedo dejar de pensar en la actualidad europea como si estuvieramos al inicio del siglo XVI. Cutillas explica con mucha maña por qué Maquiavelo tiene casi tan mala fama como la familia Borja, y recuerda que el título original de El príncipe era De principatibus, es decir, 'sobre los principados'. Según parece, el político florentino quería educar a sus conciudadanos sobre la naturaleza del poder que les estaba a punto de caer encima y ha acabado pasando por el gran gurú de las formas oscuras de gobierno inventadas por los estados nación europeos.

Como Cutillas recuerda al empezar el texto, Italia es el gran Estado fallido de Europa. Es un país maravilloso, pero indefenso, que vive a la intemperie desde hace cinco siglos, y al cual medio continente ha ido a robar sin ningún escrúpulo. Un poco como le ocurre a Bernat Metge un siglo antes en Catalunya, Maquiavelo ve venir el derrumbe y trata de evitarlo afilando la pluma o, cuando menos, intenta hacer sonar las señales de alarma. Al final, el famoso autor de El príncipe triunfará como escritor, pero como italiano y como político, es el cornudo que paga el beber.

El prólogo pone de manifiesto que los españoles importantes que conoció Maquiavelo hablaban catalán y que el gran inspirador de su pensamiento político fue César Borja. Cutillas ha leído a historiadores del Mediterráneo como Alan Ryder o David Abulafia y sabe que los catalanes no solos tratamos de salvar Italia, sino que también contribuimos a hundirla intentando resolver nuestros asuntos. Como dice Cutillas, no se puede leer El príncipe si no se entiende a César Borja. El problema es que para explicar bien su figura —sin acabar escribiendo novelas— haría falta que los académicos profundizaran un poco más en la relación entre Italia y Catalunya.

Aunque el estudio introductorio no lo dice, no puedo evitar aventurar que la cultura política de los Borja a la fuerza debió estar ligada al Compromiso de Caspe y a las lecciones traumáticas que se desprenden de este. No es solo que la familia papal empezara su ascenso con el Rey Martín, y que después funcionara con agenda propia, bajo el reinado napolitano del rey Alfonso. Como observa Cutillas, es significativo que los reproches que Maquiavelo hace a las élites florentinas sean los mismos que algunos historiadores catalanes han hecho a las clases dirigentes barcelonesas de un siglo antes. También llama la atención que el drama sempiterno de Italia nos recuerde tanto Catalunya.

El primer rey de España y el hijo del último papa Borja son la máxima expresión de las dos escuelas de poder surgidas de la Catalunya premoderna. Leyendo a Cutillas, me ha parecido verlas resurgir dentro de Occidente, en el enfrentamiento entre los Estados Unidos y Europa

La idea más fuerte de El príncipe, remarca Cutillas, es que sin el apoyo del pueblo no hay manera de instaurar un gobierno estable. La idea es sencilla y puede parecer un poco buenista, pero vista de cerca tiene derivadas subversivas, en el sentido de que funciona en las dos direcciones. Si el príncipe puede ser más o menos cínico, o más o menos despiadado, pero al mismo tiempo necesita el apoyo de la gente para perpetuarse, quiere decir que el pueblo nunca está del todo indefenso, y que tampoco se puede considerar nunca del todo libre de culpa. Visto así, el escepticismo de los pueblos mediterráneos se puede poner más en contexto y el pensamiento de Maquiavelo también.

Ahora que la Unión Europea dice que quiere entrar en la carrera militar, después de décadas de pacifismo, no nos haría ningún daño releer un poco a Maquiavelo. El Mediterráneo dio a luz al mundo moderno, pero los Frankensteins que creó le pasaron por encima y todavía nos afecta. El belicismo de los políticos de Bruselas me recuerda la Viena de la Marcha Radetzky o el Madrid de la guerra de Cuba, pero no veo claro si estos delirios crepusculares nos abrirán las puertas de una Europa nueva o si solo traerán más ignominia a Italia y Catalunya. Aunque Meloni está ligada a la deuda del Estado, y Orriols a la ocupación española, las dos parecen haber entendido, como Trump, que la mejor manera de salir adelante es confiar en la nación y ligarse a su sabiduría y su fuerza.

El momento más iluminador del libro es cuando Cutillas recuerda que las milicias ciudadanas de César Borja llevaban los colores de la senyera catalana y explica el impacto que causaron en Maquiavelo, acostumbrado a los ejércitos de mercenarios extranjeros contratados por las élites florentinas. Quizás habría sido interesante recordar que César fue liquidado por Fernando II de Aragón, otro catalán que también aparece a menudo en El príncipe y que tampoco acabó de salir adelante. El primer rey de España y el hijo del último papa Borja son la máxima expresión de las dos escuelas de poder surgidas de la Catalunya premoderna, escindida entre Italia y Castilla. Leyendo a Cutillas, me ha parecido verlas resurgir dentro de Occidente, en el enfrentamiento entre los Estados Unidos y Europa. Pero eso ya sería otro tema.