Se ha ocasionado una cierta polémica en Twitter a raíz de la enésima convocatoria de recogida de alimentos para el banco que cada año por estas y otras fechas los suministra a las personas más necesitadas. Las críticas se planteaban desde varias perspectivas, que, cuanto menos, deben ser tenidas en consideración, pues incluso de refilón han afectado a La Marató de TV3, que siempre me hace recordar la que en su versión italiana causó un escándalo en aquel país cuando se supo que algunos colaboradores cobraban por participar en ella.
Una primera reflexión se hacía en ese foro en torno a lo forzado de la solidaridad que los voluntarios que se apostan a la entrada de los supermercados pretenden hacer tan obligatoria como las que la ley determina a través de los impuestos que, en régimen de progresividad, pagamos al Estado para que a su vez aplique los recursos a las necesidades que entienda prioritarias. Sí, pero ¿se trata de solidaridad o es en realidad caridad? Más bien esto último, pues solo ésta es libre, cada uno puede decidir si la quiere realizar y en qué medida, siempre y cuando sea capaz de resistirse a la culpa que ese voluntariado acaba haciendo germinar en quienes se resisten al gesto.
Eso de que la adversidad saca lo mejor de nosotros, creo que va por barrios y éstos cada vez son más diferentes
La segunda reflexión está relacionada con el mecanismo mediante el que el banco se nutre de alimentos: los voluntarios no están ante cualquier pequeña tienda de comestibles; optimizan su tiempo, lo que implica colocarse a la puerta de las grandes superficies, aquellas en las que entra mucha gente, aquellas donde incluso se les habilitan las enormes cajas de cartón donde ir amontonando todo lo que los visitantes del local al salir les van dando. Así, quien principalmente hace el agosto es el comercio, que ve aumentadas exponencialmente sus ventas sin que haga el menor esfuerzo por rebajar el precio de las unidades donadas, tal vez al margen de que los dueños del negocio hagan también una donación. Pero ¿no sería mejor que no fuese directamente el beneficio al intermediario de la acción solidaria, o mejor dicho, caritativa?
La última reflexión es quizá la más vergonzante, pero también comprensible, y se refiere a algunos de los destinatarios de los bienes, y al hecho de que sean capaces de tirar una lata de jamón de york porque su religión no les permite comer cerdo. Aunque sea coherente con su libertad religiosa, deja al donante con la cara de tonto que en ocasiones también se le pone al ver que sus impuestos no van dirigidos a las más eficientes y ordenadas prioridades de gasto.
Por todos estos comentarios y algunos más inaceptables, unidos a la inflación que no cesa, sospecho que este año al Banco de Alimentos le va a faltar material con el que hacer sus lotes. Lo vienen denunciando y no sé si se va a resolver. Con esto, como en los tiempos de covid, eso de que la adversidad saca lo mejor de nosotros, creo que va por barrios y éstos cada vez son más diferentes.