Tardienta (Aragón), 12 de diciembre de 1937. En una trinchera del frente del Este se oficializaba la creación de la que sería la única unidad de combate de las Brigadas Internacionales formada exclusivamente por judíos: la compañía Botwin. Inicialmente formada por 80 efectivos, en su momento culminante alcanzaría la cifra de 152 combatientes (hombres y mujeres en una proporción de 70/30) y acabaría con poco más de una docena de supervivientes, aunque alguien habla de hasta 86. La compañía Botwin, sin embargo, no sería el único testimonio judío de la Guerra Civil española (1936-1939). La mayoría de las fuentes sitúan entre 4.000 y 6.000 los efectivos judíos que formarían parte de las Brigadas Internacionales. Y sin embargo, la compañía Botwin sería el elemento más genuino y representativo del compromiso de la comunidad judía internacional en la defensa de los valores de la democracia y la libertad y de la participación en la defensa de los valores republicanos.
El falso mito del binomio "judío brigadista = judío comunista"
Esta idea es muy importante, porque desenmascara el falso mito, ámpliamente difundido por la historiografía nacionalista española, que pretende reducir este fenómeno al binomio "judío brigadista = judío comunista". Nada más lejos de la realidad. La investigación historiográfica reciente revela que, al estallido del conflicto civil español, la comunidad judía internacional se posicionó en bloque a favor de la República. El régimen republicano no tan sólo había consagrado la libertad de culto, sino que también apoyado a las comunidades judías amenazadas en Centroeuropa y en la Europa Oriental. En cambio, las informaciones que llegaban del territorio controlado por los golpistas (la llamada "zona nacional") anunciaban una oleada de antisemitismo que venía con el tufo del integrismo inquisitorial que explica, en buena parte, el alma atávica y eterna de España.
La amenaza golpista española
La prensa norteamericana de la época revela que, al estallido del conflicto, Roger Bramy, presidente de la comunidad judía de California, proclamó: "Si los rebeldes acabaran venciendo (...), se rompería la última muralla que protege a los judíos de Europa de las persecuciones". Una proclama que, aunque lo parezca, no era exagerada, porque a la sombra de los regímenes nazi alemán y fascista italiano, el antisemitismo rebrotaba con fuerza por toda Europa. Incluso en la URSS. Y así lo corroboraba el semanario Najbelan, uno de los medios de prensa más influyentes entre la comunidad judía de Nueva York. En agosto de 1937 publicaba: "Una victoria de Franco en España sería la señal de una guerra mundial. Significaría la condena de millones de personas que forman parte de las minorías nacionales. Significaría la muerte y la ruina de millones de judíos".
Judíos comunistas, socialistas, liberales...
Dicho esto, queda patentemente manifiesto que aquellos combatientes participaron en el conflicto civil español tanto por su ideología personal como por su condición de judíos. Si bien es cierto, y es importante destacarlo, que la idea de creación de una unidad de combate exclusivamente judía nació en los cenáculos comunistas. En octubre de 1936, el rosellonés André Marty ―diputado comunista en la Asamblea Nacional francesa y nombrado máximo responsable de las Brigadas Internacionales― y el piamontés Luigi Longo Gallo ―dirigente del Partido Comunista italiano que tendría un papel destacadísimo en la política transalpina después de la II Guerra Mundial (1945)― aceptaban la propuesta que les había formulado Albert Nahumí ―dirigente de la sección judía parisina del Partido Comunista francés― de creación de una unidad de combate formada exclusivamente por judíos y judías.
Judíos, polacos, norteamericanos, franceses, belgas, británicos...
La segunda compañía del batallón José Palafox, creada en agosto de 1937 y formada por judíos polacos, norteamericanos, franceses, belgas, ucranianos y británicos (de la metrópoli y del protectorado de Palestina), era lo más parecido al proyecto de Nahumí. Pero las continuas bajas que sufrió obligaron a los mandos republicanos a reforzarla con efectivos no judíos. La Botwin, que lucharía, principalmente, en la batalla del Ebro (julio-noviembre 1938), sería la única unidad formada exclusivamente por judíos. Y sería en el Ebro catalán donde se confirmarían las informaciones que, al inicio del conflicto, habían alarmado a la comunidad judía internacional: el general golpista Yagüe (conocido como "el carnicero de Badajoz") ordenó que todos los combatientes capturados y prisioneros de la Botwin fueran fusilados por su doble condición de republicanos y de judíos.
Fusilados por su condición de judíos
Según las fuentes, entre veinte y cuarenta combatientes de la Botwin fueron brutalmente asesinados, en las postrimerías de la batalla, en un lugar llamado Torre de la Carrova ―en el municipio de Amposta (Montsià)―. También según las fuentes murieron en territorio catalán ―en combate― seis de los ocho comandantes de la compañía: Karol Gutman, Leon Rubinstein, Michael Shapir, Israel Helbersberg, Tadeus Schlata y Samuel Alkalaí. Sólo dos sobrevivieron: Emmanuel Mink y Albert Szerman. Y del resto de la compañía, algunos supervivientes ―una parte minoritaria― fueron evacuados cuando Negrín ―presidente de República española― firmó la disolución de las Brigadas Internacionales (noviembre de 1938). La mayoría atravesaron Catalunya, acompañando voluntariamente a la retirada republicana, y fueron forzosamente internados en el campo de refugiados francés de Sant Cebrià (Rosselló).
La ideología antisemita del régimen franquista
La premeditada atrocidad de Yagüe, y por extensión del bando autollamado "nacional", no quedó en la categoría de anécdota, sino que delataba la auténtica ideología del Movimiento que había inspirado el golpe de estado y la mortífera guerra. El fusilamiento de los prisioneros de la Botwin no era más que el preludio de lo que le esperaba a Catalunya, de forma general, y a la comunidad judía catalana, particularmente. Cuatro días después de la ocupación franquista de Barcelona (30 de enero de 1939), el mismo Yagüe, premeditadamente, facilitaría la dirección de una discreta sinagoga situada en la calle Provença a un pelotón de falangistas y les daría libertad absoluta para entregarse al saqueo del edificio y a la ejecución de las personas que encontraran. De la Compañía Botwin y de la sinagoga de la calle Provença no quedó nada más que el polvo del recuerdo de una época de libertades.