Granada, 31 de marzo de 1492. Hace 530 años. Los reyes Fernando e Isabel firmaban el Decreto del Alhambra, que imponía a las comunidades judías de los dominios hispánicos la conversión al cristianismo o a la expulsión del territorio. Según la investigación historiográfica, entre el 31 de marzo y el 31 de julio (fecha límite impuesta por la monarquía católica) salieron de Catalunya unos 8.000 judíos (entre un 10% y un 15% de la población total judía en el país), que se dirigieron hacia varios destinos. Es bien conocida la Diáspora judeocatalana en la península italiana. O en los Países Bajos. Pero en cambio no es tan conocida —y es tan importante— la Diáspora judeocatalana que se estableció en los dominios de la Sublime Puerta (el Imperio otomano); que creó comunidades katalanim en Estambul, Salónica o Esmirna; que trasplantaron el catalán y que lo conservaron durante generaciones.

¿Quiénes eran los Katalanim?

Tradicionalmente se ha englobado toda la Diáspora ibérica en un solo grupo y con un nombre genérico: los sefardíes. Pero la investigación historiográfica moderna revela que aquel mundo pretendidamente homogéneo, en realidad, estaba dividido en dos grupos claramente diferenciados: los sefardíes —procedentes de los países de la corona castellano-leonesa y de lengua castellana; y los katalanim (originarios de los países de la corona catalano-aragonesa y de lengua catalana). La misma investigación ha probado que, durante el siglo largo posterior a la Diáspora (siglo XVI), vivieron y evolucionaron de forma separada: juderías diferenciadas, sinagogas separadas y autoridades políticas y religiosas propias. Esta diferenciación sería especialmente visible en los puertos del Imperio otomano que recibieron la Diáspora de 1492: Estambul (sede de la Sublime Puerta); Esmirna; y, sobre todo, Salónica.

Los Katalanim de Salónica

Salónica fue la ciudad de los dominios otomanos que, durante la Diáspora de 1492, recibió el contingente más numeroso de katalanims. La investigación historiográfica revela que las dos juderías catalanas de la ciudad tuvieron una evolución sorprendentemente similar a la que, anteriormente, habían tenido los de la Barcelona medieval. Reveladoramente, fueron denominados "Catalán viejo" y "Catalán nuevo". El espacio de culto de aquellas juderías fue la "Sinagoga catalana"; la liturgia que se ofició fue la del "Majzor le-núsaj Bartselona minhag Catalunya"; sus rabinos fueron catalanes y aragoneses; y su lengua fue la catalana. El catalán no fue tan solo la lengua de la comunidad katalanim (judíos de origen catalán, valenciano, mallorquín y aragonés) de Salónica; sino también de la de Estambul y de la de Esmirna.

Representación de un grupo de judíos catalanes antes de la Diáspora (1350) / Fuente: Museo Nacional de Sarajevo

Katalanim y sefardíes

La Diáspora catalanohablante de Salónica, Estambul y Esmirna siempre fue una minoría dentro del mundo judío de origen ibérico. Y las tensiones entre katalanim y sefardíes fueron habituales. Otra vez las fuentes revelan que los judíos castellanohablantes intentaron repetidamente fusionar a los dos grupos con el presunto propósito de ganar peso demográfico y económico en las comunidades de acogida. Y las mismas fuentes revelan, también, que los judíos catalanohablantes se resistieron repetidamente a estas maniobras. En aquella resistencia jugó un papel fundamental la lengua; pero, también, cierta conciencia de superioridad cultural. Según el Majzor Qatalá "los judíos de Catalunya fueron los más destacados de Sepharad y eran superiores en sabiduría y en ciencia. Había un dicho que solían pronunciar los judíos sefardíes: "El aire de Barcelona te hace sabio".

Majzor Qatalà de Salónica (1527) / Fuente: Wikimedia Commons

¿Más katalanim o más sefardíes?

La Diáspora catalana fue muy inferior, numéricamente, a la castellana. Mientras que de los puertos castellanos se estima que partieron entre 100.000 y 120.000 personas; de los puertos catalanes, valencianos y mallorquines no salieron más de 20.000. Aunque Catalunya era el país de Europa con el porcentaje más elevado de población judía (un 15%); esta diferencia se explica por dos razones. La primera, por la superioridad demográfica de la corona castellano-leonesa, en una relación de 3 en 1 con respecto a la corona catalano-aragonesa. Y la segunda, por un fenómeno que va especialmente intenso a Catalunya y en el País Valencià y, en cambio, no tuvo la misma repercusión en Castilla o en Andalucía: el goteo constante de conversiones —fruto de la presión política y económica— desde los pogromos de 1391 (un siglo antes del Decreto del Alhambra).

¿Por qué retrocedió el katalanim?

Las juderías catalanas de Salónica, de Estambul o de Esmirna no superaron nunca a los 5.000 habitantes. A diferencia de las juderías sefardíes, que en su plenitud demográfica cuadruplicaron y quintuplicaron la masa de los katalanim. A pesar de aquella conciencia de superioridad cultural que mencionábamos anteriormente, las juderías catalanas de la Sublime Puerta no pudieron resistir la presión de los sefardíes. Según las fuentes documentales, la rotura de la cadena de transmisión generacional del catalán se inició a caballo entre las centurias de 1500 y de 1600 (un siglo largo después de la Diáspora de 1492) con la generalización de matrimonios "mixtos" entre contrayentes de las dos comunidades. Y, aun así, el catalán de Salónica no desaparecería del todo hasta que el año 1942 —con la ocupación nazi de Grecia— la comunidad judía local fue masivamente deportada a los campos de exterminación.

¿Qué habría pasado si no hubiera desaparecido el catalán de los katalanim?

Nunca conoceremos la respuesta a esta cuestión. Pero sí que podemos aventurar, con un criterio más que razonable, que si se hubiera conservado el catalán de los katalanim de la Sublime Puerta, en la actualidad sería el dialecto más oriental y más arcaico de la lengua catalana. Su aislamiento con respecto al territorio matriz y su contacto con las lenguas turca y griega habría condicionado su evolución, hasta convertirlo en una exótica variante que enriquecería extraordinariamente nuestra lengua. Sería en definitiva el catalán de los Capsall, de los Shimoní, de los Benveniste, de los Almosnino, de los Ayash, de los Pipano, de los Arditi o de los Shehaltiel; por citar algunos ejemplos; descendientes de los judíos de lengua y cultura catalana que, en nombre de una pretendida unidad religiosa que prefiguraba el estado moderno, fueron obligados a abandonar para siempre su casa, su ciudad y su país.