Aquisgrán (capital del Imperio carolingio), año 812. Hace 1.210 años. La cancillería del emperador Carlomagno dictaba la obligación de oficiar la liturgia en la lengua vernácula de cada territorio: "In rusticam romanam linguam" (en la lengua latina vulgar o popular). Aquella medida representaría la primera constancia documental de la existencia de las lenguas vulgares surgidas de las diferentes evoluciones locales del latín. Poco después (813), los Concilios de Maguncia, Reims y Tours (813) confirmarían aquella disposición. Los profesores Modest Prats y Josep Maria Nadal, en Història de la llengua catalana (Edicions 62), afirman que "el pueblo ya no entendía el latín eclesiástico". E insisten en que "a fin de que el vulgus (las clases populares) pudiera entender la predicación, se requería otra lengua, aquella que nosotros hemos nombrado, más tarde, catalán".
El dialecto latino de la Tarraconense
El latín no fue nunca una lengua uniforme en el conjunto de los dominios de la Loba Capitolina. El profesor Manuel Sanchis Guarner, cuando explicó el origen de los dialectos del catalán, insistió mucho en la importancia del fenómeno del sustrato, que significaba la influencia de las lenguas autóctonas prerromanas (en nuestro caso, noribéricas) en la formación de un latín genuinamente local (tan genuino como el de cualquier otra zona del Imperio) que se habló entre los siglos II a.C. y V d.C. en la franja costera entre las Corberes (en el norte) y la Albufera de València (en el sur) y entre la costa mediterránea (en el este) y la confluencia del Segre y del Ebro (en el oeste). En definitiva, el solar histórico de las naciones noribéricas que, exceptuando la zona norte de los Pirineos, el estado romano encuadró dentro de unos límites propios: el Conventus Tarraconensis.
La primera estación
Todos los historiadores coinciden en que la invasión árabe (711-723) implicó una rotura del hilo de la historia en la península Ibérica. En el extremo nordoccidental peninsular (sobre todo al norte del Ebro), se produjo un formidable exilio hacia el reino de los francos y buena parte del actual territorio de Catalunya quedó prácticamente despoblado. Tarragona, la gran ciudad del territorio, perdió a la totalidad de sus 15.000 habitantes. Barcelona, Girona o Empúries pasaron de 5.000 habitantes a menos de 1.000. Y las grandes explotaciones agrarias, herederas de las villae romanas y dispersas por las grandes llanuras del país, quedaron abandonadas. En la actualidad, todavía no disponemos de datos numéricos de todo el territorio, pero, con toda seguridad, aquel exilio fue un fenómeno de proporciones colosales.
La segunda estación
Como mínimo, entre el 714 (salida de los primeros contingentes de exiliados) y el 759 (recuperación de Narbona), los hispanii y los francii (como son llamados en las fuentes coetáneas) se mestizaron y crearon una comunidad cultural propia y singular en las zonas interiores y no ocupadas de la Septimania y de la Provenza. Naturalmente, la lengua popular de aquella nueva sociedad ya no era la misma que se había hablado, tan sólo unas décadas antes, en el Conventus Tarraconense, sino que era sustancialmente diferente del latín vulgar del valle del Garona y del Ebro. Y, sobra decir, del latín vulgar que, en aquel momento, todavía subsistía (y que acabarían desapareciendo durante los siglos VIII e IX) en el levante peninsular o en los valles del Tajo y del Guadalquivir.
La tercera estación
La empresa de conquista carolingia, que se materializó con la restauración de Aviñón (737), Nimes (752), Narbona y Elna (759), Girona, Llívia y Urgell (785) y Barcelona (801), impulsaría un formidable movimiento de retorno a la "tierra de los abuelos". Los profesores Ramon d'Abadal y Josep Maria Salrach explican que la cancillería carolingia estimuló el retorno con fórmulas de ocupación muy favorables a los descendientes del exilio. Y, durante aquella corta pero decisiva etapa (759-801), se produciría un segundo mestizaje: los colonos descendientes del exilio, que acompañaban a las tropas y la administración carolingias, con los indígenas que no se habían exiliado. El resultado, en el ámbito lingüístico, sería el surgimiento de un dialecto local, propio y genuino, ligeramente diferenciado del que se hablaba en el resto de la marca de Gotia (en el norte de Narbona).
¿Por qué Narbona marcó el límite?
Los Pirineos no han sido nunca una frontera natural. Las primeras sociedades organizadas que ocuparon el territorio (las naciones noribéricas) ya vivían, trabajaban y comerciaban a caballo de los Pirineos. Los sordones del Rosselló tenían una relación humana, económica y cultural más estrecha con los indiketes del Empordà o con los ceretanos de la Cerdanya y del Urgell que con los volcas del valle del Aude. Los Pirineos siempre fueron un espacio común de explotación de recursos y de intercambio comercial y cultural. En cambio, entre Salses y Narbona, el espacio desértico de las Corberes, formado por páramos improductivos y pantanales insalubres ha sido, siempre, una frontera. Tanto es así que, durante los siglos IX y X, separaría dos mundos que conocerían una evolución cultural propia y diferenciada: en el norte, el Languedoc y en el sur, Catalunya.
Marca de Gotia: un territorio, dos lenguas
Los profesores Nadal y Prats constatan la persistencia de una corriente académica muy minoritaria que, todavía, sostiene que el catalán no es más que una variante dialectal del provenzal surgido al norte de la marca de Gotia (siglos VIII y IX). Y lo sostienen con el argumento de que el provenzal y sus dialectos fueron el latín vulgar de la marca de Gotia carolingia (siglos VIII en X), que abarcaba desde el delta del Ródano hasta el del Llobregat. Pero, en cambio, no cuentan con que el retorno del exilio provocó un segundo mestizaje con el elemento indígena de los valles altos del Tet, del Ter, del Fluvià y del Segre (que ni había sido sometido por los árabes, ni se había sumado al éxodo). Sobre el solar donde se produjo este contacto, formado por los condados carolingios de Rosselló, Empordà, Cerdanya y Urgell, se produciría una evolución propia que desembocaría en el protocatalán.
La primera conciencia de una lengua propia
La predicación de la liturgia en la lengua vulgar revolucionaría la sociedad de la mitad sur de la marca de Gotia. Sobre todo la que, en la sombra de la empresa carolingia, se desarrollaba a caballo entre los Pirineos. El latín vulgar de la zona surgido durante la etapa de fabricación política carolingia de la nación catalana y elevado a lengua de comunicación y divulgación por la cancillería de Carlomagno, nunca entró en oposición con la política imperial. El profesor Flocel Sabaté afirma que, en aquella época, las cancillerías carolingias asociaban la diversidad cultural y lingüística de sus dominios con la plenitud del poder imperial. Y aquel protocatalán que ya aparece en algunos documentos oficiales (Capbrevacions de la Seu, 839) se convertiría en el principal elemento de identidad de una comunidad que, de forma simultánea, se formaba política y culturalmente.