Terrassa, 27 de octubre de 1619. Hace 400 años. Un tribunal civil formado por el alcalde y los jurados de la villa ordenaba ejecutar a cinco mujeres que, el 23 de mayo anterior, habían sido condenadas por el delito de brujería. Margarida Tafanera, Joana de Toy, Micaela Casanovas, Eulàlia Totxa, y Guillermina Font morirían horconadas en la fría madrugada de aquel día de octubre, en un cadalso situado en el paraje de la Pedra Blanca, cerca del puente de Eimeringues, en el actual barrio de Roc Blanc. El señalamiento, persecución, detención, acusación, interrogatorio, tortura y ejecución pública de las cinco brujas de Terrassa no era un caso aislado. Desde que en 1421 (dos siglos antes) se había tipificado la brujería como delito, en Catalunya serían públicamente ejecutadas un mínimo de mil mujeres.

Imagen de un interrogatorio a brujas / Fuente: Enciclopedia Británica

¿Qué eran las brujas?

Las brujas catalanas, como las del resto de Europa, eran mujeres poseedoras de una cultura ancestral que clavaba sus raíces en el Neolítico (hacia el 3.000 a.C.) y que, después de la romanización y la cristianización de la sociedad (durante el primer milenio de nuestra era) habrían quedado sumergidas en un submundo semiclandestino. En el caso concreto de las brujas catalanas, buena parte del origen de su cultura (es decir, de su corpus de conocimientos) se clavaba en el mundo protovasco; pero, también, norte-ibérico; las primeras civilizaciones que —mucho antes de la romanización y de la cristianización— habían poblado el actual territorio de Catalunya. Aquella cultura tenía una intensa relación con el universo y con la naturaleza y un curioso diálogo con el mundo de los difuntos.

¿Cómo se transmitía la cultura de las brujas?

Las culturas de raíz neolítica tenían un fuerte componente matriarcal. Y esta tradición fue el nervio de la brujería medieval y moderna. Los conocimientos se transmitían —casi exclusivamente— de madres a hijas o de abuelas a nietas; y eso explica por qué los procesos contra la brujería fueron instruidos, muy mayoritariamente, contra mujeres. No obstante, estos procesos revelan la existencia de unas jerarquías en el mundo de la brujería: brujas sabias y simples hechiceras y, reveladoramente, la de un pequeño grupo de brujas de casa rica que estarían más relacionadas con la disidencia política, social y cultural que con la práctica de la magia. Fueron perseguidas en todos los casos, pero los procesos revelan que las ejecuciones afectaron, especialmente, al colectivo más humilde de la brujería.

¿Qué eran las brujas de Terrassa?

Efectivamente, las brujas de Terrassa —como las de cualquier otra macroejecución— eran mujeres expulsadas del sistema. A inicios de la centuria de 1600, Catalunya vivía una etapa de crecimiento demográfico y económico sin precedentes; y aquella sociedad había fabricado una ideología que imponía a la mujer el rol exclusivo de máquina reproductora: creación de fuerza motriz, de brazos para trabajar. En aquel contexto, una mujer sola (huérfana, soltera, y pobre; o viuda y pobre) lo tenía prácticamente imposible para prosperar. La presión social —dirigida por el rector parroquial— las obligaba a casarse. Pero una minoría (por alguna discapacidad física o por la edad avanzada) quedaban excluidas y condenadas a sobrevivir en la miseria más absoluta: el mito de la bruja fea, sucia y vieja.

Sentencia del proceso contra las brujas de Terrassa / Fuente: Arxiu Històric de Terrassa

¿A qué se dedicaban las brujas de Terrassa?

Las brujas de Terrassa eran mujeres pobres, solas, marginadas y simples hechiceras: mujeres que tenían un mínimo conocimiento de las propiedades de ciertas plantas medicinales y de la aplicación de ciertos ungüentos curativos. También, por pura necesidad, se autoatribuían ciertos conocimientos de magia que, tarde o temprano, les reportarían más conflictos que beneficios. Nada más. Su pobre cartel y, sobre todo, su escasa credibilidad hacía poco o nada rentables aquellas actividades y, en muchas ocasiones, cuando el hambre las apretaba de verdad, se veían obligadas a dedicarse a la prostitución: organizaban unas imaginativas orgías en el bosque que alimentaban el mito de los akelarres (en este caso, falsos akelarres) y un creciente sentimiento de odio entre sus vecinos y, sobre todo, entre sus vecinas.

¿A qué se dedicaban las brujas de verdad?

En cambio, las brujas de verdad, eran mujeres que poseían un extraordinario corpus de conocimientos relacionados tanto con las terapias curativas, como con lo que, en el discurso de la época, se denominaba magia. Tenían un gran conocimiento sobre las propiedades curativas no tan sólo de las plantas, sino también de las aguas y de los minerales. Y tenían un gran conocimiento de cuestiones que, durante los últimos siglos, la ciencia médica ha desarrollado a través de las disciplinas de la ginecología, la obstetricia, la pediatría y la psicología. Eran pozos de sabiduría; apreciadas, temidas y odiadas a partes iguales tanto por el poder de su conocimiento como por su condición de género. A título de ejemplo, sabemos que asistían partos complicados: si la cosa iba bien, perfecto; pero si no, se lo hacían pagar muy caro.

Instrucció contra la bruja Miralles (1566) / Fuente: Museu d'Història de Catalunya

¿Cuándo empiezan las cazas de brujas?

La leyenda popular asocia la Edad Media y las cazas de brujas como un escenario y un elemento indiscernibles. Pero nada más lejos de la realidad. Las grandes cazas de brujas se inician cuando la Edad Media ya llega a su fin. En 1421, las Ordenanzas de La Vall d'Àneu tipifican, por primera vez en Europa, la brujería como un delito. Y en 1466, el rey Enrique IV de Castilla autoriza a los alcaldes de Guipúzcoa a perseguir, condenar y ejecutar a las brujas. Estos detalles son muy importantes porque revelan que las cazas de brujas se inician en las puertas de la Edad Moderna; y, en la península Ibérica, arrancan décadas antes de la implantación de la Inquisición hispánica (1478). Sorprendentemente, es el poder civil y no el eclesiástico el iniciador de esta macabra práctica.

Sentencia del proceso contra Francina Redorta, de Menarguens (siglo XVI), ejecutada por bruja y envenenadora / Fuente: Museu d'Història de Catalunya

¿Quién ordenaba las cazas de brujas?

En Catalunya —a diferencia de Castilla— la Inquisición no tuvo jamás demasiado poder. Nunca consiguió ganar las competencias policiales que ejercían los consejos municipales. Pero no hacía falta. Un vistazo a la historia de los procesos revela que, en Catalunya, el poder civil instruyó —o impulsó— el 90% de las causas. Y otro vistazo revela que las grandes cazas y ejecuciones de brujas no dibujan una línea regular, sino que se concentran en etapas que, sorprendentemente, coinciden con episodios de crisis económicas o sanitarias. Las ejecuciones de Terrassa (1619) se producirían en el contexto de una crisis económica puntual y de fuertes protestas sociales locales. La matanza de Terrassa fue presentada como una demostración de fuerza de las oligarquías de la villa.

¿Qué eran los cazadores de brujas?

El cazador de brujas, contratado siempre por el poder municipal, respondía al perfil de un estafador sin escrúpulos, con una facilidad de discurso y un poder de convencimiento extraordinarios, que se autoatribuía la pretendida virtud de desenmascarar a las brujas. En el caso de Terrassa (1619), una villa de unos 3.000 habitantes, podríamos imaginar que no les hacía falta nadie para señalar a quien le había tocado el papel de chivo expiatorio. Pero, en cambio, la documentación de la época revela que el poder local quiso asegurar el tiro, y para evitar problemas con la Inquisición, contrató al cazador de brujas Joan Font, de Sallent. Font, aunque sabía de antemano a quién tenía que señalar, reunió y colocó de rodillas a todas las mujeres del pueblo, en la plaza, y se entregó a un ceremonial esperpéntico.

Joan Malet, el primer cazador de brujas

El caso de Terrassa no era el primero. Medio siglo antes (1548), Joan Malet, de Flix, un ebanista pobre, discapacitado físico, y de origen morisco; había hecho lo mismo en Reus, en Alcover y en Montblanc. Naturalmente, por encargo de las autoridades municipales. Malet sería el primero —y el más avaricioso— cazador de brujas. Cobraba a tanto por cabeza, y convirtió aquellas cazas en una tragedia. Docenas de mujeres que no tenían ninguna relación con la brujería fueron detenidas y torturadas en las mazmorras de la Inquisición, en Barcelona; y, por falta de pruebas, finalmente, liberadas. El odio que generó su figura lo obligó a escapar. Detenido en Valencia y deportado a Barcelona, sería acusado, condenado y ejecutado, paradójicamente, por engaño a las autoridades municipales.

Coblas populares por la ejecución de Joan Malet / Fuente: Museu d'Història de Catalunya

Imagen principal: Grabado que representa a dos brujas elaborando un brebaje (siglo XVII) / Fuente: Archivo de El Nacional.